Con Africa en el corazón: Daniel Comboni
‘Labora sicut bonus miles Christi’
‘Trabaja como buen soldado de Cristo’
Papa Pío IX a Daniel Comboni
Presentación
Daniel Comboni nació en Limone sul Guarda, Brescia, Italia, el 15 de marzo de 1831, siendo bautizado al día siguiente. Sus padres, Luigi y Domenica, él jardinero y ella empleada doméstica, tuvieron ocho hijos, de los cuales sólo Daniel sobrevivió a la infancia.
La familia de Daniel siempre fue muy unida y con grandes valores morales, a pesar de su mala situación económica, y Daniel siempre fue muy apegado a sus padres. Pero fue precisamente la pobreza familiar la que empujó a Daniel a dejar su pueblo para trasladarse a Verona, con el fin de estudiar en el Colegio San Carlo, fundado por el Padre Nicolás Mazza para jóvenes prometedores pero con muy escasos recursos, cuya inspiración llevó a muchos jóvenes a entrar al Seminario.
Vocación misionera
Un día el Padre Ángelo Vinco, un misionero en África. Llegó al Instituto en donde estudiaba Daniel. Comboni afirmó que después de que el Padre Vinco hablase ‘con todo el entusiasmo de su alma’ a quinientos alumnos sobre la deplorable situación de la raza camita africana, encendió en ellos ‘el fuego de la caridad divina que no puede detenerse en la carrera hacia la dedicación total y el sacrificio para la salvación de los infieles’.
A los 15 años de edad Daniel leyó la ‘Historia de los mártires del Japón’, obra narrada por San Alfonso María de Ligorio, la cual le llenó de entusiasmo misionero. A la edad de 17 años estudió filosofía y teología e hizo voto ante su superior, de consagrar su vida al apostolado en África Central.
A partir de entonces se concentró en el estudio de idiomas, aprendiendo hebreo, árabe, español, francés e inglés. Más tarde también aprendió alemán y portugués, hasta llegar a aprender también trece dialectos árabes y algunas lenguas africanas.
El 17 de diciembre de 1854 es ordenado diácono y presbítero el 31 del mismo mes. Dos años más tarde el Padre Mazza le incluye en una expedición misionera al África.
A Daniel sólo le preocupaba el hecho de tener que dejar a sus padres en muy mala situación económica. Al Padre Pietro Grana le escribió Daniel una carta en la que le decía: ‘Cuánto me aflige el sacrificio que mis propios padres hacen para separarse de mí. Pero se me ha asegurado que Dios me llama, y voy seguro’. Los ejercicios espirituales y la dirección espiritual del Padre Mariani le dieron paz y confió en Jesús y en María.
Daniel Comboni partió hacia África el 10 de septiembre de 1857. Y apenas llegado a Asiut, Egipto, les escribió a sus padres contándoles sus primeras impresiones del viaje, y concluyó diciendo: ‘Les agradezco vivamente el haberme dado el generoso consentimiento para recorrer la carrera de la Misión. Adiós, querido padre y querida madre; ustedes están y viven siempre en mi corazón. Los amo porque supieron hacer una obra heróica que los grandes del siglo y los héroes del mundo no saben hacer. Ustedes han obtenido una victoria que les asegurará la felicidad eterna’.
Al cabo de un viaje de cinco meses de duración, la expedición llegó a Jartum, la capital de Sudán, y el 14 de febrero de 1858 arribaron a la Misión de la Santa Cruz. Daniel tenía sólo 27 años de edad.
En el corazón de África
El impacto con la realidad africana fue muy fuerte. Daniel enseguida se dio cuenta de las dificultades que la nueva misión comportaba: fatigas, clima insoportable, enfermedades y pobreza de la gente abandonada a sí misma. Todo ello empujó a Daniel a ir hacia adelante y a no aflojar en la tarea que inició con tanto entusiasmo.
Desde la Misión de la Santa Cruz, Daniel escribió a sus padres: ‘Tendremos que fatigarnos, sudar, morir; pero al pensar que se suda y se muere por amor a Jesucristo y por la salvación de las almas más abandonadas de este mundo, encuentro el consuelo necesario para no desistir de esta gran empresa’.
Y la tragedia no tardó en ocurrir: el Padre Oliboni contrajo una fiebre mortal y falleció. Fue durante el entierro de su compañero, primera víctima de la inhóspita atmósfera de la selva africana, que Daniel Comboni pronunció su célebre frase ‘África o la muerte’.
Plan para la regeneración de África
Daniel Comboni sostenía que la sociedad europea y la Iglesia debían mostrar un mayor interés por las misiones de África Central, para lo cual se dio a la tarea de emprender numerosas giras por Europa, visitando a monarcas y a altos cargos de la Iglesia, pidiéndoles tanto ayuda material como espiritual, tanto para los misioneros como para la población del continente africano.
Su inquebrantable confianza en el Señor y su amor por África llevaron a Daniel a preparar una nueva estrategia misionera. En 1864, recogido en oración sobre la tumba de San Pedro en Roma, Comboni tuvo una fulgurante intuición que le llevaría a elaborar su famoso plan para la regeneración de África. Un proyecto misionero que puede resumirse en la expresión ‘Salvar a África por medio de África’, fruto de su ilimitada confianza en las capacidades humanas y religiosas de los pueblos africanos.
