Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Participar (en la liturgia) recibiendo un sacramento

por Corazón Eucarístico de Jesús

Los sacramentos son preciosos y humildes tesoros[1], dones del Señor, que se nos dan para vivir en gracia, para santificarnos. No los tomamos por nosotros mismos, se nos dispensan, se nos entregan, para que los recibamos como un Don.
 
            La santa liturgia por ello tiene como protagonista central a Jesucristo que nos comunica, por su Misterio pascual, su propia vida, y por protagonista también al Espíritu Santo, que se derrama abundantemente en cada sacramento con gracias y efectos distintos. Todo en la liturgia debe estar al servicio de ese protagonismo central de Jesucristo y del Espíritu Santo, cediendo a la tentación de usurparlo.
 
            El peligro ya difundido es querer hacer de la liturgia un acto, con tono catequético, lúdico, distraído, donde al final es la propia comunidad la que se celebra a sí misma; es el hombre el que se pone en el centro de la liturgia, desplazando a Cristo y su Espíritu. Eso se muestra cuando la liturgia olvida su sacralidad, devoción, espiritualidad, y adopta las formas de fiesta humana, de intervenciones, de creatividad, sin un hondo espíritu religioso, de fe, de adoración. “No hay que dar por descontada nuestra fe. Hoy existe el peligro de una secularización que se infiltra incluso dentro de la Iglesia y que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones sin la participación del corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia” (Benedicto XVI, Hom. en el Corpus Christi, 11-junio-2009).
 
            Centro de la liturgia y autor indiscutible es Jesucristo y su Espíritu Santo, y debe ser bien visible; el pueblo cristiano reconoce su señorío y, con estupor, contempla cómo se da en cada sacramento.
 
          Forma excelente de participación en la liturgia es recibir algún sacramento, y el mero hecho de recibir es ya una participación que requiere discreción, fe y plegaria, en vez de ocupar el protagonismo humano. Participan recibiendo el sacramento (del Bautismo, de la Confirmación, el Matrimonio…) y ese es su modo peculiar y único de participación plena, consciente, activa, sin que eso suponga erigirse además en monitores, lectores, etc. Su modo de participación concreto es vivir el sacramento que están recibiendo. Esa es su forma de participación y no hay que buscar ni forzar ni inventar elementos “para que participen”, porque ya están participando realmente en una manera única y que no pueden ser sustituidos por nadie.
 
            Podríamos hacer un repaso de algunos sacramentos para reconocer en qué y cómo participan quienes los están recibiendo.
 
            a) Iniciación cristiana de adultos
 
            Bautismo de adultos: ¿cómo participan los “electi” que van a ser bautizados? ¿Tal vez haciendo moniciones o proclamando lecturas o leyendo un manifiesto de compromiso? Su modo de participación es especial y singular: realizar la renuncia al pecado y la profesión de fe a las preguntas del Obispo, ser ungidos con el óleo de los catecúmenos, ser bautizados, después recibir la vestidura blanca y el cirio encendido, y finalmente, ya en el presbiterio, ser crismados para recibir el Espíritu Santo en la Confirmación.
 
            Entonces, terminados los ritos bautismales, comienza la oración universal, normalmente dirigida por un diácono (ese es oficio propio del diácono) proponiendo las intenciones y todos los fieles oran a cada intención. Es oficio sacerdotal por el bautismo y los ya neófitos “participan por primera vez”[2], no en el sentido de que lean ellos cada intención, sino orando juntos como cristianos sacerdotes a aquello que el diácono propone. Su participación, como la de los demás fieles, es orar e interceder, rezando o cantando la respuesta de cada petición.
 
            Finalmente, participan aportando el pan y el vino que presentan al Obispo como materia para el sacrificio eucarístico, y sólo pan y vino, todo el pan y vino necesarios para la comunión, excluyendo –como sabemos- esa innovación extraña de ofrendas simbólicas con moniciones explicativas. “Mientras se entona el canto para la presentación de dones, es oportuno que algunos neófitos lleven al altar el pan, el vino y el agua para la celebración de la Eucaristía” (CE 428; RICA 232). “Es conveniente que el pan y el vino sean presentados por los neófitos, o, si son niños, por sus padres o padrinos” (CE 370). Finalmente, ese día, “es conveniente que los neófitos reciban la sagrada Comunión bajo las dos especies” (ibíd.), ya que esa es la plena participación[3].
 
            b) Confirmación
           
            En el sacramento de la Confirmación, el modo de participar de los confirmandos es ser confirmados, recibir la Crismación de manos del Obispo. Parece evidente, y sin embargo, la praxis pastoral-litúrgica no lo ve tan evidente. Quien va a ser confirmado tiene su modo propio, especialísimo y único de participar: son llamados y presentados al Obispo después del evangelio y antes de la homilía (CE 461), y tras la homilía renuevan los compromisos bautismales (CE 463) interrogados por el Obispo; oran intensamente mientras el Obispo impone las manos al recitar la oración “Dios todopoderoso” pidiendo el Espíritu Santo, y participan recibiendo la crismación en la frente. Ese modo de participación es único y excelente: reciben de Dios, oran a Dios, son sellados por Dios.
 
