Sobre la Iglesia (III)
La Iglesia es una comunidad litúrgica, es decir, la liturgia es su fuente y su culmen, allí donde la Iglesia se manifiesta a sí misma -epifanía de la Iglesia-, alcanza su culmen, lo más preciado, y a la vez de la liturgia mana como una fuente la vida santificadora de la Iglesia con la cual regenerará el mundo.
La liturgia no es un ritual inmutable ni unas ceremonias externas, sino la misma vida de Cristo comunicándose a sus miembros, a su Cuerpo. De ahí que la Iglesia, viviendo bien la liturgia, santa y fructuosamente, se reencuentre a sí misma y descubra a su Señor en Ella, agraciándola, transfigurándola, enviándola.
La liturgia es tesoro preciosísimo para la Iglesia ya que de ella recibe toda su vitalidad sobrenatural; cuanto más cuide la liturgia y potencia la participación interior y fructuosa, mejor responderá a su vocación sobrenatural, aquella que recibió de su Cabeza para evangelizar e instaurar todo en Cristo.
Cuando la vida litúrgica es pobre, exterior o descuidada, es porque la vida misma de la Iglesia está aquejada de diversas dolencias o males, llámense tibieza, subjetivismo o secularización interna; pero la liturgia es un reflejo fiel de lo que la Iglesia está viviendo y de su situación espiritual. Al reforzar la liturgia, celebrándola con unción y según los libros litúrgicos, con fidelidad al Misterio, fortaleceremos la vida real -interior y sobrenatural- de la Iglesia.
"La liturgia es una realidad integral. Por eso se distingue de la religiosidad basada en simples fórmulas (racionalismo) y de la devoción sentimental (romanticismo). En la liturgia, el hombre tiene que tratar con realidades temporales -hombres, cosas, ceremonias, elementos-, pero también con realidades metafísicas, es decir, con el Cristo viviente y con la Gracia real. la liturgia no es un mero pensar, tampoco un simple sentir, es, antes que nada, un hacer, un desarrollarse, un llegar a la madurez, una existencia. La liturgia es un llegar a la plenitud y progresar hacia la madurez. En ella, todo lo natural debe despertarse y ser poseído, transformado y transfigurado por la Gracia. Todo esto debe acontecer en la persona de Cristo, por medio del amor abrasador del Espíritu Santo, orientado hacia la Majestad del Padre que atrae todo hacia sí.
La liturgia transforma todo lo existente: a los ángeles, a los hombres y a las cosas, a todos los contenidos y acontecimientos de la vida, a toda la realidad natural (contenida por lo sobrenatural), y a toda la realidad creada (orientada hacia el Ser increado).
Esta realidad así consumada se configura por las leyes constitutivas de la Iglesia, es decir, por la ley de la verdad del Dogma, por la ley cúltica del Rito y por la ley ordenadora del Derecho Canónico.El desarrollo mismo no se consuma según programas y recetas artificiales, sino porque se realiza de la misma manera que se sucede toda vida: en el ritmo. Sobre esto aquí no podemos decir más. Lo que es la proporción y el equilibrio para lo que existe en conexión con muchas otras cosas, es el ritmo para lo correlativo: la repetición cadenciosa en la variación, en cuanto el momento siguiente reproduce el precedente al mismo tiempo que lo sobrepasa. De este modo, lo viviente se eleva hacia su perfección y completa su transfiguración. La liturgia es un movimiento rítmico, único en su género. Aquí es necesario hacer revelaciones de incalculable importancia. Debe resurgir aquello que la Edad Media vivía como algo natural y evidente, aquello que se ofrece en las Rúbricas de la Iglesia, pero que la conciencia religiosa ha perdido de vista.
El contenido de la liturgia es la vida de Cristo. Lo que él era y hacía sigue vigente de una manera real y misteriosa. Insertada en esos ritmos y símbolos, esta vida de Cristo se renueva en el transcurso del año litúrgico y en su sacrificio sacramental ininterrumpido. Este suceso es la ley viviente en la que el creyente crece "hasta la medida de la plenitud de los tiempos, cuando todo tendrá a Cristo por cabeza". Vivir litúrgicamente no significa dedicarse a un pasatiempo cualquiera que puede ser atrayente, significa colocarse en este orden establecido por el mismo Espíritu Santo, conducidos por los dones y el amor del Espíritu Santo, viviendo en Cristo y, de esta manera, elevados hacia el Padre. Esto exige una disciplina permanente, una muy profunda formación interior y ejercitación, todo lo cual nos queda aún por explicitar. ¡Luego de hacerlo, nadie más sostendrá que la liturgia es, por naturaleza, algo estático!La liturgia es la totalidad de la creación, insertada en la relación que se establece con Dios por medio de la oración; es la naturaleza en toda su exuberancia, avivada y transfigurada por la plenitud de la Gracia, organizada mediante la ley de vida del Dios Trino, creciendo necesariamente a ritmo sencillo, pero, a la vez, infinitamente rico. La liturgia es el depósito y la expresión de la vida de Cristo y del cristiano. La liturgia es la creación redimida y orante, por lo tanto, ella es la Iglesia en oración" (Guardini, R., El sentido de la Iglesia, Buenos Aires 2010, pp. 28-29).
Estos contenidos anticipan lo que la Iglesia misma afirmará en el Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia y la Liturgia; en efecto, Sacrosanctum Concilium dirá:
"La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte, la Liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados "con los sacramentos pascuales", sean "concordes en la piedad"; ruega a Dios que "conserven en su vida lo que recibieron en la fe", y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin" (SC 10).
También Juan Pablo II definirá la Liturgia como la epifanía de la Iglesia, mostrando así su implicación existencial:
"el Concilio ha querido ver en la Liturgia una epifanía de la Iglesia, pues la Liturgia es la Iglesia en oración. Celebrando el culto divino, la Iglesia expresa lo que es: una, santa, católica y apostólica... De esta manera es como el Misterio de la Iglesia es principalmente anunciado, gustado y vivido en la Liturgia " (Carta Ap. Vicesimus Quintus annus, 9).
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