No más piedras a nuestro tejado (a ver si se nos va a caer encima).
por No tengáis miedo
Alguna vez me he planteado que, si no fuese cristiano, mas por alguna razón naciera en mí cierto interés por la fe católica, indagaría en las diferentes páginas de información religiosa. Leería las noticias, los artículos de opinión, intentando hacerme una mejor idea de cómo es la realidad, la actualidad, de nuestra fe. Averiguaría lo que pudiese sobre los diversos movimientos católicos, sus características, su carisma. Internet sería un arma poderosísima para hacerlo.
El resultado sería probablemente catastrófico. No ya sólo por el hecho de que, según el portal de información, lo que en uno es blanco, en otro es negro (es aún peor que confrontar la misma noticia en “La Razón” y en “El País”), sino por tantos artículos en los que unos despedazan a otros: movimientos de la Iglesia, obispos, e incluso al papa. No me refiero a distintos pareceres o críticas constructivas. Me refiero a escritos que rozan el odio, que destilan maldad, que están en las antípodas de toda forma de caridad, que sonrojan a quien ama a la Iglesia, que se centran en excluir a unos u otros.
No hablo de quien ama a su particular cortijillo, su parcela. Hablo de quien ama a la Iglesia con mayúsculas, la que Cristo edificó desde Pedro, la que permanecerá hasta el fin de los tiempos, pese a nosotros mismos y nuestro eterno lanzamiento de piedras al propio tejado. La Iglesia en la que caben, en la que son necesarias, todas sus realidades: Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación, Focolares, Opus Dei, Renovación Carismática… son tantas, tan bellas, con tantos frutos… ninguna sobra, y ninguna a su vez tiene derecho a apropiarse la “excelencia” católica. Movimientos, órdenes religiosas, Iglesia Diocesana, tantas y tantas comunidades, son medios para la salvación de miles, de millones de personas. Son medios para servir a la Iglesia, que es una, católica y apostólica. Empezando por el servicio al propio obispo, buscando siempre la comunión con él, y por supuesto con el papa.
Y sin embargo, lo cierto es que en todo esto somos muchas veces motivo de escándalo para otros. Lejos de practicar la corrección fraterna con caridad, de intentar quitar la viga de nuestro ojo antes que la paja del ajeno, aireamos sin pudor nuestras diferencias, nuestros juicios, nuestras condenas. Qué rápido obviamos todo aquello que nos une a nuestros hermanos de fe, para centrarnos y enfatizar nuestras diferencias. Qué prestos somos en condenar públicamente a aquellos que en la Iglesia ejercen puestos de responsabilidad, a aquellos que son más ferozmente tentados por nuestro común enemigo, a aquellos por los que diariamente deberíamos orar, pidiendo a Dios que les sostenga, que les dé luz, discernimiento, sabiduría. A veces parece que estamos más empeñados en emprender una guerra civil que nos agota.
Los chismes sobre movimientos episcopales, la exhaustiva y cansina búsqueda de la tercera pata gatuna en cada palabra del papa, las noticias religiosas sensacionalistas, no son herramientas positivas para la edificación de nuestra vida de fe.
En esta semana de unión entre los cristianos que hoy termina, le pido al Señor que los católicos sepamos apreciar, sepamos amar como obra de Dios que es, la diversidad de realidades, de dones, de carismas, que el Espíritu Santo suscita dentro de nuestra Iglesia. Pues cuán lejano se hace acercarse a un cristiano de otra denominación, cuán hipócrita incluso, si no hay comunión entre los católicos.