Negarse a sí mismo y tomar la cruz, no está de moda. San Ambrosio

La sociedad actual nos ha hecho creer que tenemos una serie de derechos que están por encima de todo y todos. Vivimos en una sociedad donde el marketing nos machaca constantemente diciéndonos que compremos esto o eso, porque nos lo merecemos. Anuncios que nos dice que ser bueno no siempre es portarse bien. Cuñas publicitarias en que nos dicen que lo importante no es saber, sino tener el teléfono de quien sabe. Nos dicen que tenemos derecho a todo, pero curiosamente, nadie puede hacer realidad estos derechos.
La Iglesia actual está padeciendo esta misma enfermedad postmoderna. Creemos que tenemos derecho a no ser discriminados en el acceso a los sacramentos y protestamos por las posturas “rigoristas” de quienes señalan el engaño que hay detrás de todo ello. Indudablemente, quien señala que el “rey está desnudo” es una aguafiestas que destroza las apariencias y los simulacros sociales que tanto nos gustan. ¿Quién es capaz de negarse a sí mismo y seguir al Señor cargando su cruz? Pocos, ya que hacer esto te condena a ser apestado social. El blanco de insultos de los que la acusación de fariseo es el menor de ellos. Pero, en el fondo, todos sabemos que el Señor nos invita a merecer su Gracia y no a sentarnos a reclamarla como derecho propio.

Constantemente el Señor, a la vez que nos invita a merecer la eterna dicha por la práctica de la virtud, nos enseña a menospreciar las cosas de la tierra. Por ello robustece la humana debilidad, ofreciendo premios por las penalidades de la vida presente. Es cosa ardua tomar la cruz, tener dispuesta el alma contra los peligros y ofrecer el cuerpo a la muerte. También dejar lo conocido por lo desconocido, y raras veces la virtud, aun la más excelsa, abandona las cosas presentes por las futuras. El buen Maestro, para que ninguno se deje abatir por la desesperación o el tedio, promete a continuación a los fieles que lo verán. Diciendo: "Os digo, en verdad: hay algunos aquí que no morirán sin ver el reino de Dios". (San Ambrosio de Milán, tomado de la Catena Aurea)

El camino que nos señala el Señor es el único posible. Todos los atajos con mentiras que nos queremos creer en complicidad con quienes se autoengañan como nosotros. El camino es el de la santidad, que conlleva aceptar la voluntad de Dios y mendigar la Gracia que necesitamos para superar cada una de las pruebas que el maligno nos tiende. La santidad es uno de los mandamientos del Señor que hemos olvidado más rápidamente. Cristo nos pide ser santos, negarnos, tomar la cruz, renunciar a la vida para ganarla, vender todo lo que tenemos para comprar la Perla o tener la constancia de solicitar justicia a quienes sabemos que nunca podrán ser realmente justos. Las Bienaventuranzas señalan a la santidad como único camino para ser realmente feliz. Cristo nos dijo que las riquezas impiden acercarnos a Él, siendo estas riquezas todo lo que nos hace creer que tenemos capacidad, poder, fuerza o razón humana de merecer algo por defecto.

La respuesta a las pruebas del enemigo no son los derechos, sino la humilde aceptación de la Voluntad de Dios. Esto no conlleva quedarse como un ser pasivo ante mal. Todo lo contrario, requiere la valentía de saber que luchamos contra el pecado dejando atrás las cómodas complicidades que sustituyen la verdadera misericordia. Si la injusticia y los problemas se multiplican, tenemos que superarlos con la Gracia de Dios. Trabajando como si todo dependiera de nosotros y orando como si todo dependiera de Dios.