Mons. Luis María Martínez y las Obras de la Cruz
Mons. Luis María Martínez y las Obras de la Cruz
por Duc in altum!
Mons. Luis María Martínez (18811956), quien fuera arzobispo primado de México entre 1937 y 1956, justo después de la persecución religiosa que se mantuvo latente hasta la llegada a la presidencia de la República del Gral. Manuel Ávila Camacho (18951955) en 1940, puede ser visto o estudiado desde tres perspectivas principales: como sacerdote, orador y escritor. Aunque nos interesa principalmente el aspecto del ser, porque el sacerdocio va más allá del hacer, ya que lo antecede, vale la pena subrayar el talento, pues cuando desarrollaba sus homilías lograba producir un efecto parecido al que dejaba Fr. Henri Lacordaire O.P. (18021861) en la catedral de Notre Dame en París. Practicó la palabra oral y escrita con una profundidad y calidad tanto en la forma como en el fondo. Tan es así que fue miembro numerario de la Academia Mexicana de la Lengua. Dentro de su faceta como sacerdote, salta a la vista la labor de reconstrucción –tanto material como pastoral- que realizó desde el episcopado, a partir de una intensa vida espiritual que lo llevó a comprender, tanto a nivel intelectual como experimental, la mística. En efecto, él tenía ambas posibilidades. Por una parte, la formación tomista que recibió y, por otra, aunque más bien habría que decir en suma, la experiencia sobre el terreno. Es interesante cómo entendía su trabajo de director espiritual. Nunca lo vio de forma unidireccional o, en palabras del papa Francisco, autorreferencial. Al contrario, afirmaba que él también crecía con las gracias que Dios les daba a las personas que acompañaba como, por ejemplo, la M. María Angélica Álvarez Icaza (18871977), religiosa de la Visitación o la Sra. Concepción Cabrera de Armida (18621937), fundadora de las Obras de la Cruz. Dicho de otra manera, aprendía de ellas, lo cual, es una muestra de la humildad y de la apertura con la que vivía dicha tarea.
Ahora bien, ¿cuál fue su relación con las Obras de la Cruz? Mons. Martínez era como “una onda expansiva”, pues al dirigir a tantas personas –muchas de ellas con varias responsabilidades en la Iglesia a nivel de fundadores o superiores generales- dejaba, sin pretenderlo, una huella significativa en cada institución. De ahí que varias lo reconozcan como padre, amigo o protector; sin embargo, la razón por la que existe un vínculo especial con las cinco Obras de la Cruz, no parte de una postura de exclusividad, sino del hecho de que, tras haber conocido la espiritualidad que les dio origen, logró madurar como nunca antes en su vida espiritual. Y el contacto fue un “libro vivo”, en la persona de la Venerable Concepción Cabrera de Armida, pues la dirigió durante 12 años; es decir, del 7 de julio de 1925, hasta que murió, el 3 de marzo de 1937. De dicho trato, surgió la iniciativa de que hiciera votos privados como Misionero del Espíritu Santo (la quinta de las Obras) el 8 de diciembre de 1927 de lo que se conserva una constancia escrita de su puño y letra[1]. No se trató de una devoción ocasional, sino de un paso existencial que permeó todos sus escritos y homilías, porque cuando algo impacta o deja huella, influye en la propia vida.
También cabe preguntarse, ¿cuál es el legado de Mons. Martínez en el marco de la Espiritualidad de la Cruz; es decir, aquella que sigue a Jesús Sacerdote y Víctima, de aquel que se ofrece a sí mismo en favor de otros? Las reflexiones que hizo a partir de su capacidad teológica, filosófica y pedagógica de explicarla, de hacerla accesible y debidamente sustentada. Se volvió, por decirlo de alguna manera, el vocero de la Cruz del Apostolado, siendo alguien muy humano, notable por el sentido del humor que siempre tuvo y que facilitaba el trato con todos.
