Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Resucitar entra en la justicia divina

por Corazón Eucarístico de Jesús

Dios es justo, tremendamente justo, la justicia misma. En la resurrección del último día, unos recibirán una resurrección de vida y otros una resurrección de juicio y condenación, según sus obras. Son palabras del Señor (Jn 5,39). Simplemente, porque Dios respeta lo que cada cual va eligiendo en su vida, el bien o el mal, el pecado o la gracia, y es consecuente con esa elección libre del hombre.
 
La resurrección para la vida es la consecuencia de vivir en Cristo cada jornada; la resurrección para la condenación es la consecuencia de apartarse de Cristo cada día más lejos y seguir los impulsos y desatinos de nuestra mentalidad carnal.
 
¿Es posible la resurrección misma, el hecho de resucitar?  Uno de los argumentos patrísticos es el cosmológico: se ve en la misma naturaleza y su ciclo de vida donde las semillas han de pudrirse en tierra para luego resurgir en flores, plantas y frutos. 
 
Así, una mala semilla brotará para la muerte, pero lo que hayamos sembrado de bien y de bueno y de bello y de verdadero resucitará -nuestro propio cuerpo resucitará- para la vida
 
"¿Qué excusa pueden tener los que no creen en la resurrección, cuando a diario este fenómeno puede ser observado en semillas, plantas y en nuestro mismo nacimiento?
 
La semilla ha de experimentar primero la corrupción y después la regeneración. Cuando Dios hace algo, en suma, no hay cabida para los razonamientos humanos, porque, ¿cómo nos hizo Dios de la nada?
 
Dirijo estas palabras a los cristianos que dicen creer en las Escrituras. Y añadiré algo más conforme al razonar humano. Algunos viven en el vicio y otros en la virtud. Mas muchos de los que pasan sus vidas en el vicio han alcanzado una edad avanzada y disfrutado de una gran fortuna, mientras que los virtuosos han experimentado todo lo contrario. ¿Cuándo recibirá cada uno lo que merece? ¿En qué momento? Sin lugar a dudas, ¿no existe la resurrección de los cuerpos? No escuchan a Pablo cuando dice: Es preciso que lo corruptible se revista de inmortalidad" (S. Juan Crisóstomo, In Io., hom. 66,3).
El cuerpo merece su recompensa y ser coronado también con la corona de gloria que no se marchita si ha seguido al Espíritu. El cuerpo está llamado al cielo, a la gloria.
 
"Es preciso que lo corruptible se revista de inmortalidad". No se refería al alma, que no sufre corrupción. Habla, además, de la resurrección de lo que ha caído; y es el cuerpo lo que  cae. ¿Por qué motivo no deseas la resurrección del cuerpo? ¿No es posible para Dios lograrlo? Afirmar esto sería una grandísima estupidez. ¿No es conveniente? ¿Por qué no conviene al cuerpo corruptible, que ha participado de las penalidades y de la muerte junto con el alma, compartir también con ella las coronas?" (Ibíd.).
 
Este es el destino final de las bienaventurados, ésta la esperanza.
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