Ser y misión del laico (y II)
A poco que se conozca -¡y se asimile!- la doctrina de la Iglesia, tanto en el Concilio Vaticano II como en su desarrollo posterior, se verá que no hay fundamento alguno ni razón teológica para lo que se ha vivido y se ha visto en tantas ocasiones: los seglares desarrollando tareas sólo intraeclesiales, abdicando de su inserción en las realidades temporales, y los presbíteros empeñados en tareas extraeclesiales, sociales, renunciando al oficio de presidir, enseñar y regir la parcela del Pueblo de Dios que se les ha confiado. Ha sido la "clericalización" de los seglares y la "secularización" de los sacerdotes.
Vocaciones distintas en un mismo Cuerpo, con tareas por tanto distintas, se han invertido en muchos casos o se han suplantado. Por esa misma lógica, la unidad se ha visto rozada por rivalidades y una silenciosa lucha de poderes: algo absurdo si se conociera bien la enseñanza de la Iglesia y cada cual se entregara a vivir santamente el estado de vida cristiano propio.
No faltarán tampoco los "círculos" de seglares que han apropiado de un protagonismo tal que, lejos de servir, les ha servido para creerse "católicos comprometidos" que no permiten que otros realicen esas tareas; voces que se presentan sutilmente como ´colaboradores´ pero cuyo protagonismo es evidente y acaparador.
Sin negar, ni mucho menos, las tareas eclesiales que corresponden a la naturaleza del laicado (en el campo de la liturgia, de la música, de la caridad, de la catequesis, etc.), habrá que poner más énfasis en la vocación al mundo del seglar que, permaneciendo fiel a Cristo y a la Iglesia, se inserta en las realidades temporales sin privatizar su fe: su matrimonio y familia, su propia profesión y el apostolado en la enseñanza, la política, la cultura, la economía, el arte... de manera privada o asociada. Sí, el mundo es el campo del laico.
Pero ¿habrá de vivir su apostolado y vocación por libre, aisladamente, autoconstituido en guía de sí mismo? ¿Al margen o en contra de la jerarquía de la Iglesia? Además, ¿podrá vivirlo sin una sólida vida interior, una espiritualidad recia, litúrgica, sacramental, orante?
Aquí seguimos el discurso de Pablo VI con palabras dignas de ser ya integradas en la propia vida. Una nueva catequesis, y qué catequesis, para vivir cristianamente.
"No pueden ni deben actuar sin o contra la Jerarquía
A este punto surge una objeción. En realidad –podría decir alguno- si las labores confiadas a los seglares en el apostolado son tan inmensas, ¿no habría que admitir que de aquí en adelante hay en la Iglesia dos jerarquías paralelas, algo así como dos organizaciones que existen, una junta a la otra, lo mejor para asegurar la gran labor de la santificación y salvación del mundo?
Pero esto sería olvidar la estructura de la Iglesia, tal como Cristo quiso que fuera, por medio de la diversidad de ministerios. Ciertamente, el Pueblo de Dios, lleno de gracia y de dones, y en marcha hacia la salvación, presenta un magnífico espectáculo. Pero, ¿se sigue de aquí que el Pueblo de Dios es el intérprete de la Palabra de Dios y ministro de su gracia? ¿Que puede desplegar enseñanzas y directivas religiosas, haciendo abstracción de la fe que la Iglesia profesa con autoridad? ¿O que puedan, osadamente, separarse de la tradición y emanciparse del Magisterio?
Lo sorprendente de estas suposiciones basta para mostrar la falta de fundamento de tal objeción. El Decreto sobre el Apostolado de los seglares tuvo cuidado de recordar que “Cristo confirió a los apóstoles y a sus sucesores el encargo de enseñar, santificar y regir en su propio nombre y autoridad” (n. 2).
En realidad, ninguno puede llevar a mal que la causa instrumental normal de los divinos designios sea la Jerarquía, o que en la Iglesia la eficacia sea proporcional a la propia adhesión a aquellos que Cristo “ha constituido guardianes para apacentar la Iglesia del Señor” (Hch 20,28). Cualquiera que pretenda actuar sin la Jerarquía, o contra ella, en el campo del padre de familia, puede ser comparado con una rama atrofiada, por no estar conectada con el tronco que le proporciona la savia. Como la historia lo ha mostrado, un tal será sólo una gota de agua, separada de la gran corriente, y que termina miserablemente por sumirse en la arena.
