El bautizo de Biruk
Ir a Misa es algo impactante. ¿Puede haber algo más impresionante que el hecho de que todo un Dios se haga pan para que podamos comerlo y tenerlo entre nosotros? Sin embargo, como en tantas cosas de nuestra vida, nos acabamos acostumbrando y muchas veces nos dirigimos a la iglesia como autómatas, sin reparar en lo que en verdad ocurre. De cualquier manera, si nos ponemos en predisposición, si dejamos que el Señor actúe, Él nos sorprende desde el minuto uno. Y si para esto vamos en familia a aquella Misa que nos ayuda a centrarnos, a recogernos, a participar… muchísimo mejor.
Esto suele ocurrir cuando uno acude a la Parroquia de San Eugenio, en Barcelona, a la Misa del sábado a las 8 de la noche, donde el Padre Nino congrega a muchísimos niños y a sus padres en una celebración dedicada a los más pequeños, que es muy bien acogida por los mayores. Hay un grupo de música espectacular, donde toca y canta Oscar -uno de los que fueran mis discípulos futbolísticos- y que suele interpretar el mejor “Pescador” a la hora de la Comunión que he escuchado. Los niños participan contestando las preguntas que el Padre Nino plantea en la homilía y, al final, nos despedimos todos lanzando un beso a la Madre de Dios.
De cualquier manera, el sábado pasado la sorpresa fue todavía mayor, cuando, a inicios de la Eucaristía, el Padre Nino explicó que iba a bautizarse y a hacer la Primera Comunión un chico joven, Biruk, de unos 18 años. La verdad, jamás había presenciado en directo el bautizo de un adulto, de alguien que tiene plena conciencia de lo que hace y que además, como hizo Biruk, anuncia a la Comunidad el porqué de su decisión.
Cuando se bautiza a un bebé, siempre hay el sano debate sobre si llorará o no al sentir el contacto del agua. Pues, bueno, en el bautizo de Biruk, mas que llorar él, las lágrimas se nos escaparon a varios de los presentes, porque fue, definitivamente, muy emocionante ver caer esa agua bendita sobre su cabeza, con su madre y sus padrinos como testigos, permitiéndonos evocar el día en que el mismo Jesús, también adulto, fue bautizado por Juan en el Jordán.
Si cada uno de los que somos ricos (tenemos más de lo que necesitamos) nos ocupáramos de un indigente, ¡solo de uno!, no habría gente durmiendo bajo las estrellas… Si todos los que somos cristianos nos preocupáramos de acompañar a alguien, ¡solo a uno!, hasta la pila bautismal, ¿cuánta gente se bautizaría, cuántos descubrirían a Dios y quedarían sorprendidos por las maravillas de la fe?