Jueves, 28 de noviembre de 2024

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El progreso espiritual (u orante)

por Corazón Eucarístico de Jesús

Con el siguiente texto como catequesis para hoy, todos deberíamos cuestionarnos nuestro avance interior en la vida cristiana, confrontando lo que somos y hacemos hoy, el punto en el camino en que estamos, con aquello que estamos llamados a ser, la meta del camino trazada por Cristo.
 
 
La vida cristiana es un continuo avance, un camino, un progreso. Estancarse es perderse y morir; estar siempre igual sin avanzar es permitir que la oración se detenga, que pierda fuego y gracia.
 
Hemos pues de verificar el crecimiento del hombre nuevo, el hombre interior, en nosotros.
 
 
"Ahora se puede decir una palabra respeto al progreso espiritual. ¿Qué conviene entender por él? Poseemos los principios de una respuesta.
 
De entrada, el progreso espiritual está contenido en el misterio de Cristo y determinado por él. No es posible entonces, no solamente acercarse a Dios fuera de Cristo, sino sobre todo sobrepasar a Cristo para conocer a Dios en la verdadera libertad del Espíritu: quien rechaza o simplemente aparta de su vista al Jesús prepascual y a la institución eclesial, no conoce a Dios y no posee la libertad espiritual.
 
En Cristo, por el contrario, lo conoce y "crece" en sabiduría... y en gracia delante de Dios y delante de los hombres (cf. Lc 2,52). Este crecimiento de Cristo se presenta a la vez como el arquetipo y la norma interior del crecimiento o del progreso espiritual.
 
¿Cómo podemos desde entonces representar este crecimiento o este progreso?
 
Según la doble acción de Dios y del hombre...: la acción inmediata y mediata. De una manera u otra, Dios, porque ama, siempre da todo desde la primera llamada, luego en cada uno de los dones y, porque la acogida de la llamada o del don (la fe) es siempre mariana, no es menor en cada uno que el don o la llamada. Más que considerarlo un hábito, hay que considerar lo absoluto del compromiso de Dios y del hombre, presente en todo acto. Por no considerarlo, la posibilidad del pecado mortal desaparece y correlativamente, la vida espiritual se presenta ante todo como un progreso y como una experiencia: al descubrir progresivamente a Dios según un tiempo medido por su descubrimiento, el hombre hace su experiencia de ello. 
 
Toda la vida espiritual incluye estos elementos, pero es este es su único horizonte como lo que únicamente la mueve y la determina, se debe decir simplemente que no es cristiana, porque no está abierta al compromiso de Dios en la historia, a la Encarnación redentora. Más aún, no puede abrirse a él a partir de este horizonte. Entre el horizonte del hombre que camina hacia Dios y el de Dios que se encarna, no existe ninguna continuidad. Sólo la conversión permite pasar del uno al otro. Desde este punto de vista, la conversión se define como el acto que introduce al hombre en el tiempo (eterno) de Dios y hace suyo lo absoluto del compromiso de Dios. Es el acto sin el que ningún crecimiento espiritual es posible. Es el acto, finalmente, gracias al cual todo crecimiento permanece interior al don primero y eterno de Dios y a su acogida. Bajo este aspecto, el progreso espiritual es el redoblamiento de toda la misión sobre y en aquel que se le ha confiado. 
 
Este redoblamiento nos sobrepasa siempre y, al dilatarnos hasta el punto de hacernos romper por todas partes, rompe la posibilidad incluso de un progreso. "¿No sabéis que me debo a los asuntos de mi Padre?", pregunta Jesús a su Madre que no comprende. Solamente después es cuestión y puede ser cuestión el crecimiento de Jesús. Para Jesús, en efecto, no hay crecimiento en el Espíritu (e incluso en el cuerpo) sin este redoblamiento en "el seno del Padre", que es deberse a los asuntos de su Padre. Pablo expresa a su manera la misma realidad cuando dice: Caritas Christi urget nos.
 
Tal redoblamiento -que nunca es un replegamiento, que sería justo lo contrario- suscita el desplegamiento. Dilata en efecto, repitámoslo, al hombre hasta hacerle romperse. Lo hace siempre más disponible. Lo obliga desde el interior -es la ley del Espíritu- a ordenar todas sus facultades para el mayor servicio de Dios, al unificarlo así siempre más. Lo hace más sensible a las mociones del Espíritu divino, más pronto a discernirlas de las insinuaciones del Maligno. Así, el fiel se encuentra más preparado a emprender el combate de Dios.
 
Este desplegamiento, ¿se hace por la vía purgativa, la vía iluminativa o la vía unitiva? Sí y no. En la medida en que el hombre se hace cada vez más disponible a Dios, sí: pasa entonces del exterior a lo interior y de lo interior a lo superior o del pecado a la gracia y de la gracia a la gloria (Agustín): contempla a Dios primero en el mundo, luego en su espíritu, por último en Dios mismo (Buenaventura). Pero en la medida en que tal desplegamiento es exigido por el redoblamiento, no: bajo este aspecto, estos tres momentos son interior el uno al otro y desde entonces Dios no tiene que hacer pasar a un hombre sucesivamente por estas tres vías.
 
Además este esquema ternario permanece por entero sometido al misterio de Cristo. Y lo es de tal manera que la historia espiritual de cada uno esté determinada por la elección hecha por Dios en su Hijo y por la elección hecha y recibida por cada uno. Nadie puede descubrir su itinerario hacia Dios y en Dios (in Deum) más que recibiéndolo por la contemplación de los misterios de la vida de Cristo. No es otro el camino de la libertad divina y humana.
 
El Señor Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida".
 
(CHANTRAINE, G., Le milieu ecclésial, en: Communio, ed. francesa, X,4, juillet-août 1985, pp. 36-38).
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