La relación entre Mons. Martínez y las Obras de la Cruz está marcada por la reciprocidad. Ambas partes, dentro del proyecto de Dios, crecieron. Él dio nuevas bases que, a su vez, fueron el resultado de haber asimilado el espíritu que las anima. Por lo tanto, no podemos entender su biografía fuera del antes y el después que supuso profundizar en aspectos claves como la cruz, el Espíritu Santo, la relación con Jesús Sacerdote, la Virgen María, el sagrario, etcétera. Lo anterior, lejos de desconectarlo del mundo, de sus obligaciones en un momento delicado entre la Iglesia mexicana y el gobierno, en realidad lo impulsaba a descubrir a Dios en medio de múltiples tareas. A la media noche, cuando estaba más tranquilo, entraba en el misterio de Jesús, lo contemplaba, repasando el día. Sin duda, un claro ejemplo de un arzobispo coherente que vale la pena conocer y, desde ahí, valorar el aporte de la Espiritualidad de la Cruz en la Iglesia universal.
Fuente consultada:
Misioneros del Espíritu Santo. (-). Luis María Martínez, Misionero del Espíritu Santo. 05/01/17, de M.Sp.S. Sitio web: http://msps.org/2015/12/luis-maria-martinez-misionero-del-espiritu-santo
Ahora bien, ¿cuál fue su relación con las Obras de la Cruz? Mons. Martínez era como “una onda expansiva”, pues al dirigir a tantas personas –muchas de ellas con varias responsabilidades en la Iglesia a nivel de fundadores o superiores generales- dejaba, sin pretenderlo, una huella significativa en cada institución. De ahí que varias lo reconozcan como padre, amigo o protector; sin embargo, la razón por la que existe un vínculo especial con las cinco Obras de la Cruz, no parte de una postura de exclusividad, sino del hecho de que, tras haber conocido la espiritualidad que les dio origen, logró madurar como nunca antes en su vida espiritual. Y el contacto fue un “libro vivo”, en la persona de la Venerable Concepción Cabrera de Armida, pues la dirigió durante 12 años; es decir, del 7 de julio de 1925, hasta que murió, el 3 de marzo de 1937. De dicho trato, surgió la iniciativa de que hiciera votos privados como Misionero del Espíritu Santo (la quinta de las Obras) el 8 de diciembre de 1927 de lo que se conserva una constancia escrita de su puño y letra[1]. No se trató de una devoción ocasional, sino de un paso existencial que permeó todos sus escritos y homilías, porque cuando algo impacta o deja huella, influye en la propia vida.
También cabe preguntarse, ¿cuál es el legado de Mons. Martínez en el marco de la Espiritualidad de la Cruz; es decir, aquella que sigue a Jesús Sacerdote y Víctima, de aquel que se ofrece a sí mismo en favor de otros? Las reflexiones que hizo a partir de su capacidad teológica, filosófica y pedagógica de explicarla, de hacerla accesible y debidamente sustentada. Se volvió, por decirlo de alguna manera, el vocero de la Cruz del Apostolado, siendo alguien muy humano, notable por el sentido del humor que siempre tuvo y que facilitaba el trato con todos.
La relación entre Mons. Martínez y las Obras de la Cruz está marcada por la reciprocidad. Ambas partes, dentro del proyecto de Dios, crecieron. Él dio nuevas bases que, a su vez, fueron el resultado de haber asimilado el espíritu que las anima. Por lo tanto, no podemos entender su biografía fuera del antes y el después que supuso profundizar en aspectos claves como la cruz, el Espíritu Santo, la relación con Jesús Sacerdote, la Virgen María, el sagrario, etcétera. Lo anterior, lejos de desconectarlo del mundo, de sus obligaciones en un momento delicado entre la Iglesia mexicana y el gobierno, en realidad lo impulsaba a descubrir a Dios en medio de múltiples tareas. A la media noche, cuando estaba más tranquilo, entraba en el misterio de Jesús, lo contemplaba, repasando el día. Sin duda, un claro ejemplo de un arzobispo coherente que vale la pena conocer y, desde ahí, valorar el aporte de la Espiritualidad de la Cruz en la Iglesia universal.
Fuente consultada:
Misioneros del Espíritu Santo. (-). Luis María Martínez, Misionero del Espíritu Santo. 05/01/17, de M.Sp.S. Sitio web: http://msps.org/2015/12/luis-maria-martinez-misionero-del-espiritu-santo
[1] AHMSpS, Caja 3, Años 19271961, Sección Gobierno, Serie Causas, Expediente 11.
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