El despertar de la fuerza: por el fin del mal menor.

El cristianismo ha sido borrado del debate público de nuestro país. Es un hecho. Tiempo ha que renunciaron a su defensa todos los partidos políticos que hoy tienen representación parlamentaria; aunque estuviera en su ideario fundacional (tan olvidado y extinguido como la sangre de Númenor, que diría Tolkien). Es algo que reafirmó hace poco el obispo de San Sebastián, afirmando que dentro del actual arco parlamentario, no había ningún partido al que un católico pudiera votar en conciencia.

Y lo cierto y triste es que a pocos preocupa. Ni siquiera a la inmensa mayoría de los que se dicen cristianos “practicantes”. El debate económico lo impregna todo, y lo supedita todo. Las estadísticas dicen que, alrededor de un 13% de la población española, acude a misa los domingos y fiestas de guardar. Teniendo en cuenta la actual población española, estaríamos hablando de más de seis millones de personas. Más de seis millones de cristianos que escuchan la Palabra de Dios y reciben los sacramentos cada semana. ¿Alguien se imagina la fuerza que tendría el voto en conciencia, que no de practicidad o “de mal menor” de seis millones de españoles?

Sin embargo, todo hace indicar que los tiros no van por ahí. El cristiano auténtico, el que no posee una fe “heredada” o de costumbres, sino que ha tenido una auténtica experiencia de Dios en su vida,  el que ha sido discipulado y ha madurado en su fe, es hoy una especie en peligro de extinción. En esta Europa que ha renunciado a su raíces cristianas, a sus valores, a su identidad, que traiciona su historia y su esencia, la cruz y el nombre de Jesucristo tienden a desaparecer de los dominios públicos, relegados a lo personal, a lo íntimo. La voz de la Iglesia se presenta cada más como más irrelevante.

Mas yo bendigo a Dios porque así sea. Tenemos por delante un camino de fuego purificador, del cual surgirá refulgente un resto de Israel: no será más una ingente masa mediocre y adormecida, sino que estará libre del aburguesamiento con el que nos seda esta sociedad del bienestar, dejando atrás complejos y temores, libres de apariencias y del qué dirán, movida por cumplir la voluntad del Padre y por volver a llevar la luz de Dios a los hombres. Sus cimientos pueden ya empezar a verse, y son en verdad maravillosos.

Es lo bueno de esta historia: la victoria es de nuestro Dios. Los imperios pasan como llegaron. Todos los hombres, en su tiempo, pensaron que el poder dominador que les tocó conocer duraría para siempre. Mas no es así. Sólo Dios permanece por siempre, y por más que se le esconda, que se le calle o persiga, saldrá victorioso una y otra vez. Pues no requiere de telediarios, radios, prensa o Internet. Él grita poderoso en los corazones de los hombres que buscan la Verdad. Y la sed de la Verdad no podrán colmarla los poderes de este mundo, ni a la izquierda ni a la derecha. Ni el dólar ni el euro. Ni siquiera la nueva saga de Star Wars (el despertar del Pueblo de Dios, ése sí que sería un despertar de la fuerza). Sólo Él, sólo Dios. ¡Levanta, Señor, a un pueblo sediento de Ti!