Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Contemplación de Jesús evangelizador (I)

por Corazón Eucarístico de Jesús

En los documentos pontificios, junto a las grandes frases claves y párrafos memorables, que marcan una línea de trabajo y de reflexión, hay otros párrafos y apartados, que, sin tanta importancia, ofrecen una meditación serena y gozosa. Pueden pasar desapercibidos, sin embargo, contienen alimento espiritual, y éste es siempre el presupuesto para luego vivir.
 
Jesús es evangelizador, el primer y más excelente evangelizador, en quien converge tanto el mensaje como el mensajero, el evangelizador y el evangelio, en una sola Persona.
 
Su modo de evangelizar y de ser marcan pautas para nosotros, que sólo tenemos un Maestro. Tal como Él, también nosotros, siguiendo su ejemplo de vida y su Corazón.
 
"Jesús de Nazaret lleva a cumplimiento el plan de Dios. Después de haber recibido el Espíritu Santo en el bautismo, manifiesta su vocación mesiánica: recorre Galilea proclamando « la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" » (Mc 1, 1415; cf. Mt 4, 17; Lc 4, 43). La proclamación y la instauración del Reino de Dios son el objeto de su misión: « Porque a esto he sido enviado » (Lc 4, 43). Pero hay algo más: Jesús en persona es la « Buena Nueva », como él mismo afirma al comienzo de su misión en la sinagoga de Nazaret, aplicándose las palabras de Isaías relativas al Ungido, enviado por el Espíritu del Señor (cf. Lc. 4, 14-21). Al ser él la « Buena Nueva », existe en Cristo plena identidad entre mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser. Su fuerza, el secreto de la eficacia de su acción consiste en la identificación total con el mensaje que anuncia; proclama la « Buena Nueva » no sólo con lo que dice o hace, sino también con lo que es.
 
 
 
El ministerio de Jesús se describe en el contexto de los viajes por su tierra. La perspectiva de la misión antes de la Pascua se centra en Israel; sin embargo, Jesús nos ofrece un elemento nuevo de capital importancia. La realidad escatológica no se aplaza hasta un fin remoto del mundo, sino que se hace próxima y comienza a cumplirse. « El Reino de Dios está cerca » (Mc 1, 15); se ora para que venga (cf. Mt 6, 10); la fe lo ve ya presente en los signos, como los milagros (cf. Mt 11, 4-5), los exorcismos (cf. Mt 12, 25-28), la elección de los Doce (cf. Mc 3, 1319), el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (cf. Lc 4, 18). En los encuentros de Jesús con los paganos se ve con claridad que la entrada en el Reino acaece mediante la fe y la conversión (cf. Mc 1, 15) Y no por la mera pertenencia étnica.
 
 
El Reino que inaugura Jesús es el Reino de Dios; él mismo nos revela quién es este Dios al que llama con el término familiar « Abba », Padre (Mc 14, 36). El Dios revelado sobre todo en las parábolas (cf. Lc 15, 3-32; Mt 20, 116) es sensible a las necesidades, a los sufrimientos de todo hombre; es un Padre amoroso y lleno de compasión, que perdona y concede gratuitamente las gracias pedidas.
 
 
San Juan nos dice que « Dios es Amor » (1 Jn 4, 8. 16). Todo hombre, por tanto, es invitado a « convertirse » y « creer » en el amor misericordioso de Dios por él; el Reino crecerá en a medida en que cada hombre aprenda a dirigirse a Dios como a un Padre en la intimidad de la oración (cf. Lc 11, 2; Mt 23, 9), y se esfuerce en cumplir su voluntad (cf. Mt 7, 21)" (Juan Pablo II, Redemptoris missio, 13).
 
Igualmente ensancha el alma contemplar el Reino de Dios que anuncia y realiza Cristo, y que es Él mismo entre nosotros, para evitar la reducción del Reino a un estado social o una estructura terrena igualitaria. Seguimos la contemplación de la encíclica Redemptoris missio:
 
"14. Jesús revela progresivamente las características y exigencias del Reino mediante sus palabras, sus obras y su persona.
 
 
El Reino está destinado a todos los hombres, dado que todos son llamados a ser sus miembros. Para subrayar este aspecto, Jesús se ha acercado sobre todo a aquellos que estaban al margen de la sociedad, dándoles su preferencia, cuando anuncia la « Buena Nueva ». Al comienzo de su ministerio proclama que ha sido « enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva » (Lc 4, 18). A todas las víctimas del rechazo y del desprecio Jesús les dice: « Bienaventurados los pobres » (Lc 6, 20). Además, hace vivir ya a estos marginados una experiencia de liberación, estando con ellos y yendo a comer con ellos (cf. Lc 5, 30; 15, 2), tratándoles como a iguales y amigos (cf. Lc 7, 34), haciéndolos sentirse amados por Dios y manifestando así su inmensa ternura hacia los necesitados y los pecadores (cf. Lc 15, 1-32).
 
 
La liberación y la salvación que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la persona humana en su dimensión tanto física como espiritual. Dos gestos caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar. Las numerosas curaciones demuestran su gran compasión ante la miseria humana, pero significan también que en el Reino ya no habrá enfermedades ni sufrimientos y que su misión, desde el principio, tiende a liberar de todo ello a las personas. En la perspectiva de Jesús, las curaciones son también signo de salvación espiritual, de liberación del pecado. Mientras cura, Jesús invita a la fe, a la conversión, al deseo de perdón (cf. Lc 5, 24). Recibida la fe, la curación anima a ir más lejos: introduce en la salvación (cf. Lc 18, 42-43). Los gestos liberadores de la posesión del demonio, mal supremo y símbolo del pecado y de la rebelión contra Dios, son signos de que « ha llegado a vosotros el Reino de Dios » (Mt 12, 28).
 
 
 
15. El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente, a medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente. Jesús se refiere a toda la ley, centrándola en el mandamiento del amor (cf. Mt 22, 34-40); Lc 10, 25-28). Antes de dejar a los suyos les da un « mandamiento nuevo »: « Que os améis los unos a los otros como yo os he amado » (Jn 15, 12; cf. 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado al mundo halla su expresión suprema en el don de su vida por los hombres (cf. Jn 15, 13), manifestando así el amor que el Padre tiene por el mundo (cf. Jn 3, 16). Por tanto la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.
 
 
El Reino interesa a todos: a las personas, a sociedad, al mundo entero. Trabajar por el Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que está presente en la historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la realización de su designio de salvación en toda su plenitud".
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