Colegios: bye religión, welcome Halloween

Las elecciones generales están a la vuelta de la esquina, y la izquierda española vuelve a ondear la bandera del laicismo, enardeciendo una vez más a sus hordas de seguidores. A los romanos se les daba pan y circo. Esta izquierda nuestra entretiene y alimenta a los suyos con la denuncia del Concordato, y con la promesa de sacar a la religión fuera de las aulas.

Pensando en este último punto, me venía a la mente esa “fiesta” que ya tenemos a la vuelta de la esquina, celebración donde las haya, culmen de la diversión que parece que a todos encanta, casi más conocida, más internacional, que la propia Navidad: ¡Halloween!

¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro? ¡Mucho! Y es que no deja de ser una incoherencia que, por una parte, nos quieran prohibir la religión en la escuela (asignatura optativa que a nadie se impone, pero que mayoritariamente escogen los padres para sus hijos), en pos de evitar el adoctrinamiento de los pequeños, y sin embargo, en la propia escuela, nos impongan la “fiesta” del culto a la muerte, que no es sino la más tétrica y nefasta religión.

Sí, es curioso. Protegemos a nuestros hijos del dolor y el sufrimiento. Se los evitamos a toda costa, se los ocultamos de su alrededor. Y borramos por completo de sus vidas la idea de la muerte, temiendo que esta inexorable realidad que a todos llega, natural como la propia vida, inherente a ella, pudiese traumatizarlos. Y sin embargo, en Halloween, exaltamos todo aquello que se les oculta el resto del año. Le rendimos culto. Disfrazamos a nuestros pequeños de sus peores miedos, y les invitamos a disfrutar con ellos. ¿Qué sentido tiene?

Podría decir que esta fiesta es una celebración pagana y extranjera, ajena a nosotros, y que la hemos absorbido en una demostración de borreguismo social sin parangón. Podría decir que es un negocio para muchos sectores, interesados en darle cada vez más auge. Podría decir que muchos profes ocupan un precioso espacio del horario lectivo poniendo a los peques a colores calaveras, calabazas y monstruitos. También en colegios que se dicen católicos. Podría decir que, al abrigo de bromas y diversiones aparentemente inocentes, es una noche en la que se cometen los más atroces sacrilegios y ofrendas demoníacas. Podría decir que hablar de los fieles difuntos, de los santos, es políticamente incorrecto; toca hacerlo de muerte, fantasmas, demonios. Podría decir que hermosas tradiciones centenarias de nuestra cultura se van perdiendo, en una demostración más de la falta de aprecio y valor por nuestras costumbres, del complejo por lo que somos, por nuestras raíces. Sí, podría decirlo, y no faltaría a la verdad.

Sólo diré que, en estos días que vienen, más que nunca, aquellos que nos han precedido en la fe suplican nuestras oraciones. Abuelos, padres, familiares, amigos… todos cuantos han muerto antes que nosotros, desesperan viendo cómo  celebramos y nos disfrazamos de aquello que a ellos, quizás, les esté llevando al tormento, y olvidando lo que puede redimirlos: nuestras oraciones.

Si te dices a ti mismo que no crees en todo esto, en la vida después de la muerte, en la salvación, te diré que festejar Halloween y cuanto representa es tomar partido en estas creencias, y es hacerlo celebrando al bando contrario: el del infierno, el del demonio.

A quienes no les interesa mi fe, a quienes no quieren oír hablar de estos “cuentos”, les diría que dejen de venderme e imponerme los suyos, que la cantinela de esta “inocente” celebración de Halloween ya no cuela. Quédense con sus brujas y demonios. Yo me quedo con mis santos y mis ancestros difuntos. A ver quién ofrece más amparo…