El ejercicio de la teología en von Balthasar (I)
El 23 de junio de 1984, el teólogo Hans Urs von Balthasar recibió de manos del papa Juan Pablo II el Premio internacional "Pablo VI" por su contribución a la teología. Fue todo un reconocimiento a su trayectoria teológica, tan llena de eclesialidad.
El discurso pronunciado por Juan Pablo II fue una presentación de qué es la verdadera teología y cuál la contribución de von Balthasar al pensamiento católico, como verdadero teólogo.
Con este discurso podemos entonces comprender y captar qué es la teología y cuál la aportación de Balthasar que vivió de esa forma elevada, contemplativa, orante, obediente, la teología:
"Queridos hermanos y hermanas:
1. Estoy verdaderamente contento de acogeros y saludaros en el nombre del Señor. “Gracia y paz a vosotros de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo” (2Ts 1,2). Estas palabras de san Pablo las repito con ánimo alegre a cada uno de vosotros que participáis en este significativo encuentro, el cual pretende honrar la cultura religiosa mediante la entrega de un premio a quien, con su obra, ha dado a tal cultura una contribución de relieve notable y reconocido.
Nos encontramos, en esta solemnidad de san Juan Bautista, con el recuerdo de mi inolvidable predecesor Pablo VI, que desde los comienzos del servicio como pastor de la Iglesia universal me ha complacido llamar “mi verdadero padre” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, 4) para indicar públicamente qué profundo afecto me liga a su memoria. Nuestro pensamiento en este momento retorna a él y a los años de su pontificado, con sentimientos inmutables de admiración y de gratitud por cuanto él hizo al guiar la mística barca de Pedro.
2. Una palabra de aprecio por la iniciativa y de sincero aplauso deseo dirigir ante todo al Instituto “Pablo VI”, que la diócesis de Brescia, con feliz decisión, ha promovido para honrar de modo original al más digno de sus hijos. Cuando el 26 de septiembre de 1982 tuve la alegría de visitar la tierra natal de Juan Bautista Montini expresé el deseo de que el Instituto fuese “siempre instrumento de verdad y de amor a la Iglesia” (Alocución, 26-septiembre1982). Quiero repetir también hoy tal deseo, mientras doy las gracias al querido hermano monseñor Bruno Foresti, obispo de Brescia, por los sentimientos manifestados en nombre de todos.
La iniciativa de un premio internacional titulado de Pablo VI para atribuir “periódicamente a una persona o a una institución cuya obra haya contribuido de modo relevante al desarrollo de la investigación o del conocimiento religioso” (Reglamento del premio “Pablo VI”, art. 1) se añade felizmente a las otras que el Instituto ya ha realizado. Vincula de forma sugestiva y permanente el nombre de Pablo VI a una de las más comprometidas empresas humanas –la del conocimiento religioso- que a lo largo de toda la vida estuvo en el centro de sus intereses y de su solicitud pastoral. Deseo de corazón que también la iniciativa del premio permanezca siempre como un medio al servicio de la verdad y de la Iglesia.
Al profesor Hans Urs von Balthasar le expreso mis cordiales felicitaciones. La expresión de estima, que se le tributa con la asignación de este premio, lo conforte por la fatiga vivida y lo ayude a continuar la investigación, en la que ella ha obtenido resultados muy significativos. La pasión por la teología, que ha sostenido su compromiso de reflexión sobre las obras de los padres, de los teólogos y de los místicos, obtiene hoy un importante reconocimiento. Él ha puesto sus vastos conocimientos al servicio de un “intellectus fidei”, que fuese capaz de mostrar al hombre contemporáneo el esplendor de la verdad que proviene de Jesucristo. La ceremonia de hoy pretende dárselo en este acto y expresarle reconocimiento.
3. Ante todo, la teología es un servicio a la verdad. Participa del fin al cual toda investigación científica se orienta. Este fin es el conocimiento d ela verdad. Para alcanzar este fin, el teólogo, como cualquier persona dedicada a la ciencia, debe considerar la verdad como el bien más precioso de la inteligencia.
La debe buscar con paciencia, rigor, y con amplia, generosa dedicación. Debe ser honesto respecto a ella. Sobre todo la debe amar. Si la ama, la buscará con deseo y la alcanzará con alegría. El “gaudium de veritate”, del que habla san Agustín, y que Pablo VI indicó tantas veces como término último de nuestro pensar, será para él el premio de su fatiga.
