"Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro"
La esperanza es una virtud teologal preciosa, serena y dulce. Sobre ella necesitamos ser formados, conocerla, para que, ya que se nos infundió gratuitamente en el bautismo, la podemos desarrollar en nosotros.
¿Qué esperamos? Lo grande y lo definitivo, aquello que orienta al hombre de modo completo. Lo decimos en el Credo: "espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro". Esa esperanza es la que ilumina toda la vida.
Veamos algo del contenido de la virtud de la esperanza con una síntesis del artículo de G. Cottier en Communio, ed. francesa, IX, 4- julio-agosto 1984, pp. 4-9.
"La noción de esperanza teologal es la única capaz de explicar, sin separarlos ni oponerlos, sino relacionándolos, los dos aspectos de la esperanza que son la espera individual de la bienaventuranza (los medios que la permiten y los bienes que promete) y la espera de la Iglesia en tensión hacia los fines últimos.
...Así somos destinados a la gloria de Dios; claro que gracias a la esperanza, esta gloria es ya nuestra, y la esperanza no podría defraudar, porque se apoya en el poder de Dios que realizó sus promesas por la muerte reconciliadora de su Hijo, resucitado de entre los muertos. El alma deificada vive así en la espera gozosa de la visión beatífica. Es decir, que un dinamismo inaudito cuyo origen está en Dios es el distintivo propio de la existencia cristiana. Y este dinamismo implica con él todo lo que nos puede conducir a esta bienaventuranza y nos lleva además hacia el conjunto de los frutos de este don supremo: Et exspecto resurrectionem mortuorum et vitam venturi saeculi.
El carácter propiamente teologal de la esperanza aparece plenamente al considerar su dimensión subjetiva. Se debe hablar de la locura de la esperanza, en el sentido en que Pablo habla de la locura del mensaje (cf. 1Co 1,21). Porque esperar, en sentido cristiano, es esperar en Dios. Aquel que espera, espera para sí la bienavenaturanza porque se apoya en la ayuda de Dios. Porque esto es lo que permite la loca audacia de la esperanza: esperar participar en la fruición de Dios mismo, es la certeza del apoyo del Amor todopoderoso. Esta certeza, fuente de alegría, descansa en las promesas inquebrantables de Dios, atestiguadas por la muerte y la resurrección de Cristo. La gracia del Espíritu Santo da testimonio de ello en el corazón de los creyentes. Esta certeza es totalmente específica de la esperanza teologal.
La fórmula del Credo nos orienta hacia la dimensión de la fe eclesial y escatológica de la esperanza. Se toca aquí el misterio de la Iglesia que, según la profunda fórmula del P. Clérissac, es "tebaida [desierto] y ciudad". El bautizado es miembro de la Iglesia, esta pertenencia es constitutiva de su ser cristiano, y cuando más profundamente se vive, más se realiza la persona en su línea de persona. El primado de la persona no significa aislamiento, y la comunión de las personas, lejos de absorber al ser humano en lo social, destaca el carácter único de cada uno. No hay un equivalente natural a este misterio: este impulso de toda mi persona hacia el encuentro con Dios uno y trino que me acoge como hijo en su propia bienaventuranza me adentra en la comunión de personas. La esperanza es a la vez personal y eclesial...
Entre estos dos aspectos de la esperanza que son la espera para mí de la bienaventuranza y la espera de la Iglesia en tensión hacia el eschaton (los fines últimos), no se podría ver oposiciones ni separaciones.Una vez más, el bautizado, en aquello que constituye el corazón de su vocación personal, es miembro de la Iglesia. Uno y otro aspecto forman parte del objeto de la esperanza, tomada en su integridad. Mencionemos aquí el alcance eclesial de la afirmación de santo Tomás: en virtud de la unión de caridad, se puede esperar la bienaventuranza para los demás [STh. II-II, q. 17, a. 3].
La esperanza teologal no debe conducirnos a ignorar el valor de la esperanza humana. Más bien nos permite tomar su justa medida. Es por el apoyo divino como la esperanza teologal adquiere su certeza. Pero la esperanza teologal no suprime la esperanza como actitud fundamental del hombre viviendo su temporalidad. En la espera de un bien futuro, cuya conquista requerirá lucha y esfuerzo, el hombre expresa su humanidad. Pero a esta esperanza le falta precisamente la certeza, porque el hombre, por sus limitaciones, no podría ser el maestro absoluto del futuro. La experiencia de esta finitud en el corazón de la espera es sin duda una de los orígenes de los mitos y de las utopías, que funcionan como compensación".
Dedicaremos la siguiente catequesis a la esperanza, continuando con este artículo, por las ideologías y humanismos ateos.
¿Interesante, no?
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