¿Profetas y santos? (II)
Vamos pues con el artículo del Card. Garrone al hilo de lo que explicábamos en el primer tema de "profetas y santos".
"Hoy el mundo está buscando su propio camino. Cada cual se siente turbado y no sabe por dónde tirar. Todos, más o menos, miran a su alrededor por ver si descubren al "profeta" que les traiga la luz. Pero Dios no multiplica los profetas. Por otra parte, se requiere un cierto tiempo para probar la validez de sus mensajes. Después de un Elías o de un Eliseo aumenta el ´numero de falsos profetas. Cuando se les convoca al Carmelo acuden a centenares, pero allí no hay más que un Eliseo.
Este apelo a los profetas, que resuena un poco en sordina por todas partes, no puede menos de hacer surgir "vocaciones". No todas ellas son fraudulentas. Muchas son ilusorias. Ahora bien, antes de utilizar los recursos, siempre raros y aleatorios que el Espíritu pone a disposición de su Iglesia, es preciso empelar los medios ordinarios, consistentes sobre todo en la caridad que Dios acrecienta en proporción a las necesidades. la caridad por sí sola es capaz de hacer milagros. Entonces, la búsqueda del camino auténtico no es otra cosa que el resultado del trabajo lento, paciente, continuo y oculto de los hombres de buena voluntad, dóciles a la palabra de la Iglesia y a la voz interior de Dios.
Se buscan profetas. Pero habría que pedir santos, puesto que es menos necesario descubrir novedades en la Iglesia que hacerse más sensibles para captar los aspectos nuevos que encierran las cosas antiguas, con tal que éstas sean auténticamente de Dios.
Cardenal Gabriel-Marie Garrone, "¿Profetas o santos?", Oss Rom, ed. española, 6-abril1969
"Hoy el mundo está buscando su propio camino. Cada cual se siente turbado y no sabe por dónde tirar. Todos, más o menos, miran a su alrededor por ver si descubren al "profeta" que les traiga la luz. Pero Dios no multiplica los profetas. Por otra parte, se requiere un cierto tiempo para probar la validez de sus mensajes. Después de un Elías o de un Eliseo aumenta el ´numero de falsos profetas. Cuando se les convoca al Carmelo acuden a centenares, pero allí no hay más que un Eliseo.
Este apelo a los profetas, que resuena un poco en sordina por todas partes, no puede menos de hacer surgir "vocaciones". No todas ellas son fraudulentas. Muchas son ilusorias. Ahora bien, antes de utilizar los recursos, siempre raros y aleatorios que el Espíritu pone a disposición de su Iglesia, es preciso empelar los medios ordinarios, consistentes sobre todo en la caridad que Dios acrecienta en proporción a las necesidades. la caridad por sí sola es capaz de hacer milagros. Entonces, la búsqueda del camino auténtico no es otra cosa que el resultado del trabajo lento, paciente, continuo y oculto de los hombres de buena voluntad, dóciles a la palabra de la Iglesia y a la voz interior de Dios.
Se buscan profetas. Pero habría que pedir santos, puesto que es menos necesario descubrir novedades en la Iglesia que hacerse más sensibles para captar los aspectos nuevos que encierran las cosas antiguas, con tal que éstas sean auténticamente de Dios.
Por eso, nuestra esperanza será inútil, si antes de buscar otras fuentes no hemos acudido a las fuentes genuinas, y si el primer instrumento para realizar esta búsqueda no ha sido la fe. Estamos viviendo un momento histórico en el que es preciso modificar en profundidad nuestras costumbres para adaptarnos al cambio radical que se está produciendo en el mundo. Por eso, hoy más que nunca el bien de la Iglesia y el de cada uno de nosotros exigen que las verdades esenciales de la fe iluminen nuestro camino, y que la confianza en Dios y la oración formen el clima propicio para poder llevar a cabo cualquier tipo de búsqueda.
Las dificultades de la hora presente son evidentemente nuevas, como es nuevo el tiempo que las engendra. Pero no por eso son insuperables. Para Dios no hay nada imposible. A cada paso encontramos en la vida de la Iglesia pruebas que a menudo desconciertan. En el plan de Dios, estas pruebas son para estimularnos a recurrir en todo momento a Aquél que puede hacérnoslas superar. Hemos de convencernos de que Dios es nuestro apoyo. Pero no podemos estar plenamente convencidos de ello, si los acontecimientos no nos obligan a dirigirnos a Él incesantemente.
Es inevitable que cada generación descubra algún aspecto original de este problema. parece como si durante el largo caminar del Pueblo de Dios no hubiera ocurrido nunca una cosa semejante ni se hubiera pasado por momentos tan difíciles. Este sentimiento nace de considerar que ninguna dificultad es perfectamente idéntica a la precedente. Cada una de ellas reclama una solución apropiada. Es cierto. Pero este sentimiento resulta nocivo cuando deja creer que la Iglesia está viviendo, por primera vez en nuestros días, un drama que envuelve y turba por su dimensión y profundidad las conciencias de las hombres.
La Iglesia superó las trágicas pruebas por las que tuvo que pasar durante los siglos III, XIII, XVI y XIX. Por eso cuanto mejor se conocen las dificultades que debieron superar los hombres de aquellas épocas, mejor se comprende lo que la gracia es capaz de realizar también en nuestros días. La lección de quienes soportaron el peso de la Iglesia entre aquellos oleajes nos sirve a nosotros de estímulo y de ejemplo.
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