El silencio de María
El silencio de María
por Juan García Inza
En la fiesta de la Inmaculada considero oportuno traer al Blog este breve, pero elocuente escrito sobre la Virgen María, publicado por Enrique Monasterio, colaborador de la revista “Mundo Cristiano”, y reproducido en la red en la siguiente dirección:
http://pensarporlibre.blogspot.com/2009/12/novena-de-la-inmaculada-iii.html
Cuando María puso su dedo índice delante de sus labios, se hizo un silencio hondo y sonoro como la pausa musical de una sinfonía. Fueron unos segundos nada más; ella cerró los ojos, y el Cielo y la tierra estuvieron de acuerdo para que nada perturbara la meditación de la Señora. También los ángeles contuvimos el aliento.
Inmóvil junto a Ella, comprendí que, aunque quisiera, no podría traspasar el umbral secreto de su silencio interior. La Inmaculada reflexionaba sobre el significado de mi saludo, pero no a solas: en ese reducto escondido del alma donde ni siquiera los ángeles podemos penetrar, escuchaba y conversaba con el Señor.
De pronto, María comenzó a temblar. Era algo muy tenue, como una sacudida apenas perceptible. Probablemente nadie que la viera con los ojos de la tierra lo habría detectado. Su rostro seguía irradiando dulzura, serenidad y Gracia, pero era la flor más hermosa de Israel y se estremecía sacudida por un viento huracanado. Y vi a Dios tan cerca de su criatura que temí que la arrancara de la tierra y se la llevara a su casa para siempre.
—No temas, María —dije entonces—.
La Señora abrió los ojos. Sonrió como si nada hubiera ocurrido, y, sin palabras pero con toda claridad, me devolvió el consejo: “no tengas miedo, Gabriel: es el Señor”.
Oración
Virgen María, Señora del silencio, que supiste permanecer siempre a la escucha de Dios, con un “sí” al borde mismo de tus labios para entregárselo en cada llamada, en cada instante de tu vida, enséñame a hacer silencio en mi alma para que yo también sea contemplativo en medio del mundo: que descubra a Dios en la belleza de las cosas y de las personas, en el dolor de los que sufren, en la inocencia de los niños, en el trabajo de la jornada, en la enfermedad, en el dolor, en la pobreza y en la prosperidad, en las alegrías y en las penas. Que ningún ruido externo ni interno me impidan escuchar la voz de tu Hijo Jesucristo, que llama cada día a la puerta de mi corazón.
Amén
Inmóvil junto a Ella, comprendí que, aunque quisiera, no podría traspasar el umbral secreto de su silencio interior. La Inmaculada reflexionaba sobre el significado de mi saludo, pero no a solas: en ese reducto escondido del alma donde ni siquiera los ángeles podemos penetrar, escuchaba y conversaba con el Señor.
De pronto, María comenzó a temblar. Era algo muy tenue, como una sacudida apenas perceptible. Probablemente nadie que la viera con los ojos de la tierra lo habría detectado. Su rostro seguía irradiando dulzura, serenidad y Gracia, pero era la flor más hermosa de Israel y se estremecía sacudida por un viento huracanado. Y vi a Dios tan cerca de su criatura que temí que la arrancara de la tierra y se la llevara a su casa para siempre.
—No temas, María —dije entonces—.
La Señora abrió los ojos. Sonrió como si nada hubiera ocurrido, y, sin palabras pero con toda claridad, me devolvió el consejo: “no tengas miedo, Gabriel: es el Señor”.
Oración
Virgen María, Señora del silencio, que supiste permanecer siempre a la escucha de Dios, con un “sí” al borde mismo de tus labios para entregárselo en cada llamada, en cada instante de tu vida, enséñame a hacer silencio en mi alma para que yo también sea contemplativo en medio del mundo: que descubra a Dios en la belleza de las cosas y de las personas, en el dolor de los que sufren, en la inocencia de los niños, en el trabajo de la jornada, en la enfermedad, en el dolor, en la pobreza y en la prosperidad, en las alegrías y en las penas. Que ningún ruido externo ni interno me impidan escuchar la voz de tu Hijo Jesucristo, que llama cada día a la puerta de mi corazón.
Amén
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Felicita a María en este día tan hermoso en el que celebramos su Inmaculada Concepción, y que Ella te lleve de la mano al encuentro de Jesús, que en Navidad parece encontrarse más cerca de nosotros, de toda la humanidad.
¡Feliz día de la Madre de Dios!
Un saludo
Juan García Inza
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