El 15 de septiembre de 1864 Daniel tuvo la oportunidad de asistir al triduo para la beatificación de Margarita María de Alacoque en la Basílica de San Pedro. El primer día del triduo le vino a la menta ‘como un rayo’, dijo él, ‘el pensamiento de proponer un nuevo plan para la cristianización de los pueblos africanos, lo cual me vino de lo alto como una inspiración’.
La idea fundamental de ese plan consistía esencialmente en evangelizar África con los mismos africanos, y esta evangelización debía ir unida a la promoción humana y cultural. Al mismo tiempo, esta obra no se confiaría a una nación en particular, sino que debía ser totalmente católica.
La Santa Sede se mostró muy interesada en este plan. El 18 de septiembre lo presentó al Cardenal Alessandro Barnabo, el Prefecto de Propaganda Fide, y al día siguiente el Papa Pío IX recibió a Daniel Comboni en audiencia, y le alentó a presentar el plan a la Pía Opera de la Propagación de la Fe, en París, prometiéndole de su parte la aprobación al plan. Inmediatamente Daniel, siguiendo los consejos del Papa, viajó a Turín, Lyon, París, Colonia y Londres para dar a conocer su proyecto.
El sabor del rechazo
Daniel sufrió muchas incomprensiones, aún dentro del propio Instituto al que pertenecía, el Instituto Mazza. Y estando en París se entera de que ya no le consideran miembro del citado Instituto.
Pero Daniel Comboni, aún en medio de esta incertidumbre, afirmó: ‘la tranquilidad de mi conciencia y Dios, que cumple sobre el hombre los diseños de su misericordia, me dan la fuerza para bendecir la Providencia de todo corazón por este acontecimiento. Agradezco con toda el alma a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, que me han elevado al honor y a la fortuna de ser admitido a beber un cáliz amargo’ (Carta a don Francesco Bricolo).
Aún así Daniel no se declara fuera del Instituto hasta que no ve con claridad que es esa la voluntad de Dios. Poco tiempo después muere Nicolás Mazza y los sucesores decidieron que el Instituto no podía aceptar la misión en África. Así el Instituto se retiraba oficialmente de la empresa. Comboni debía elegir entonces entre pertenecer al Instituto o seguir con su vocación misionera. Pero él discernió que debía seguir siendo misionero, quedándose así prácticamente solo en la obra que Dios le había confiado.
Su fundación misionera
Entre 1867 y 1872 Daniel Comboni fundó su ‘Instituto de los misioneros para África’ como parte de la Sociedad del Buen Pastor, una asociación misionera internacional. El nombre del Instituto por el que fue conocido posteriormente es el de ‘Misioneros Combonianos’.
En 1870 prepara un documento para ser presentado a los asistentes al Concilio Vaticano I, el ‘Postulatum pro Nigris Africae Centralis’. Lo acompaña con una carta circular firmada por muchos obispos y aprobada por el propio Pío IX. A fines de 1871 el Obispo de Verona erige canónicamente el Instituto de las ‘Pías Madres de Nigrizia’, las ‘Misioneras Combonianas’.
El Vicariato Apostólico
El 26 de mayo de 1872, Pío IX le nombra ‘Pro vicario Apostólico’ del África Central, y el 11 de junio del mismo año se confía esta misión al Instituto fundado por Daniel Comboni, quien poco después fue consagrado Obispo.
El Vicariato era muy extenso, unos cinco millones de kilómetros cuadrados, en el que estaban reunidos bajo su jurisdicción los países de Nigeria, Chad, República Centroafricana, Sudán, Uganda, Kenia, Tanzania y parte del Zaire. Ciertamente fue un motivo de preocupación para Comboni el saber que la Iglesia le encargaba tan grande responsabilidad, pero una vez más se abandonó en Dios plenamente y consagró el Vicariato al Sagrado Corazón de Jesús.
Su fallecimiento
En los años siguientes, una serie de catástrofes naturales, seguidas por una hambruna sin precedentes en África, asolaron aquella región. Daniel Comboni fue sorprendido en 1881 por una fuerte tormenta en medio de la selva y contrajo una seria enfermedad.
Agobiado por el calor de los trópicos y por el sudor de las fiebres, además de su debilitamiento por la enfermedad, el 10 de octubre de 1881 Daniel Comboni falleció en Jartum. Antes de exhalar su último suspiro levantó la mano y bendijo a sus compañeros diciéndoles: ‘No temáis; yo muero, pero mi obra no morirá’.
El Obispo Daniel Comboni fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 17 de marzo de 1996, y posteriormente canonizado por el mismo Pontífice el 5 de octubre del 2003.
Conclusión
La vida de San Daniel Comboni nos muestra que cuando Dios interviene y encuentra una persona generosa, servicial y disponible, se realizan grandes cosas.
Comboni acertó al pronunciar su última frase en vida: su obra no ha muerto. Como todas las grandes realidades que nacen al pie de la Cruz, la de Comboni sigue viva gracias al don que de la propia vida han hecho y hacen tantos hombres y mujeres que han decidido seguir a Comboni por el camino de la difícil y fascinante misión entre los pueblos más pobres en la fe y más abandonados de la solidaridad de los hombres.
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