El ideal sacerdotal
Precioso, difícil, sublime:
"Un sacerdote debe ser al mismo tiempo pequeño y grande, noble de espíritu, como de sangre real;
sencillo y espontáneo, como de raíz campesina;
héroe en la conquista de sí mismo,
hombre que se ha batido con Dios,
pecador al que Dios ha perdonado,
soberano de sus deseos,
servidor de los tímidos y de los débiles,
que no se arredra delante de los poderosos y se inclina en cambio delante de los pobres,
discípulo de su Señor,
jefe de su rebaño,
mendigo de manos extremadamente abiertas,
portador de innumerables dones,
hombre en el campo de batalla,
madre para confortar a los enfermos,
con la sabiduría de la edad y el abandono de un niño,
en tensión hacia la altura y con los pies en el suelo,
hecho para la alegría,
experto en sufrimientos,
distanciado de toda clase de envidia,
previsor,
que habla con franqueza,
amigo de la paz,
enemigo de la inercia,
siempre fiel...
¡Tan diferente de mí!" (Manuscrito medieval encontrado en Salisbury).
Tan diferente de mí... ¡Ay, Señor!
Es una cita en un libro de Bruno Forte sobre los sacramentos. El autor, además, expone los rasgos de la identidad sacerdotal.
"Al sacerdote se le pide que sea experto en humanidad, solidario con los gozos y los sufrimientos de todos, atento y respetuoso de la vocación de cada uno y testigo al mismo tiempo del don recibido de lo alto, signo vivo del Cristo pastor que ofrece la vida por los suyos y los reconcilia con Dios.Hombre de frontera, comprometido en la intercesión continua que en nombre de Cristo desempeña entre los hombres y Dios, el ministro ordenado está llamado a vivir su existencia por los demás...La fuerza del sacerdote está justamente en su debilidad, pues lo que le hace creíble es su servicio a la unidad, su existencia para los demás sin tener que contentar los gustos de nadie" (Bruno Forte, Introducción a los Sacramentos, San Pablo, Madrid 2007 (2ª), pp. 86-87).
Dios Padre envía al sacerdote como envió a su Hijo y toma posesión del sacerdote uniéndolo a su Hijo y otorgándole el Espíritu Santo para su ministerio.
"Aquí nace la exigencia de que el sacerdote dé testimonio del primado absoluto de Dios en su vida, sea experto en la oración y en la escucha contemplativa del Señor e irradie en su servicio de comunión la luz y la fuerza que se derivan de la unión con la fuente de todos los dones para el discernimiento de los carismas, la enseñanza de la fe y la guía pastoral y litúrgica de la comunidad" (Ib., p. 89).
¡Qué grande es el ministerio sacerdotal! La Santa Trinidad sella al ordenado, lo configura de modo particularísimo y lo envía al servicio de la Iglesia.
Ojalá los sacerdotes todos vivamos así.
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