Ayuno: el arma más poderosa contra el maligno. Isaac el Sirio
Ayuno: el arma más poderosa contra el maligno. Isaac el Sirio
Este viernes en una conversación con varios amigos católicos comprometidos, pude constatar que existe una fuerte oposición al ayuno y desconfianza ante quien defiende esta práctica. El ayuno se ve como algo de “otra época”. Incluso se cree que proviene del Concilio de Trento, dejando entrever desagrado y hostilidad al citado Concilio. En cambio, se señalan inexistentes indicaciones contra el ayuno del Concilio Vaticano II. Indicaciones que realmente fueron establecidas por el llamado “espíritu del concilio” y que sólo existen en el “imaginario” que nos han vendido.
La Iglesia propone el ayuno (Derecho canónico: Canon 1249) porque es una herramienta de gran valor para negarnos a nosotros mismos y ayudarnos a acercarnos a Dios. El ayuno siempre ha sido parte de la vida ascética católica.
La vida de los santos manifiesta el valor del ayuno y la importancia de integrarlo en una vida de caridad. Algunas comunidades religiosas han incluido el ayuno en su regla. La Virgen Santísima en varias apariciones (La Salette, Lourdes, Fátima) nos exhorta a la penitencia, práctica que en la tradición de la Iglesia incluye el ayuno. (Catequesis de Juan Pablo II, 21/3/79)
No se ayuna ayudando a los demás. Tampoco se ayuna cuando no se insulta a los demás o cuando se deja de juzgar a los demás, etc. Todas esas indicaciones que circulan estos días por las redes, son obras de misericordia que no tienen nada que ver con el ayuno. Tampoco se ayuna desconectándose de internet, porque abstenerse de comunicación no es ayunar. En el mejor caso, si se sustituyen los chismes sociales por cercanía a Dios, se está orando, pero no ayunando.
El ayuno verdadero está perfectamente definido para Iglesia Católica: “La ley de ayuno requiere que el Católico desde los 18 hasta los 59 años reduzca la cantidad de comida usual. La Iglesia define esto como una comida más dos comidas pequeñas que sumadas no sobrepasen la comida principal en cantidad”.
¿Qué sentido tiene el ayuno? Veamos lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia:
1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,1213; Is 1,1617; Mt 6,1-6. 1618).
1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cf Concilio de Trento: DS 16761678; 1705; Catecismo Romano, 2, 5, 4).
La conversión verdadera es la que nos lleva al sacrificio, que tiene como objetivo final la santidad. Santidad que necesita de humildad y para darnos cuenta de lo poco que somos y de la necesidad de orar continuamente, el ayuno es esencia. Isaac de Siria nos habla del tema en este texto:
De la misma manera que el deseo de la luz es propio de los ojos sanos, el deseo de la oración es propio del ayuno llevado con discernimiento. Cuando un hombre empieza a ayunar, desea que los pensamientos de su espíritu estén en comunión con Dios. En efecto, el cuerpo que ayuna no soporta dormir toda la noche sobre su cama. Cuando la boca del hombre ha sido sellada por el ayuno, éste medita en estado de compunción, su corazón ora, su rostro es grave, los malos pensamientos le abandonan; es enemigo de codicias y de vanas conversaciones. Nadie ha visto jamás a un hombre ayunar con discernimiento y estar sujeto a malos deseos. El ayuno llevado con discernimiento es como una gran mansión que acoge todo bien…
Porque desde el principio se dio a nuestra naturaleza la orden de ayunar, para no comer el fruto del árbol (Gn 2,17), y es de allí que viene quien nos engaña… Es también por él que comenzó nuestro Salvador, cuando fue revelado al mundo en el Jordán. En efecto, después del bautismo, el Espíritu le condujo al desierto, donde ayunó cuarenta días y cuarenta noches.
Todos los que desean seguirle hacen lo mismo desde entonces: es sobre este fundamento que comienzan su combate, porque esta arma ha sido forjada por Dios… Y cuando ahora el diablo ve esta arma en la mano del hombre, este adversario y tirano se pone a temblar. Piensa inmediatamente en la derrota que el Salvador le infligió en el desierto, se acuerda de ella, y su poder se siente quebrado. Desde el momento en que ve el arma que nos dio el que nos lleva al combate, se consume. ¿Hay un arma más poderosa que el ayuno y que avive tanto el corazón en la lucha contra los espíritus del mal? (Isaac el Sirio (siglo VII). Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 85)
El maligno intenta confundirnos de forma que desechemos el ayuno como algo pasado e intrascendente. Nos induce a detestarlo y detestar a quienes señalan que es un regalos del Cielo. Lo curioso es que las dietas son algo que todos aplauden como maravilloso; mientras se denigra el ayuno como algo innecesario. Se desprecia el sacrificio santificador y se eleva a categoría de héroes a quienes se mortifican para parecer más bellos a los ojos del mundo. ¿No nos damos cuenta del engaño? Porque es evidente que hay un engaño en todo esto y los católicos andamos promocionando este engaño como la panacea universal.
Dios dijo a Adán que podía comer de todo fruto del Edén, menos de aquel que Él se guardaba para administrar: el conocimiento del bien y del mal. Adán y Eva, tentados por el maligno deciden ser “como Dios” y comen del fruto. Es decir, expulsan a Dios de sus vidas y esto tiene consecuencias inmediatas. Expulsar a Dios de nuestras vidas hace que no podamos comunicarnos directamente con Él. Sin comunicación, el paraíso desaparece y nos encontramos en el desierto de la vida cotidiana. El ayuno puede parecer actualmente un acto intrascendente, pero cuando la Gracia de Dios nos ayuda a ayunar de verdad, nos damos cuenta de que Dios está más cerca y es más sencillo orar y dejar que nos transforme.
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