            El Ritual permite que ese día las intenciones para la oración de los fieles, las proponga uno de los confirmandos: “el diácono, o bien un ministro (o uno de los confirmandos) añade las siguientes peticiones…” (RC 35)[4].
 
            En ese día “mientras se canta el canto de la presentación de dones, algunos confirmados oportunamente llevan el pan, el vino y el agua para celebrar la Eucaristía” (CE 470[5]) –de nuevo se repite lo de siempre: un canto procesional, ninguna monición explicativa y aportar la materia del sacrificio eucarístico sin inventar ofrendas simbólicas para que suban más confirmandos al presbiterio-. Especial importancia tiene “la recitación de la oración dominical (Padre nuestro), que hacen los confirmandos juntamente con el pueblo… porque es el Espíritu el que ora en nosotros, y el cristiano en el Espíritu dice: ‘Abba, Padre’” (RC 13): se subrayará oportunamente tanto en la catequesis previa como en la monición sacerdotal. “Los confirmados, sus padrinos, sus padres, los catequistas y los familiares pueden recibir la Comunión bajo las dos especies” (CE 470).
 
            c) Primeras comuniones
 
            Algo similar a lo anterior deberíamos entender para las llamadas “primeras comuniones”, situadas en la infancia cuando aún no han recibido siquiera el sacramento de la Confirmación. Los niños participan a su modo propio, es decir, uniéndose a Cristo y recibiéndole por primera vez en el Sacramento eucarístico: así participan plenamente. Podrán –como los neófitos o los confirmandos- aportar la materia del sacrificio, presentando el pan y el vino (toda la cantidad necesaria que haya que consagrar), sin tener que añadir ofrendas superfluas, “simbólicas” con la excusa de que todos “participen”. Mucho menos apropiado por sentido común es que se conviertan también en lectores y monitores entendiendo su participación en la Eucaristía como la primera vez que comulgan y desempeñan todos los oficios y ministerios litúrgicos. Los niños participan del modo que les es propio y único: comulgando por vez primera.
 
            d) Matrimonio
           
            El sacramento del Matrimonio espera una participación real de los esposos, según el modo propio: pronunciar el consentimiento y recibir la solemne bendición nupcial. Los novios no van a participar más por inventar moniciones, o que lean una poesía, o proclamen las lecturas bíblicas. Su modo propio es realizar el consentimiento matrimonial y recibir el don del Espíritu que genera la caridad conyugal.
 
            Ellos, y sólo ellos, tienen una participación especial en cuanto contrayentes: responden al escrutinio del sacerdote “acerca de la libertad, de la fidelidad, de la disposición para recibir y educar a los hijos” (CE 607) y pronuncian el consentimiento. Después, como expresión de la donación mutua, la entrega de los anillos y de las arras. “En la preparación de los dones, el esposo y la esposa pueden llevar el pan y el vino al altar, según la oportunidad” (RM 76). Tras el Padrenuestro, puestos de rodillas (RM 81), reciben la bendición nupcial como una solemne plegaria de consagración, mientras oran intensamente; por último, “los esposos, sus padres, los testigos y los familiares pueden recibir la Comunión bajo las dos especies” (CE 612).
 
 
            La pastoral litúrgica debe permitir que, tras una sólida catequesis y mistagogia, cada uno comprenda que participar es recibir el Sacramento como un don y que recibiéndolo, ya participa en grado excelente. Por tanto, no hay que añadirle más elementos buscando “participación”, sino ayudar a que vivan intensamente la liturgia sacramental. Son distorsiones de la liturgia la mera multiplicación de moniciones, de discursos de “acción de gracias” después de la comunión, de ofrendas simbólicas acompasadas con moniciones. La liturgia es mucho más pastoral: permite que vivamos santamente las cosas santas y recibamos los humildes y preciosos sacramentos con conciencia de fe y devoción sin añadidos superfluos.
 
 
[1] “Humildes y preciosos sacramentos de la fe” los llama Juan Pablo II en la exh. Reconciliatio et Paenitentia, 31, I.
[2] CE 369; cf. Misal romano, Vigilia pascual, n. 49.
[3] “Finalmente, se tiene la celebración de la Eucaristía, en la que por primera vez este día y con pleno derecho los neófitos toman parte, y en la cual encuentran la consumación de su iniciación cristiana. Porque en esta Eucaristía los neófitos, llegados a la dignidad del sacerdocio real, toman parte activa en la oración de los fieles, y en cuanto sea posible en el rito de llevar las ofrendas al altar; con toda la comunidad participan en la acción del sacrificio y recitan la Oración dominical, en la cual hacen patente el espíritu de adopción filial, recibido en el Bautismo. Finalmente, al comulgar el Cuerpo entregado por nosotros y la Sangre derramada también por nosotros, ratifican los dones recibidos y pregustan los eternos” (RICA 36).
[4] La rúbrica no puede ser más un interesante: “un” diácono, o bien “un” ministro o “uno” de los confirmandos, no un lector distinto por petición, ni un confirmado por petición. Solamente un lector.
[5] “Algunos de los confirmados pueden llevar al altar el pan, el vino y el agua para la Eucaristía. Mientras tanto, se puede cantar un canto apropiado” (RC 39).
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