No penséis, queridos hijos e hijas, que con esto la Iglesia desea reprimir vuestras generosas inspiraciones. Simplemente, ella es fiel a sí misma y a la voluntad de su divino Fundador. Ya que el mayor servicio que ella puede prestaros es el de definir vuestro lugar exacto y vuestro papel en este organismo que debe llevar al mundo la buena nueva de la salvación. “En la Iglesia existe diversidad de ministerios, pero unidad de misión” (Decreto sobre el Apostolado de los laicos, n. 2).
¿Qué espera la Iglesia de un laicado generoso, organizado, fiel a sus jefes?
En primer lugar espera una ayuda sustancial para la buena marcha de sus instituciones. Gracias al progreso teológico de que hablábamos hace poco se ha hecho más fácil el delimitar la distribución de responsabilidades entre el clero y el laicado. Es preciso, teniendo en cuenta sobre todo el número insuficiente de los clérigos –sacerdotes y diáconos- en tantas regiones del mundo, que los seglares asuman cada vez más –sea en las filas de la Acción Católica, sea fuera de ellas- las tareas que no exigen necesariamente el carácter sacerdotal. E incluso si estas tareas son, a veces, bien humildes –como pueden serlo la enseñanza del catecismo a los niños y el ejercicio de las obras de caridad, materiales y espirituales- recuerden que ellas son fundamentales y préstense a ellas de buen corazón, dando así testimonio del espíritu de servicio al que todos, seglares y sacerdotes, son invitados por el Concilio.
Otra tarea os toca también, expresada por una palabra que ha hecho fortuna en estos últimos años, y es la “Consecratio mundi”.
El espíritu apostólico para sacralizar el mundo
El mundo es vuestro campo de acción. Estáis inmersos en él por vocación. Pero el movimiento natural de este mundo, bajo la acción de mil factores que sería demasiado largo examinar, le empuje hacia ese fenómeno que ya han analizado muy bien –para alegrarse o para entristecerse de él- ciertos pensadores contemporáneos, expresándolo con los diversos nombres de “secularización”, de “laicización” o de “desacralización”. Nos lo decimos con pena: ha habido escritores católicos en cuyos deseos se ha podido apoyar, contra la tradición bimilenaria de la Iglesia, el reclamo de la atenuación progresiva y hasta la desaparición del carácter sagrado de lugares, tiempos y personas.
Vuestro apostolado, queridos hijos e hijas, se inscribe en un sentido contrario al de estas corrientes. El Concilio os lo ha dicho y repetido: los seglares “consagran a Dios el mundo”, en el “saneamiento de las instituciones y de las condiciones de vida en el mundo”: son las expresiones mismas de los documentos conciliares. ¿Y qué es todo esto, sino “resacralizar” el mundo haciendo penetrar o volver a él ese soplo poderoso de la fe en Dios y en Cristo, que es el único que puede conducirle a la verdadera felicidad y salvación? El llorado cardenal Cardijn lo expresó buen número de veces y en términos conmovedores. Nos mismo lo decíamos hace poco: “Los seglares deben asumir como su tarea peculiar la renovación del orden temporal. A ellos corresponde… penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de su comunidad de vida” (Populorum progressio, 81).
Os lo repetimos con fuerza: llevad al mundo de hoy las energías que le permitirán avanzar por los caminos del progreso y de la libertad y resolver sus grandes problemas: el hambre, la justicia internacional, la paz.
Unión personal y profunda con Cristo
Concluimos, queridos hijos e hijas, con unas palabras sobre la espiritualidad que debe caracterizar vuestra actividad. Vosotros no sois eremitas retirados del mundo para mejor entregaros a Dios. En el mundo, en la acción misma es donde debéis santificaros. La espiritualidad que deberá inspiraros tendrá, pues, sus características propias, y el Concilio no ha olvidado ilustrarlas en un largo párrafo del Decreto sobre el Apostolado de los Laicos (n. 4). Baste decíroslo en una palabra: sólo vuestra unión personal y profunda con Cristo asegurará la fecundidad de vuestro apostolado cualquiera que sea. A Cristo, vosotros lo encontráis en la Escritura, en la participación activa, tanto en la liturgia de la palabra como en la liturgia eucarística. Vosotros lo encontráis en la oración personal y silenciosa, insustituible para asegurar el contacto del alma con Dios vivo, fuente de toda gracia.
El compromiso del apostolado en medio del mundo no destruye estos presupuestos fundamentales de toda espiritualidad, sino lo supone, incluso los exige. ¿Quién estuvo más “comprometido” que la gran Santa Teresa, festejada cada año en este día del 15 de octubre? ¿Y quién, más que ella, supo encontrar su fuerza y la fecundidad para su acción en la plegaria y en una unión con Dios en todos los instantes?"
(Pablo VI, Disc. al III Congreso mundial del Apostolado seglar, 15-octubre-1967).
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