Un tiempo para el silencio
Un tiempo para el silencio
Un tiempo para el silencio
El verano está ya entre nosotros. En estos días habrá todo un trasiego de gente que busca descanso en diferentes lugares: mar, sierra, campo, viajes… Pero puede que se olvide que el descanso no se encuentra en el ajetreo, en el ruido, en el desenfreno de una fiesta continua. Hay que reservar un tiempo para el silencio, con el fin de poder entrar dentro de nosotros y revisar como andan los cimientos de nuestra vida. Si no hay orden no hay descanso, y si no hay descanso hemos perdido el tiempo, hemos malogrado el verano. Dice un especialista del silencio:
En medio del bullicio de nuestro tiempo, son muchas las personas que sienten la necesidad de liberarse de su ruidoso ajetreo y encontrar la tranquilidad. A otros, en cambio, el silencio les resulta arduo y penoso.
Los monjes, tan dados al silencio, no hablan apasionadamente del mismo. El apasionarse es siempre un síntoma de que se han proyectado demasiados deseos inconscientes en un objeto. En los escritos monásticos se habla con mucha sobriedad del silencio, que nunca es definido como el único medio del camino espiritual, sino que es contemplado siempre en relación con todos los demás medios con los que el monje ha de familiarizarse: la oración, la meditación, la dirección espiritual, el trabajo, el ayuno, la limosna, el amor al hermano y la práctica de la hospitalidad. El silencio como camino espiritual consta de tres fases: el encuentro consigo mismo, el desprendimiento o liberación, y la unidad con Dios y con uno mismo.
El silencio es más que ausencia de palabras. Es una premisa para el cambio personal y, al mismo tiempo, un primer paso a lo largo del camino interior. Con ayuda del silencio, el ser humano accede a sí mismo, a la oración, y al diálogo con Dios (ANSELM GRÜN, nacido en 1945, monje y administrador de la abadía benedictina de Münsterschwarzach, es acompañante y consejero espiritual de muchas personas y uno de los autores cristianos más leídos de la actualidad).
Es importante que en esas maletas y mochilas que preparamos para el veraneo, echemos un plan a seguir en el que no falte un tiempo para la lectura, la reflexión, la oración, la celebración… el encuentro con Dios y con nuestra alma. Muchos hacen en silencio el Camino de Santiago y vienen nuevos. Otros aprovechan este tiempo para ir unos días a un lugar de paz (monaterio, convivencia, ejercicios espirituales…). Otros muchos madrugan para contemplar en silencio la naturaleza y hacer oración. Un buen libro puede ser un alimento para el alma en este tiempo.
Que el verano sea un tiempo de desintoxicación de las adicciones que llevamos pegadas a la mente y al corazón. Mira hacia arriba y contempla el silencio de las estrellas, que sin hacer ruido surcan el firmamento y nos hablan del Creador. Y mira hacia abajo y contempla las plantas y los árboles que nacen y crecen en silencio. Solo el viento saca de ellas el alboroto. Es necesario analizar el viento que sopla en cada lugar si queremos que no nos quiten la paz.
Seguiremos en contacto este verano al calor de nuestra fe.
Juan García Inza
El verano está ya entre nosotros. En estos días habrá todo un trasiego de gente que busca descanso en diferentes lugares: mar, sierra, campo, viajes… Pero puede que se olvide que el descanso no se encuentra en el ajetreo, en el ruido, en el desenfreno de una fiesta continua. Hay que reservar un tiempo para el silencio, con el fin de poder entrar dentro de nosotros y revisar como andan los cimientos de nuestra vida. Si no hay orden no hay descanso, y si no hay descanso hemos perdido el tiempo, hemos malogrado el verano. Dice un especialista del silencio:
En medio del bullicio de nuestro tiempo, son muchas las personas que sienten la necesidad de liberarse de su ruidoso ajetreo y encontrar la tranquilidad. A otros, en cambio, el silencio les resulta arduo y penoso.
Los monjes, tan dados al silencio, no hablan apasionadamente del mismo. El apasionarse es siempre un síntoma de que se han proyectado demasiados deseos inconscientes en un objeto. En los escritos monásticos se habla con mucha sobriedad del silencio, que nunca es definido como el único medio del camino espiritual, sino que es contemplado siempre en relación con todos los demás medios con los que el monje ha de familiarizarse: la oración, la meditación, la dirección espiritual, el trabajo, el ayuno, la limosna, el amor al hermano y la práctica de la hospitalidad. El silencio como camino espiritual consta de tres fases: el encuentro consigo mismo, el desprendimiento o liberación, y la unidad con Dios y con uno mismo.
El silencio es más que ausencia de palabras. Es una premisa para el cambio personal y, al mismo tiempo, un primer paso a lo largo del camino interior. Con ayuda del silencio, el ser humano accede a sí mismo, a la oración, y al diálogo con Dios (ANSELM GRÜN, nacido en 1945, monje y administrador de la abadía benedictina de Münsterschwarzach, es acompañante y consejero espiritual de muchas personas y uno de los autores cristianos más leídos de la actualidad).
Es importante que en esas maletas y mochilas que preparamos para el veraneo, echemos un plan a seguir en el que no falte un tiempo para la lectura, la reflexión, la oración, la celebración… el encuentro con Dios y con nuestra alma. Muchos hacen en silencio el Camino de Santiago y vienen nuevos. Otros aprovechan este tiempo para ir unos días a un lugar de paz (monaterio, convivencia, ejercicios espirituales…). Otros muchos madrugan para contemplar en silencio la naturaleza y hacer oración. Un buen libro puede ser un alimento para el alma en este tiempo.
Que el verano sea un tiempo de desintoxicación de las adicciones que llevamos pegadas a la mente y al corazón. Mira hacia arriba y contempla el silencio de las estrellas, que sin hacer ruido surcan el firmamento y nos hablan del Creador. Y mira hacia abajo y contempla las plantas y los árboles que nacen y crecen en silencio. Solo el viento saca de ellas el alboroto. Es necesario analizar el viento que sopla en cada lugar si queremos que no nos quiten la paz.
Seguiremos en contacto este verano al calor de nuestra fe.
Juan García Inza
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