Jueves, 28 de noviembre de 2024

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La transformación de los santos (Palabras sobre la santidad - XXXI)

por Corazón Eucarístico de Jesús

Los santos son aquellos que han recibido una profunda transformación en su ser, podríamos decir que fue una "luminosa transformación". Como en el Tabor Cristo se transfiguró revelando la verdad y la belleza de su ser, y brotando de Él la luz, así en el santo, en cada santo, se ha llevado a cabo una verdadera transfiguración de su persona reflejando la luz que le venía del Señor.
 
 
Somos opacos por nuestros pecados; pero la luz que nos viene dada permite que la materia de nuestra alma se vaya purificando hasta llegar a ser translúcida, dejando que "su luz nos haga ver la luz" (cf. Sal 35), convirtiéndose el santo en un hombre nuevo. Quien mira a un santo no lo ve solamente a él, sino que ve a Cristo mismo a través del santo, como reflejándose y mostrándose.
 
Para llegar a eso, el santo ha sido iluminado poco a poco, purificado, trabajado interiormente, transfigurado.
 
"El hombre reconoce dentro de sí el reflejo de la luz divina:  purificando su corazón, vuelve a ser, como al inicio, una imagen límpida de Dios, Belleza ejemplar (cf. S. Gregorio de Nisa, Oratio catechetica 6:  SC 453, 174). De este modo, el hombre, al purificarse, puede ver a Dios, como los puros de corazón (cf. Mt 5, 8):  "Si con un estilo de vida diligente y atento lavas las fealdades que se han depositado en tu corazón, resplandecerá en ti la belleza divina. (...) Contemplándote a ti mismo, verás en ti a aquel que anhela tu corazón y serás feliz" (Id., De beatitudinibus, 6:  PG 44, 1272 AB). Por consiguiente, hay que lavar las fealdades que se han depositado en nuestro corazón y volver a encontrar en nosotros mismos la luz de Dios. 
 
Así pues, el hombre tiene como fin la contemplación de Dios. Sólo en ella podrá encontrar su satisfacción. Para anticipar en cierto modo este objetivo ya en esta vida, debe avanzar incesantemente hacia una vida espiritual, una vida en diálogo con Dios. En otras palabras —y esta es la lección más importante que nos deja san Gregorio de Nisa— la plena realización del hombre consiste en la santidad, en una vida vivida en el encuentro con Dios, que así resulta luminosa también para los demás, también para el mundo" (Benedicto XVI, Audiencia general, 29-agosto-2007).
 
 
El proceso de transformación que vive el santo conduce a que Cristo tome forma plenamente en él. Las etapas de purificación exterior e interior, las persecuciones y contradicciones, el abandono y la soledad, son momentos duros pero necesarios para que el santo crezca, paso a paso, a la medida de Cristo en su plenitud (Cf. Ef 4,13).
 
El santo es, hablando analógicamente, una nueva 'encarnación' de Cristo. Cristo lo posee por completo y le ha otorgado esa 'forma Christi' que es el sello distintivo de la verdadera santidad.
 
"La perfección que queremos alcanzar no es algo que se conquista para siempre; la perfección es estar en camino, es una continua disponibilidad para seguir adelante, pues nunca se alcanza la plena semejanza con Dios; siempre estamos en camino (cf. S. Gregorio de Nisa, Homilia in Canticum 12: PG 44, 1025 d). La historia de cada alma es un amor colmado sin cesar y, al mismo tiempo, abierto a nuevos horizontes, pues Dios dilata continuamente las posibilidades del alma para hacerla capaz de bienes siempre mayores. Dios mismo, que ha sembrado en nosotros semillas de bien y del que brota toda iniciativa de santidad, "modela el bloque. (...) Limando y puliendo nuestro espíritu forma en nosotros a Cristo" (Id., In Psalmos 2, 11: PG 44, 544 b). 
 
 
San Gregorio aclara: "El llegar a ser semejantes a Dios no es obra nuestra, ni resultado de una potencia humana, es obra de la generosidad de Dios, que desde su origen ofreció a nuestra naturaleza la gracia de la semejanza con él" (De virginitate 12, 2: SC 119, 408-410). Por tanto, para el alma "no se trata de conocer algo de Dios, sino de tener a Dios en sí misma" (De beatitudinibus 6: PG 44, 1269 c). De hecho, san Gregorio observa agudamente: "La divinidad es pureza, es liberación de las pasiones y remoción de todo mal: si todo esto está en ti, Dios está realmente en ti" (ib.: PG 44, 1272 c).
 
Cuando tenemos a Dios en nosotros, cuando el hombre ama a Dios, por la reciprocidad propia de la ley del amor, quiere lo que Dios mismo quiere (cf. Homilia in Canticum 9: PG 44, 956 ac), y, por tanto, coopera con Dios para modelar en sí mismo la imagen divina" (Benedicto XVI, Audiencia general, 5-septiembre-2007).
 
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