Domingo, 24 de noviembre de 2024

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Reflexiones del Evangelio

Tuviste sed y te di de beber, sin aplausos ni fotos

por La divina proporción

 
Y mira cómo abandonaron la misericordia no en un sólo concepto, sino en todos. Porque no tan sólo no dieron de comer al hambriento, sino que (lo que era menos penoso) tampoco visitaron al enfermo. Y observa de qué manera añade las cosas más soportables, porque no dijo: Estaba en la cárcel y no me sacasteis; enfermo y no me curasteis; sino dice, no me visitasteis, y no vinisteis a mi casa. Además, cuando tiene hambre no pide una mesa espléndida, sino la comida necesaria. Todas estas cosas, por tanto, bastan para sufrir la pena. Primero, la facilidad en dar lo que se pide (pues era pan); segundo, la miseria del que pedía (pues era pobre); tercero, la compasión de la naturaleza (pues era hombre); cuarto, el deseo de alcanzar lo que se prometía (pues prometía el reino); quinto, la dignidad del que recibía (pues era Dios el que recibía por medio de los pobres); sexto, la superabundancia del honor (porque se dignó recibir de mano de los hombres); séptimo, lo justo que era dar (pues recibía de nosotros lo que es suyo): pero los hombres ante todas estas cosas son cegados por la avaricia(San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 79, 1)
 
Que sencillo es tomar un trozo del Evangelio, olvidar el resto y también la Tradición Apostólica, para así adaptar la interpretación a una ideología particular. El Evangelio de este domingo se presta a vender una pseudo iglesia ONG en la que todo es activismo socio-cultural. Una organización humana cuyo fin es servir al prójimo como a mí me gusta servirle y si es posible, que sea con fotos y prensa para evidenciar que somos “maravillosos”. Si esto fuera así, Cristo se hubiera pasado haciendo el milagro de la multiplicación de peces y panes en todo lugar que pisó. Porque en todo lugar hay necesitamos a los que atender. Recordemos que tras el milagro de los panes y los peces, quisieron proclamar al Señor como rey, pero Él no se dejó embaucar. Hasta los romanos sabían que ofrecer pan y circo genera inmenso beneficios al poderoso.

Poco amaría a mi prójimo si lo utilizo como propaganda para demostrar mi bondad. Recordemos al Fariseo que se vanagloriaba ante todos por ser “tan bueno” y daba gracias a Dios por hacerle así (Lucas 18,914). Recordemos el episodio evangélico en el que Judas recrimina a la Magdalena por verter un caro perfume en los pies del Señor (Jn 12, 1-8). En el Evangelio se deja claro que Judas ocultaba sus egoísmos personales tras la fachada del aparente activismo con los necesitamos. Cristo nos deja claro, claro, claro que lo primero es el amor a Dios (Mt 22,34-40). El amor al prójimo siempre tiene como referencia a lo que cada cual desea para sí. Lo que nos lleva a tener cuidado con lo que damos a los demás, ya que puede estar sesgado por nuestro egoísmo.

Recordemos la Parábola del Buen Samaritano, en la que el protagonista de la acción caritativa es quien no tiene nada que ganar o perder con su acción. El sacerdote y el escriba, andan en sus asuntos. El samaritano es quien no busca reconocimiento alguno y actúa con verdadera misericordia y compasión. Si el sacerdote o el escriba hubieran tenido algo que ganar al socorrer al herido, seguramente se hubieran parado a auxiliarle. Recordemos que Cristo nos habla de que la mano derecha no se dé cuenta de lo que hace la izquierda (Mt 6, 3)

Hay un elemento más a tener en cuenta: la falacia de pensar que “lo mejor”, sustituye todo lo demás. Si defino el activismo solidario como “lo mejor”, todo lo demás sobra. Si “lo mejor” es rezar, todo lo demás sobra. Si “lo mejor” es generar shows mediáticos, todo lo demás puede olvidarse. La Iglesia no es una ONG, ya que auxiliar a los necesitamos es parte importante, pero no es lo único esencial. Los cristianos no  tienen que salir en los medios haciendo obras solidarias, porque precisamente Cristo nos aconseja ver más allá de las apariencias y los egoísmos personales.

Como dice San Juan Crisóstomo: “los hombres ante todas estas cosas son cegados por la avaricia” y la avaricia también sabe ocultarse tras acciones benéficas. El Eclesiastés nos habla que todo es vanidad cuando actuamos mirándonos a nosotros mismos. Vanagloria que se hace reportaje continuo de bondad en las redes sociales y portales pseudo católicos. En estos momentos, la verdadera caridad se ejerce con quienes más nos desagradan y además, se hace en silencio. No podemos mirar a los sufrientes y pensar en hacerlos desaparecer, como quien saca un clavo hacia arriba y lo olvida a un lado.

Sin duda, el rostro de quien necesita comprensión, apoyo, amistad, consuelo y bienes de supervivencia, es el reflejo del rostro de Cristo. El sufrimiento hace que la imagen de Cristo crucificado se evidencie en nosotros. Entonces permitamos que la semejanza de Dios se haga patente en nosotros para ayudar, consolar, animar y comprender y procurar alivio, a quien sufre. Dios nos regala maravillosos dones, capacidades y bienes, pero nunca sale en la foto, el reportaje o en ruedas de prensa. Dios no hace discursos, ni comunicados de prensa. Seamos semejantes a Dios en la discreción y la humildad.

 

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