De la razón por la que los judíos (y por ende los musulmanes) no comen cerdo
por En cuerpo y alma
Después de ver en su día cuán intensa era, contra todo pronóstico, la presencia en las tierras bíblicas de un animal maldito entre los judíos como es el cerdo (pinche aquí si le interesa el tema), nos preguntamos hoy por las razones que llevaron al pueblo elegido a eliminar de su dieta la carne de un animal tan altamente nutritivo y de tan sencilla cría.
Lo primero que se ha de decir es que la ingesta de dicha carne viene prohibida con toda claridad la Biblia en, por lo menos, dos de sus libros, el Levítico y el Deuteronomio.
“No comeréis: camello, pues aunque rumia, no tiene partida la pezuña: lo consideraréis impuro; ni damán, porque rumia, pero no tiene la pezuña partida: lo consideraréis impuro; ni liebre, porque rumia, pero no tiene la pezuña partida: la consideraréis impura; ni cerdo, pues aunque tiene la pezuña partida, hendida en dos mitades, no rumia: lo consideraréis impuro” (Lv. 11, 4-7, similar en Dt. 14, 3-8).
Recoge también la prohibición el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, lo que por otro lado, apunta a que el animal se tenía por maldito no sólo entre los judíos, sino también entre otros muchos pueblos de la región:
“Os está vedada la carne mortecina, la sangre, la carne de cerdo, la de animal sobre el que se haya invocado un nombre diferente de Dios” (C. 5, 3, similar en muchos otros pasajes)
No así, en cambio, al cristianismo, que rompe expresamente con las prohibiciones alimenticias precristianas:
“Pedro entonces se puso a explicarles punto por punto diciendo: «Estaba yo en oración en la ciudad de Jope y en éxtasis vi una visión: un objeto como un lienzo grande, atado por las cuatro puntas, que bajaba del cielo y llegó hasta mí. Lo miré atentamente y vi en él los cuadrúpedos de la tierra, las bestias, los reptiles, y las aves del cielo. Oí también una voz que me decía: ‘Pedro, levántate, sacrifica y come’. Y respondí: ‘De ninguna manera, Señor; pues jamás entró en mi boca nada profano ni impuro’. Me dijo por segunda vez la voz venida del cielo: ‘Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano’”. (Hch. 11, 4-9).
Que la razón de la no ingesta de cerdo por los judíos y otros pueblos vecinos está relacionada con las enfermedades que el animal transmitía en la antigüedad es algo más que una obviedad sobre la que recae el general consenso de los historiadores. Ahora bien, ¿es posible concretar un poco más y conocer en qué consistió esa enfermedad o en qué momento se produjo?
Es muy posible que en el Talmud se contenga alguna indicación, alguna pista sobre el origen de la prohibición. Yo por mi parte, he encontrado esta interesante versión del tema que debemos al gran historiador clásico Tácito (56117), que vivió en el s. I y al que entre otras cosas, debemos uno de los más importantes testimonios no cristianos sobre la figura de Cristo (pinche aquí para conocerlo sobre dicho testimonio). Pues bien, en su libro de las “Historias”, y dentro de él en el libro V dedicado expresamente a los judíos, nos cuenta la que él tiene por la razón de que los judíos no coman cerdo, que relaciona con la curiosa versión que nos da de la salida de los judíos de Egipto:
“En lo que muchos convienen es que habiendo sobrevenido en Egipto cierta enfermedad contagiosa que manchaba y afeaba los cuerpos, el rey Ochoris, consultando al oráculo de Amón, y pidiendo remedio, se le respondió que limpiase su reino y enviase a otras tierras aquella generación de hombres como aborrecibles de los dioses” (op. cit. libro V).
Un relato que observa una similitud clara con la versión bíblica de los hechos, y también algunas divergencias evidentes. Similitud en el sentido de que, efectivamente, la salida de los judíos de las tierras faraónicas es producto y consecuencia de unas plagas. Y divergencias en el sentido de que esas plagas, primero, no son específicamente las que señala la Biblia, sino una especie de sarna; y segundo, el propio pueblo judío la sufre y aparentemente, hasta se constituye en el foco emisor de la misma. Existe, por último, una tercera divergencia esencial entre el relato de Tácito y el relato de la Biblia, en el sentido de que la iniciativa de la salida no corresponde, como se dice en ésta, a los judíos, sino a los egipcios, que habrían practicado, en consecuencia, uno de los primeros cordones sanitarios de los que se tiene noticia en la historia: en otras palabras, no se trata de una emigración voluntaria y hasta esforzada del pueblo judío, como relata la Biblia, sino de una orden de expulsión emitida por el faraón.
En este sentido, resulta absolutamente tentadora la siguiente tesis: ¿Y si, con tan fausto motivo como el de la epidemia, hubiera aprovechado el faraón para expulsar de su reino a esos molestos monoteístas que adoraban a Atón, ahora que él se planteaba el retorno al clásico panteón politeísta egipcio? (pinche aquí si desea conocer de qué le hablo).
Volviendo al tema que nos ocupa, y como quiera que sea, unas líneas más adelante, el historiador romano nos cuenta esto, que afecta directamente a la pregunta que nos formulamos en el título del presente artículo:
“No comen carne de puerco por memoria del daño cuando fueron inficionados de aquella especie de sarna de que padece aquel animal” (op. cit. libro V).
Aportando así una respuesta cuanto menos plausible de lo que es una prohibición que observa hoy día, por lo menos, una quinta parte de la entera humanidad. Y que por cierto, ¡no saben lo que se pierden!
Y bien amigos, espero que lo hayan disfrutado. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana volvemos con otras historias.
©L.A.
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