Paz de Cristo, paz de la Misa
Volvamos una vez más a ello. Volvamos a tiempo y a destiempo para formar y enseñar.
En varias ocasiones se ha mostrado aquí el rito de la paz en la liturgia romana; una vez más ha de hacerse, para que, a base de repetir, queden fijados los conceptos.
“La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (Jn 14,27). “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz”.
En varias ocasiones se ha mostrado aquí el rito de la paz en la liturgia romana; una vez más ha de hacerse, para que, a base de repetir, queden fijados los conceptos.
Mil veces lo hemos escuchado y, otro año más, ensanchando el corazón, volveremos a escuchar lo mismo: las profecías se han cumplido. El “Príncipe de la paz” (Is 9,1s) nos nace en Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado. Su reino extenderá una paz sin límites: en sus días florece la justicia y la paz abunda eternamente (cf. Sal 71). Los ángeles mismos, tan atareados en Navidad, se aparecen a aquellos pastores que velan al raso cantando: “y paz a los hombres de buena voluntad”, “paz a los hombres a los que Dios ama”.
Con el nacimiento de Jesucristo, comienza el Reino de paz de Dios. “Él es nuestra paz”, declarará san Pablo (Ef 2,14), porque la enemistad entre Dios y el hombre, y entre los hombres entre sí, por el pecado, ha sido destruida. La fuente de la verdadera paz, la paz misma, es Jesucristo. Cuando Él, ya resucitado después de su Sacrificio, salude a los apóstoles, les dirá: “La paz con vosotros” (cf. Jn 20,1ss.).
No todo puede recibir el nombre de “paz”: Cristo sí ha creado la verdadera paz, nacida de la comunión con Dios y con los hombres. No es la paz de los cementerios, ni la paz de la dependencia económica, ni la paz de los pactos frágiles y llenos de rendijas. No todo puede recibir el nombre de “paz”. El beato Pablo VI, gran y desconocido Papa, lo predicaba así:
“¿Cómo se alcanza la paz? ¿La verdadera paz, repetimos, la que resulta del orden verdadero? Porque puede existir un orden falso; ¡y cómo!, un orden impuesto con la fuerza, la prepotencia, el miedo, la amenaza, el chantaje, el abuso de la debilidad de los otros, la costumbre difundida de mantener situaciones donde la gente sufre, donde ni siquiera puede levantarse y mejorar la propia existencia… ¿es orden verdadero? La esclavitud, ¿es orden verdadero? La miseria social, ¿es orden verdadero? La pobreza sin remedio y sin asistencia, ¿es orden verdadero? La ignorancia querida del pueblo para tenerlo más fácilmente sometido, ¿es orden verdadero? El dominio y la explotación de los fuertes sobre los débiles, de los ricos sobre los pobres, ¿es orden verdadero? La imposición pesada de la ideas de algunos sobre la de los otros, penada con daños y represiones y castigos, ¿es orden verdadero? Y la incuria de los responsables hacia la inobservancia de los derechos de los demás, de la inmoralidad escandalosa, o de la tolerancia de la licencia nociva al bien de la sociedad, ¿es orden verdadero? Donde no existe, o no es respetada una ley razonable y eficaz, ¿existe un orden verdadero? Etcétera. Queremos decir: existen órdenes aparentes, falsos, contrarios al bien común, a la legítima libertad, a la promoción de las categorías necesitadas, etc., las cuales no pueden merecer el nombre auténtico y hermoso de paz” (Pablo VI, Hom. 1-enero1972).
La paz de Cristo es algo más hermoso, verdadero y pleno.
En el rito eucarístico acontece un signo elocuente: el intercambio de la paz, el beso de la paz. Éste no es un mundano, sino un recuerdo y un deseo al mismo tiempo, de esa paz nueva y verdadera que brota de Jesucristo. No es saludo protocolario, no es gesto afectivo de igualitarismo, no es una sonrisa humana de unos a otros casi como un descanso o recreo en medio de la celebración de la Santa Misa, no es explosión emotiva. ¡Es la paz que nos viene de Cristo!
Con ese sentido tan hondo, habrá que realizar y vivir el rito de la paz en la Misa. Está situado después del Padrenuestro y antes de la Fracción del Pan consagrado desde san Gregorio Magno (s. VI), señalando la necesidad de estar en comunión fraterna con la Iglesia antes de recibir la comunión del Cuerpo de Cristo.
En junio de 2014)salió publicada una Carta de la Congregación para el Culto divino sobre el rito de la paz. Después de explicar la verdadera paz de Cristo, la auténtica naturaleza y origen de la paz, pide que haya una “oportuna catequesis” (n. 6) sobre el rito de la paz… aunque habría que añadir y ampliar: es necesaria más catequesis de adultos, retiros, homilías, etc., donde se explique cada parte y cada momento de la Misa.
Desciende luego a recordar de manera obligatoria cómo hay que realizar este signo de la paz en la santa Misa. Y lo primero que hace es recordar que el rito de la paz no es obligatorio sino que depende del criterio del sacerdote que celebre la Misa (cf. n. 6a). Hay ocasiones en las que se ve muy claro que es mejor omitirlo, y así lo recuerda esta Carta.
Asimismo, con un elenco de directrices ya fijadas en el Misal, pero que parece que se desconocen o se olvidan, hay una permanente llamada a la discreción, a la moderación, en este rito: sólo a los más cercanos, sin desplazarse ni tener que recorrer varios bancos dando la paz a todos.
No calla la Carta los abusos que se comenten; los deja bien claros (cf. n. 6c): La introducción de un “canto para la paz”, inexistente en el Rito romano; no existe ese “canto de paz” sino que se da en silencio y luego se entona el Agnus Dei; es también abuso los desplazamientos de los fieles para intercambiarse la paz, que altera el orden de la liturgia y su decoro; también es un abuso que el que el sacerdote abandone el altar para dar la paz a algunos fieles; como lo es también que en algunas circunstancias, como la solemnidad de Pascua o de Navidad, o durante las celebraciones rituales, como el Bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación, el Matrimonio, las sagradas Órdenes, las Profesiones religiosas o las Exequias, el darse la paz sea ocasión para felicitar o expresar condolencias entre los presentes.
Como la liturgia es el ámbito de lo sagrado, de la actuación de Dios, habremos de ir desterrando todas esas formas y elementos que la han secularizado convirtiendo la liturgia en una fiesta humana, en una reunión grupal sin más. Depende de los sacerdotes, y mucho, que todo esto se viva bien…, pero también depende los fieles si saben lo que cada elemento de la liturgia significa y lo realizan correctamente. Aquí no cabe el subjetivismo: ¡que cada cual haga lo que quiera!, porque la liturgia no es de cada cual a su capricho o inventiva sino de la Iglesia.
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