El consuelo en el sufrimiento
Por la cruz del Señor viene el Espíritu Santo, brotando de su costado abierto. Y siempre que aparece la cruz en la vida del cristiano, el Espíritu Santo es derramado como consolación interior.
En el sufrimiento, es el Espíritu Santo quien nos sostiene y alivia interiormente. Consolar es dar fuerzas, ofrecer palabras de aliento y ánimo, acompañar en ese reducto de soledad íntima que acarrea todo sufrimiento: esa es la acción del Espíritu Santo que viene a confortar.
Consolando el Espíritu Santo, el alma puede permanecer firme en la tribulación y el sufrimiento porque sus palabras y su dulzura dan fuerzas al alma. Entonces nos hace firmes y fuertes desde dentro.
Además es un consuelo interior, intimísimo. Las personas, los amigos verdaderos que nos rodean, pueden ofrecer algo de consuelo, aliento, acompañándonos un trecho, pero nadie puede llegar al interior del alma y comprender la profundidad del propio sufrimiento, actuando dentro. Sólo el Espíritu Santo puede acceder al santuario interior de la persona, asumir el dolor que nos aflige, y consolar con suavidad. El Espíritu Santo Paráclito, Consolador, nos acompaña, va con nosotros, nos abraza con ternura, sugiere mociones que dulcifican y apaciguan el sufrimiento como nadie jamás puede hacerlo.
Es el Espíritu Santo el mejor recurso, abogado y amigo ante las múltiples experiencias de sufrimiento. Con su acción, además, infunde paz y serenidad en el sufrimiento, aun cuando estemos abatidos y humanamente ya sin fuerzas. En esa situación, con el don de ciencia, nos hace conocer el sufrimiento de Jesús, reconocer a Cristo a nuestro lado, unir a su sufrimiento redentor nuestro propio sufrimiento.
"Algunas veces es nuestra propia experiencia de dolor o sufrimiento la que conmoverá nuestros corazones y los hará más sensibles a las situaciones difíciles de nuestros hermanos y a la tragedia de la existencia humana. Y si el Espíritu está con nosotros, nuestro sufrimiento y dolor no nos amargarán. De hecho el dolor debería templarnos y hacernos vibrar ante la realidad del dolor del mundo con simpatía, empatía y amor, que se expresa en presencia y se encarna en acción por la libertad" (RAYAN, S., El Espíritu Santo, Salamanca 1990, p. 123).
¡Ven Espíritu Santo, luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo!
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