Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Dios en la cárcel.

Dios en la cárcel. La primera mujer nombrada Capellán de una prisión.

por Juan García Inza

 
La primera mujer que es nombrada Capellán de una cárcel.
 
Nos lo cuenta Virginia RÓDENAS en http://personal5.iddeo.es/magolmo/carcel.htm ,que estuvo en una asamblea de capellanes penitenciarios.

María del Carmen Archanco, dominica misionera de la
Sagrada Familia, se sienta hoy entre unos setenta
curas con el orgullo de haber sido
elegida la primera mujer capellán de prisiones en España.
Se acomoda en el salón de actos de la casa  
de las franciscanas misioneras de la Madre del Divino Pastor.
«Ya va siendo hora
–explica María del Carmen–de que
en la  Iglesia las mujeres dejemos de estar en ese segundo
plano, de mano de obra exclusivamente, y tengamos otras
responsabilidades. Estoy contenta porque es un primer
paso»
.

 Esta monja, de cuidadísimo aspecto y labios repasados
en un suavísimo rosa pálido, ha recibido la recompensa a
cinco años de trabajo voluntario en el penal de Arrecife, en
Lanzarote, enseñando a los presos. El trofeo, esa capellanía de la
cárcel de Santa Cruz de La Palma, lo recibe «sin plantearme
grandes metas. En esto, lo primero que hay que hacer es
ganarse a la gente, que confíen en ti, que sepan que estás
dispuesta a escucharles y a tenderles una mano. Yo lo hago
desde la fe pero lo que prevalece es el elemento humano.
Luego, esa fe les acaba proporcionando esperanza».
.

En el pasillo, José Sesma, responsable del Departamento de
Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española,
ordena los grupos de discusión. Este sacerdote, que
desde 1971 ha trabajado tras los muros de varias penitenciarías
españolas, está marcado por su experiencia durante siete años
en la cárcel de mujeres de Barcelona. «He sido testigo de
historias impresionantes, he visto cómo las mujeres ´´se
comen los marrones´´, en el argot carcelario, de sus hombres,
auto inculpadas por dejar libres a sus compañeros, o que
eran condenadas como cómplices cuando lo único que habían
hecho era amar a sus parejas o pagar condenas muy serias,
como la de una madre a dieciséis años, por salvar la memoria
de la hija difunta... Yo creo  –hace un inciso– que si salvas a
la madre salvas a los hijos y así se crea una cadena que evita
la prisión a generaciones futuras. En esa esperanza reside la
labor del capellán y por ello es muy gratificante. Yo –dice con
rotundidad– vengo a la cárcel porque creo en la libertad y
todo lo que hago es en ese orden»
.

Sesma, sacerdote mercedario, conoce bien al violador del Ensanche,
el condenado López Maíllo que purgó su pena de 592 años por cien
violaciones atribuidas con diez años de cárcel y mucho fútbol. El
violador vive hoy en la casa que esta orden le ofreció. «Por ahora
–asegura– va bien. Pero el día en que se tuerza... Este muchacho
mostró arrepentimiento hasta el punto de que no quiso lucrarse
con sus crímenes rechazando las ofertas televisivas que le hicieron
dentro de la cárcel y le puedo asegurar que eran muy jugosas.
No quiso. Él sabe que hizo mal y es consciente del daño»
.

Las víctimas
El cura apoya la espalda en la pared de la angostura.
Desde las habitaciones contiguas llega el murmullo del trabajo
de los capellanes en grupo. Sólo se escuchan voces de fondo
tras las últimas palabras de José Sesma. Entonces irrumpe como
un golpe seco el recuerdo de las mujeres que atacó López Maíllo,
de tantas víctimas humilladas, heridas por una ferocidad atroz,
condenadas a no olvidar jamás, sin ninguna redención... Y le
preguntamos: «La Conferencia Episcopal tiene una Pastoral
Penitenciaria para atender a los reclusos pero ¿cómo es posible
que no se hayan acordado de las víctimas?»
. El sacerdote asiente:
«Tiene usted toda la razón. En el caso del violador del
Ensanche fueron atendidos los abogados, que cobraron; los
jueces, también; los agentes que lo detuvieron, lo mismo; el
mismo violador fue asistido en el centro penitenciario y ahora
mismo lo está siendo por el Estado... pero las víctimas no han
sido compensadas, a ellas no las ha atendido la sociedad y
nosotros que estamos en esa sociedad tampoco. Por eso
–anuncia– estamos trabajando para poner a este asunto pendiente
un remedio satisfactorio desde esta misma Pastoral Penitenciaria».



«Los internos confían en ti
–explica Sesma– hasta el punto de
que en una ocasión el abogado de una presa, que era funcionaria
de prisiones, me pidió a las puertas de la sala que la iba a juzgar
que la insistiera en que dijera al juez que había actuado por
amor, que estaba enamorada de aquel preso y que eso fue todo.
Ellos saben que el capellán sólo está ahí por motivos superiores,
que él no pierde ni gana. También se ha dado el caso de alguien
que me ha querido manipular y porque no me he dejado me han
retirado la palabra; pero yo seguía como si nada y al final acabó
cansándose»
.
Y cuando salían de permiso penitenciario o acababan
sus condenas, como López Maíllo, este cura mercedario se
llevaba a los penados a su casa. «Un día –recuerda José Sesma–
un chileno que vivía con nosotros y que había sido expulsado y
había vuelto a entrar en el país
´´le estoy hablando del año
1973", hace el inciso– estando solos en la casa, de repente, se me
volvió con un cuchillo con el fin de matarme. En ese momento no sé
qué me dio Dios y le dije: ¿Por qué me quieres matar?.
"Porque tú eres cura y a mí me han entrenado para matar´´. Entonces le
contesté: Estoy en tus manos, pero debes saber que hagas lo
que hagas ésta es tu casa y yo soy tu amigo. Dejó el cuchillo
y salió. Mandé que no se tocara nada de su habitación porque yo
debía mantener mi ofrecimiento. Y un buen día apareció, entró sin
decir nada en su habitación y se encontró con que estaba tal y cómo él
la había dejado. Hoy Santi vive en Noruega con su mujer y es
uno de mis mejores amigos. En esto –termina diciendo– uno no puede
permitirse el lujo de fallar, aunque sólo sea por estima personal»
.


Dios está en la cárcel, en cada cárcel con sus hijos los presos. El quiere llevarles, por medio de estos servidores entre rejas, un poco de alivio y esperanza. Nos recuerda la impresionante escena del Papa Juan Pablo II charlando humildemente con el terrorista que atentó contra su vida. No lo pudo sacar de su celda, pero le llevó la libertad a su alma.
 Una oración por ellos.
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