Amar la verdad quiere decir no servirse de ella, sino servirla; buscarla por sí misma, no plegarla a las propias utilidades y conveniencias. Tanto más el científico, y también el teólogo, debe dejarse guiar por estos principios, cuanto más está movido por la convicción de que también el mínimo fragmento de verdad es siempre un reflejo, mejor una participación, en la única verdad absoluta, que es Dios. “Est enim una sapientia absoluta”, escribe santo Tomás, en el comentario al evangelio de san Juan, “quem per essentiam est veritas, scilicet ipsum esse divinum qua veritate omnia vera sunt vera” (Sto. Tomás, In Evangelium Ioannis, lect. 1, n. 22). El amor por la verdad es, al menos implícitamente, amor por Dios, y el amor a Dios genera el amor a la verdad.
4. La teología es sin embargo un servicio a la Verdad revelada. Esto no impide y ni siquiera compromete la cientificidad de la investigación; pero la orienta de modo original y le confiere un valor que las otras ciencias no poseen. La verdad estudiada por el teólogo no es fruto de una conquista, sino el don que Dios, en su inescrutable y maravilloso designio de amor, ha hecho a los hombres manifestándose a sí mismo principalmente mediante la santa humanidad de Jesucristo, el cual es el mediador y la plenitud de toda la revelación. “Hablamos de una sabiduría, sí, pero de una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo que son reducidos a la nada; hablamos de una sabiduría divina, misteriosa, que está escondida, y que Dios ha preordenado antes de los siglos para nuestra gloria” (1Co 2,6-7).
La verdad, a la que sirve la teología, no es, así pues, simplemente un sistema conceptual construido con respeto a reglas lógicas. Ni siquiera se reduce a una serie de hechos empíricamente comprobables. Es primeramente Dios mismo, que en Jesucristo por medio del Espíritu Santo se da a conocer al hombre.
El servicio que la teología debe prestar a la verdad revelada es la continuación exploración de ella. El objetivo es descubrir en ella y expresar de ella, hasta donde es posible, todos los aspectos, la armonía, la unidad, la belleza. La exploración no terminará nunca, porque la verdad de Dios es infinita y porque la inteligencia humana no puede acercarse a ella sino por grados sucesivos.
Este servicio se realiza, principalmente, mediante el respeto, el obsequio, la fidelidad que el teólogo debe nutrir por la verdad revelada. Ningún resultado, pero tampoco ninguna hipótesis deberá nunca contradecir “las palabras de Dios” proferidas por aquel “que Dios envió” (cf. Jn 3,34) (Dei Verbum, 4). Ningún medio, al que el teólogo recurre para la investigación, y ninguna revisión de la estructura epistemológica de la teología son aceptables, si no respetan plenamente la divina verdad. Ninguna interpretación deberá nunca olvidar la sobrenaturalidad y el origen trascendente de la verdad revelada.
El servicio a la verdad revelada, además, requiere siempre un gran sentido del misterio, que acompañe a la auténtica investigación teológica. Esto impide que la verdad revelada se reduzca en términos racionalíticos o desnaturalizada a nivel de una ideología. Por el contrario, esto mantiene viva la conciencia de la infinita distancia entre Dios y nosotros, y por tanto, de la infinita condescendencia misericordia que Dios ha tenido con nosotros cuando, en la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4,4), el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (cf. Jn 1,14). Por este motivo, el teólogo no puede más que asombrarse frente a las maravillas de Dios, y sentirse impulsado por su mismo compromiso de investigación a doblar las rodillas en el diálogo de la oración y a intensificar su vida de fe. Como bien ha escrito el profesor Hans Urs von Balthasar (Córdula, p. 108), en la oración que está a al escucha y en la fe que se abre a la contemplación, “se desvela qué quiere y dice Cristo nuestro fuente”. Radica aquí la “indivisibilidad entre teología y espiritualidad”, a la que él hace poco se ha referido" .
(Juan Pablo II, Disc. con ocasión de la entrega del “Premio Internacional Pablo VI” a Hans Urs von Balthasar, 23-junio1984)
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