Magisterio sobre la evangelización (XXIX)
¿Cómo se evangeliza? ¿Cómo afrontar el reto de una nueva evangelización para masas que sumergidas en la postmodernidad y que vienen de vuelta del cristianismo?
¿Cómo evangelizar en un contexto nuevo, en una cultura nueva, y ante masas que han sido adormecidas para que ni pregunten ni busquen ni tengan sed de lo bello, verdadero y bueno?
¿Alguna receta pastoral? ¿Algún método concreto, novísimo, que funcione de maravilla? ¿Algún plan pastoral que sea casi mágico?
Realmente nada de esto.
Lo que evangeliza de verdad, y es ahí donde hemos de movernos, es la presencia de un verdadero testigo de Jesucristo, que se ha encontrado con Él y cuya vida ha sido transformada. Un testigo sí evangeliza porque provoca interrogantes, despierta conciencias, su misma presencia es luminosa.
"Verdaderamente, los tiempos en que vivimos exigen una nueva fuerza misionera en los cristianos, llamados a formar un laicado maduro, identificado con la Iglesia, solidario con la compleja transformación del mundo. Se necesitan auténticos testigos de Jesucristo, especialmente en aquellos ambientes humanos donde el silencio de la fe es más amplio y profundo: entre los políticos, intelectuales, profesionales de los medios de comunicación, que profesan y promueven una propuesta monocultural, desdeñando la dimensión religiosa y contemplativa de la vida. En dichos ámbitos, hay muchos creyentes que se avergüenzan y dan una mano al secularismo, que levanta barreras a la inspiración cristiana. Entre tanto, queridos hermanos, quienes defienden con valor en estos ambientes un vigoroso pensamiento católico, fiel al Magisterio, han de seguir recibiendo vuestro estímulo y vuestra palabra esclarecedora, para vivir la libertad cristiana como fieles laicos.Mantened viva en el escenario del mundo de hoy la dimensión profética, sin mordazas, porque «la palabra de Dios no está encadenada» (2 Tm 2,9). Las gentes invocan la Buena Nueva de Jesucristo, que da sentido a sus vidas y salvaguarda su dignidad. En cuanto primeros evangelizadores, os será útil conocer y comprender los diversos factores sociales y culturales, sopesar las necesidades espirituales y programar eficazmente los recursos pastorales; pero lo decisivo es llegar a inculcar en todos los agentes de la evangelización un verdadero afán de santidad, sabiendo que el resultado proviene sobre todo de la unión con Cristo y de la acción de su Espíritu (Benedicto XVI, Disc. a los obispos de Portugal, Fátima, 13-mayo-2010).
Para evangelizar, qué duda cabe, hay que tomar tiempo para conocer bien la cultura, los retos, las mentalidades y discenir qué necesidades espirituales hay y cómo llevar a Cristo. Es una tarea de formación y discernimiento.
Pero nada de esto resultará productivo si no se generan testigos santos del Evangelio. Porque son los santos quienes evangelizan abundantemente. Lo demás, sin santidad, pueden ser fuegos artificiales.
"En efecto, cuando en opinión de muchos la fe católica ha dejado de ser patrimonio común de la sociedad, y se la ve a menudo como una semilla acechada y ofuscada por «divinidades» y por los señores de este mundo, será muy difícil que la fe llegue a los corazones mediante simples disquisiciones o moralismos, y menos aún a través de genéricas referencias a los valores cristianos. El llamamiento valiente a los principios en su integridad es esencial e indispensable; no obstante, el mero enunciado del mensaje no llega al fondo del corazón de la persona, no toca su libertad, no cambia la vida" (ibíd.).
El moralismo es un lenguaje que apenas incide en los oyentes, y, desde luego, no resulta evangelizador. Carga las tintas sobre la moralidad, los pecados y aquello que haya que evitar, o en su versión más vulgar, los "valores" y la "solidaridad", un lenguaje ético hecho para todos los oídos que no suscita una respuesta de conversión.
Este lenguaje del moralismo, ciertamente, no evangeliza.
Entonces, ¿qué evangeliza? ¿Qué llama la atención y se convierte en un acontecimiento definitivo? La presencia de un testigo, de un santo, de alguien modelado por la Gracia que refleja a Cristo.
"Lo que fascina es sobre todo el encuentro con personas creyentes que, por su fe, atraen hacia la gracia de Cristo, dando testimonio de Él. Me vienen a la mente aquellas palabras del Papa Juan Pablo II: «La Iglesia tiene necesidad sobre todo de grandes corrientes, movimientos y testimonios de santidad entre los “fieles de Cristo”, porque de la santidad nace toda auténtica renovación de la Iglesia, todo enriquecimiento de la inteligencia de la fe y del seguimiento cristiano, una reactualización vital y fecunda del cristianismo en el encuentro con las necesidades de los hombres y una renovada forma de presencia en el corazón de la existencia humana y de la cultura de las naciones» (Discurso en el vigésimo aniversario de la promulgación del Decreto conciliar «Apostolicam actuositatem», 18 noviembre 1985). Alguno podría decir: «La Iglesia tiene necesidad de grandes corrientes, movimientos y testimonios de santidad..., pero no los hay».A este respecto, os confieso la agradable sorpresa que he tenido al encontrarme con los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales. Al observarlos, he tenido la alegría y la gracia de ver cómo, en un momento de fatiga de la Iglesia, en un momento en que se hablaba de «invierno de la Iglesia», el Espíritu Santo creaba una nueva primavera, despertando en jóvenes y adultos la alegría de ser cristianos, de vivir en la Iglesia, que es el Cuerpo vivo de Cristo. Gracias a los carismas, la radicalidad del Evangelio, el contenido objetivo de la fe, la corriente viva de su tradición se comunican de manera persuasiva y son acogidos como experiencia personal, como adhesión libre a todo lo que encierra el misterio de Cristo" " (ibíd.).
La presencia de testigos cualificados sigue vigente. Los santos, silenciosos, caminan entre nosotros. A su alrededor una estela de bien, de belleza y de verdad que sigue fascinando y removiendo la conciencia y la inteligencia de los hombres.
Seamos, pues, uno de esos testigos cualificados del Evangelio. Entonces, seguro, estaremos evangelizando.
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