JACQUES MARITAIN (1882-1973), gran filósofo francés, que organizó los
círculos tomistas para dar a conocer la doctrina de santo Tomás de Aquino. Fue primero
socialista, alejado de Dios y de la religión, hasta que se convirtió con su esposa Raissa,
rusa de origen judío, y se bautizó con ella el 11 de Junio de 1906. Fue su padrino León
Bloy, que había influido mucho en su conversión. En su libro Cuaderno de notas, que
es como un Diario, habla de su compromiso cristiano y de cómo vivía su fe, acudiendo
a misa con su esposa todos los días.
Otros grandes convertidos fueron:
GERTRUDE VON LE FORT, alemana, escritora, nacida en 1876; MAXIMO ACRI,
oficial italiano, prisionero en varios campos de concentración en la segunda guerra
mundial y que se convirtió, al ver la abnegación y sacrificio de los sacerdotes católicos
prisioneros; FRANCISCO ORESTANO (1873-1946), escritor italiano y profesor de
Universidad. Otros convertidos italianos y profesores de Universidad fueron también:
Ernesto Bertarelli, Federico de María, Armando Carlini, Luis Fantappie, Adolfo
Ferrabino, Francisco Carnelutti, Francisco Messina...
MARÍA MEYER-SEVENICH nació en 1907 de padres católicos alemanes, pero
cayó en el comunismo y en el ateísmo. Después de la Segunda guerra mundial se dedicó
a la política y fue elegida diputada para la Dieta de la Baja Sajonia.
Dice: El hecho que determinó mi conversión fue más que singular. Mis paseos,
casi diarios, me conducían con regularidad a una iglesia de moderno estilo en la que
permanecía muy a gusto. Encontraba ahí una paz inédita, un bienestar desconocido, al
que me abandonaba sin pensar mucho sobre ello. Creía que se debía simplemente al
silencio y tranquilidad del recinto, en el que permanecían silenciosas otras personas.
Cuando, después de algunos años, visité nuestras iglesias católicas con la fuerza y
entrega de la fe reencontrada, reconocí que aquella paz provenía de la presencia de
Jesús Eucaristía, que me había atraído irresistiblemente en los agitados años de mi
época marxista...
En 1942 fui detenida por la Gestapo. Fui acusada de alta traición y me preparé
a escuchar mi sentencia de muerte, pero eso no ocurrió. Un día, me hallaba sola en mi
celda de prisionera sumida en el estudio de un tema científico. De pronto, entendí con
súbita claridad: “Dios existe”. Unos minutos después: “Jesucristo es Dios”. Y
finalmente: “La Iglesia católica es la única verdadera”. Conservo siempre actual y
vivo el recuerdo de mi reacción. No estaba excitada ni conmovida. Había surgido en mi
mente la certeza irrefutable sobre estas tres verdades ante las cuales enmudecían todas
las dudas y vacilaciones... Medio año después, hice mi confesión general y recibí de
nuevo la comunión. A partir de entonces, mi vida ha sido un continuo caminar hacia la
Luz. Aun en medio de las miserias y sufrimientos de casi tres años de cautiverio,
continuamente en peligro de muerte, en medio de la tremenda prueba de la postguerra,
cada vez veía con mayor claridad y aumentaba mi fe (Bruno Schafer, Ellos oyeron mi voz, Ed. Epesa 1957, pp. 63-66).
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