Conversión, también eclesial, para evangelizar
La conversión, que es una realidad profundamente personal e intransferible, también es eclesial. El pueblo cristiano vuelve a mirar a Dios y se deja interrogar y purificar por Él para responder a su plan salvador.
Es el pueblo cristiano, la Iglesia, la que es llamada a entrar en el desierto para escuchar la voz de Aquel que lo ha llamado, cambiar su mentalidad, renovar sus afectos, librarse de adherencias inoportunas para dar el fruto que pide la conversión. ¿Cuál? Una renovada fidelidad a Jesucristo y un compartir su misión, que es evangelizar y redimir y salvar.
El mundo nos desafía y nos cuestiona. Necesita de Dios aunque no lo reconozca o no se dé cuenta siquiera. La cultura se ha secularizado agresivamente y ha dejado a muchos al borde del camino, al arbitrio del más fuerte, desvalidos y despojados de sí mismos.
Y mientras, ¿cómo nos encontramos al interior de la Iglesia? ¿Qué fuerza evangelizadora, qué entusiasmo, qué convicción poseen nuestras parroquias, comunidades, movimientos, asociaciones?
La vitalidad evangelizadora vendrá de la conversión profunda -éste es tiempo de conversión-, de la escucha de Jesucristo, del discernimiento de los signos de los tiempos y del deseo ardiente de santidad para salir de nosotros mismos, de nuestras sacristías y salones (a veces, catacumbas fortificadas y cálidamente afectivas) y lanzarse a nuevas iniciativas, nuevas acciones y un nuevo espíritu y disposición de todo el pueblo cristiano, de todos los hijos de la Iglesia católica.
Por eso el tiempo de conversión es no sólo personal, sino también eclesial (o comunitario, para entendernos). Todos los miembros de la Iglesia viven un proceso nuevo, el de convertirse, para responder al ser propio de la Iglesia, la evangelización, la misión.
¿En qué hemos de convertirnos? ¿Qué habremos de alcanzar?
"Necesitamos vivir, personal y comunitariamente, un tiempo de conversión a la verdad del Evangelio, en nosotros, en nuestro género de vida, en nuestras organizaciones, en nuestros procedimientos, en la urgencia y sinceridad de nuestros objetivos. Necesitamos vivir una verdadera conversión personal y comunitaria a los valores y las notas comunes y profundas del seguimiento de Cristo y de la esperanza de la vida eterna, tenemos que recuperar la asiduidad en la oración, la pobreza real, el desprendimiento de los bienes y de las aspiraciones de este mundo, la sobriedad y austeridad de vida, la comunión fraterna apoyada en la humildad y en el amor sincero, la disponibilidad permanente para el servicio a los hermanos, sin ambiciones, sin personalismos, sin despreciar ni condenar a los que piensan o viven de manera diferente.Tenemos que aparecer ante el mundo como hombres de oración, amigos de la penitencia y de las vigilias de Jesús, hombres que superan la carnalidad y viven la espiritualidad de los hijos de Dios y ciudadanos del Cielo, cuya existencia encarna las bienaventuranzas de Jesús y las peticiones del "Padre nuestro", que viven en la lógica generosa y dinámica del amor, siempre atentos a las necesidades espirituales y materiales de los demás, libres de toda codicia, abiertos y sensibles a las necesidades de todos, dispuestos siempre a entender a quienes necesiten algo de nosotros.
Hay que superar la lógica del "mínimo necesario" para entrar en la lógica del amor generoso, que es la lógica del "máximo posible", la lógica de los mártires, de los consagrados y de las vírgenes, la lógica de quienes lo dejan todo para poner su vida limpiamente en manos de Dios y de su Iglesia, para vivir enteramente al servicio del Reino, sin pedir nada, sin esperar nada, sin lamentarse por nada. Sólo así seremos capaces de evangelizar y construir un mundo diferente, un mundo humano y fraterno, según el corazón de Dios, nacido de la fe y del amor.Cambiar ahora a una pastoral de evangelización obliga a todos a un esfuerzo espiritual grande...Para acertar hay que ver las cosas a más largo plazo. Hay que tratar de entender el presente desde los precedentes históricos y organizar nuestra vida y trabajos pensando en el futuro más que en el presente. Para eso hay que comenzar, ciertamente, por reconocer la situación como es. Estamos viviendo tiempos de desierto. Estamos pagando todavía las deudas de un pasado demasiado prepotente. Tenemos que aceptar lo que ocurre con cierta tranquilidad. Todo tiene una razón de ser. Pero reconocer la dureza del momento no es resignarse. Hay que reaccionar firmemente, con calma pero con decisión y eficacia. Y la eficacia tiene que estar primero en renovar espiritualmente nuestra propia vida y la vida de los cristianos, el vigor espiritual de nuestras comunidades. Sin miedo a ser pocos. Es preciso atender más a la autenticidad que a la cantidad.Las comunidades cristianas tienen que volver a ser diferentes, significativas, interpelantes. Para ello tenemos que vivir alimentándonos de lo que son las fuentes de vida de la Iglesia, tal como aparecen en los Hechos de los Apóstoles: la enseñanza de los Apóstoles, es decir, la doctrina de la fe y de la moral católica en estrecha comunión con los obispos y con el Santo Padre; la oración común y la fracción del pan, arraigados en Jesucristo presente y operante en medio de nosotros por la fe y los sacramentos; la comunión de bienes y el servicio a los pobres, el amor fraterno hecho norma de vida, la cogida, la fraternidad universal a favor de todos los necesitados. Y todo esto vivido con paz, con tranquilidad, en la verdad de Dios y del mundo, sostenidos y guiados por el Espíritu Santo y la fuerza del amor de Dios.Así los cristianos comenzamos a reconstruir el mundo querido por Dios, diferente; no el mundo del egoísmo sino el mundo del amor; no el mundo del bienestar y de la codicia sino el mundo de la comprensión, de la generosidad y de la fraternidad universal. siguiendo los criterios del Evangelio, sin sentirnos obligados a imitar a nadie fuera de la Iglesia, ni de izquierdas ni de derechas. A partir de aquí podremos ofrecer a nuestros hermanos una alternativa, la alternativa de un mundo con Dios, un mundo construido desde la fe y desde el amor de Dios, un mundo construido sobre los valores reales de la vida, que son la verdad, el amor y la esperanza.Todo esto requiere tiempo, sinceridad, fortaleza, paciencia, humildad y grandeza de ánimo. Al margen de ideologías, añoranzas e impaciencias. Éste, creo yo, es el camino. A esto nos llama el Señor cuando nos llama a la evangelización" (SEBASTIÁN, F., Evangelizar, Encuentro, Madrid 2010, pp. 188-191).
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