Sobre la Iglesia (I)
La voz, la enseñanza y la reflexión de los grandes, podrán ser matizadas pero, desde luego, nunca pasan de moda, conservando el sabor de lo verdadero.
Cuando nuestras torpes palabras se quieren erigir como discursos que tapen lo que los verdaderos maestros ya han dicho, mostramos una ignorancia grande: pensamos que lo anterior no sirve y hay que partir de cero, o pensamos con atrevimiento que nosotros diremos mejor las cosas, con más claridad y convicción. ¡Craso error! Ellos fueron maestros y nosotros simplemente somos ahora aprendices.
Entre los maestros, podemos destacar a Romano Guardini, en pleno siglo XX. El tema será la Iglesia porque necesitamos entenderla en su verdad y misterio, uniendo los aspectos contrarios y distintos, creciendo en su comprensión y abrazándola con amor.
Los escritos de Guardini sobre la Iglesia van a ser una guía segura y cierta. Su lectura alegrará el alma e iluminará la inteligencia.
"Se ha hecho presente un acontecimiento religioso de enorme trascendencia: la Iglesia despierta en las almas.
Esto debe ser entendido correctamente. Es cierto que la Iglesia ha existido siempre y en todo momento ha significado algo decisivo para el creyente. Éste recibió de ella su doctrina y cumplió sus preceptos; la solidez de su ser constituía para él amparo y seguridad. Pero, desde finales de la Edad Media, el despliegue de lo individual alcanzó un cierto nivel, lo cual hizo que la Iglesia ya no fuese experimentada como contenido de la auténtica vida espiritual. El creyente vivía en la Iglesia y era dirigido por ella, pero vivía la Iglesia cada vez menos. La auténtica vida espiritual aparentemente del creyente se inclinaba cada vez más hacia el lado de lo individual. La Iglesia era experimentada como limitativa de este ámbito, quizás, a menudo, como algo opuesto a él; en todo caso, como algo que limitaba lo individual y, por consiguiente, lo verdaderamente espiritual. Según fuese la sensibilidad de cada uno, aparecía esta instancia objetiva como beneficiosa, como inevitable o como agobiante.
Todo esto que decimos es naturalmente parcial, porque, en realidad hubo muchas excepciones. Más aún, el tránsito y el desarrollo de la Edad Media hacia la Edad Moderna hicieron más complejo el panorama. Esa forma de pensar tuvo también su grandeza. Hoy se la ataca con frases hechas, pero deberíamos preguntarnos cuánto aportó de valioso al conjunto de la vida del espíritu. Tal vez, es el momento de preguntarlo, porque interiormente hemos tomado distancia de ella.
¿En qué se basaba esta actitud de oposición con relación a la Iglesia? En lo que ya fue esbozado, es decir, en el subjetivismo e individualismo de la Edad Moderna, ya que la religión era considerada como algo que pertenecía al ámbito subjetivo... Para los individuos, la institución religiosa objetiva -la Iglesia- era, ante todo, lo que reglaba el ámbito de lo auténticamente religioso, por eso, constituía alguna seguridad frente a las deficiencias de la subjetividad...
Aquello que no se daba en forma inmediata en el plano psicológico o lógico, no asumía ninguna autoridad imperativa, de por sí no convencía. Para el individuo sólo era cierto lo que él vivía, experimentaba y deseaba personalmente, junto con los conceptos, ideas y postulados de su pensamiento. La Iglesia tampoco podía ser concebida como una realidad religiosa, sino como un factor limitador del individuo o como una institución formal.
La vivencia de lo religioso también era individualista, aislada, sin sentido comunitario. El individuo vivía sólo para sí. "Yo y mi Creador" era para muchos la fórmula exclusiva. La comunidad no era para nada lo originario y fundante, sino que estaba simplemente en segunda línea. No existía desde el principio, sino que era algo querido, pensado y establecido convencionalmente. Uno se dirigía a los otros, se interesaba por ellos y se relacionaba con ellos, pero no estaba originariamente entre ellos ni tampoco se encontraba vitalmente unido a ellos. No había ninguna comunidad, sólo una organización. Esto era así en todos los aspectos, incluso en la vida religiosa. ¡Era mínimo el sentimiento de comunidad que demostraban los creyentes en el culto litúrgico! ¡Cuán interiormente desmembrada estaba la comunidad! ¡Qué poco consciente de la comunidad parroquial era el individuo! ¡Cuán individualista era concebido el sacramento de la comunidad, es decir, la Comunión!...
Por su puesto que todo esto influyó también en la imagen que había de la Iglesia. Ella aparecía, ante todo, por su esencia y finalidad, como una institución objetiva y jurídica. Su dimensión mística, todo lo que subyace detrás de los fines y organización visibles -lo que se halla expresado en el concepto de Reino de Dios o de Cuerpo Místico de Cristo- no era experimentado en forma inmediata" (Guardini, R., El sentido de la Iglesia, Buenos Aires 2010, pp. 1418).
Cuando san Ignacio señala casi al final de los Ejercicios las reglas para sentir con la Iglesia, acertaba de lleno: el fruto maduro de la experiencia de Cristo no es la subjetividad, sino la Comunión, integrándonos más dentro de la Iglesia, sintiendo con la Iglesia.
El subjetivismo es la muerte del alma y la ruina de lo personal. La objetividad del Misterio de la Iglesia nos hace, a la vez, más personas cuanto más eclesiales.
Esto repercute tanto en la vivencia litúrgica como en la oración personal: ya no es el capricho y la búsqueda de mi devoción de manera intimista, solitaria, aislada, sino la Iglesia creciendo en mi alma y yo entrando más en este Cuerpo santo que es la Iglesia.
Si crece el subjetivismo en los católicos -incluso disfrazado de piedad-, estará disminuyendo el sentido de la Iglesia en las almas.
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