Que suelten a Barrabás
Que suelten a Barrabás
por Juan García Inza
Todos conocemos de sobra el juicio de Pilatos. No sabe como quitarse de encima el problema de Cristo. El pueblo fanático y radicalizado se lo llevan con la intención de quitarlo de en medio. Les resulta incómodo. Se opone a sus tradiciones farisaicas. Va contra corriente. No es políticamente correcto. Habla de otro Reino, y de vida interior, y de perdón, y de amor, y de tantos valores y virtudes olvidados… No entraba eso en la cabeza obtusa del populacho manipulado por los líderes religiosos, sociales y políticos. Decididamente había que acabar con Jesucristo. ¡Qué se había creído! Y también con sus seguidores, una panda de iluminados que se cargaban las tradiciones y no aprobaban los disparates doctrinales y morales.
Pilatos se ve en un apuro serio. ¿Qué hacer? ¿Condenar a un inocente o enfrentarse contra un populacho que no paraba de vociferar sin pisca de sentido común y de misericordia? ¡Hay que ver lo que es capaz el odio y la revancha! El populacho pide, exige, la cruz para Cristo, y la libertad para Barrabás. Prefieren echar un bandido a la calle antes que respetar la vida del que tanto bien había hecho a todos. Así somos los hombres a veces.
Pilatos se lava las manos y les entrega a Cristo para que hagan con él lo que quieran. Y la chusma se burla de él, los disfrazan para reírse, lo martirizan, le cargan una cruz y lo crucifican en ella. Y allí está en el Calvario perdonando a todos porque no saben lo que hacen. Y muere por todos. Desde entonces la Cruz se convirtió en el signo fuerte de muchas cosas: del Amor de Dios, del coraje de dar la vida por un ideal, de la lucha espiritual por el Reino de Cristo, del amor a los hombres, de lo que los hombres sin corazón y sin razón son capaces de hacer por pura envidia y odio contra el bien. La Cruz es el estandarte de todos aquellos que quieren esforzarse por una humanidad más digna, por unos hombres más humanos, por un Reino con valores distintos a los que nos ofrece el materialismo.
Hoy seguimos igual. Después de veinte siglos de aquella historia cruel, muchos no se contenta con crucificar, sino que intentan que esa cruz no se vea para que nuestra conciencia esté callada. Quitar los crucifijos es querer borrar la huella del Hijo de Dios que viene en nuestra ayuda, y para los que no le siguen pretender que aquel mártir del amor se calle para siempre.
Entonces, si llevan su empeño hasta las últimas consecuencias, habría que quitar todas las cruces: la de las aulas, la de los cementerios municipales, que no salgan las procesiones de Semana Santa a la calle, las de los cruces de los caminos, las de las torres y fachadas de las iglesias, que ningún futbolista ose santiguarse al salir al campo… Nos tenían que anular a todos los creyentes que llevamos la cruz en el cuello y en el alma. Un disparate. Ya se pretendió en su momento. ¿Queremos repetir la historia? Terminarán poniendo la media luna.
Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com
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