A unos papás valientes
por No tengáis miedo
Queridos papá y mamá de Rocío:
En estos días de fiesta, de celebración, de alegría por el Niño que nos ha nacido, a vosotros se os ha ido vuestra pequeña Rocío. No puedo imaginar un dolor más grande en esta vida, ni puedo encontrar palabras que traigan consuelo. Sin embargo, ante algo tan difícil de asimilar, de entender, no pierdo la certeza de que Dios no obra sin propósito.
El cielo ha acogido a vuestra pequeña con gran gozo. Son pocas las ocasiones en las que reciben un bebé; ahora mismo los ángeles no dejan de mimarla con ternura, haciéndola sonreír, y bailan entusiasmados con el sonido de su inocente risa. Confía, querida mamá, en que ante el menor amago de llanto de tu niña, la Virgen María la acunará en sus brazos. Ella le dirá las palabras que tú llevas en tu corazón, y le cantará las nanas que tú no has podido cantarle. Allí dará sus primeros pasos, y allí balbuceará por vez primera un “papá”, que de algún modo, en lo más profundo de tu ser, reconfortará, querido papá, tu corazón en ese momento.
Sabéis que no es un adiós, sólo un hasta pronto. Pues, si Dios quiere, llegará el día en que os reencontréis con este bebé del que os habéis despedido, y será una increíble y maravillosa joven, en toda su belleza y plenitud, que os abrazará agradecida por haberle abierto la puerta a la eternidad.
Y es que eso hicisteis cuando, con valentía, apostasteis por su vida. Abrazasteis la cruz del dolor, de saber que sería muy difícil, que la perderíais muy pronto, que destrozaría vuestro corazón. Y sin embargo, con vuestro sí generoso, con sus cuarenta y cinco días de vida, habéis sido instrumentos para que ella llegara a su meta, para que viva en la plenitud de la Gloria de Dios. En un mes y medio ha logrado aquello que todos estamos llamados a alcanzar, con la gracia de Dios, en esta vida.
No sé por qué el Señor os ha prestado tan poco tiempo la vida de esta hija suya. A mí me recuerda que la vida de mis pequeñas no me pertenece, que es un hermoso préstamo que debo agradecer y cuidar cual tesoro cada día. Lo que sí sé es que, en el reino de los cielos, hay alguien que ya intercede por vosotros y por el resto de vuestros hijos. Dios da el ciento por uno; lo tenemos prometido. Vuestra pequeña derramará para vuestra familia bendiciones desde el cielo; no lo dudéis.
Y desde luego, por largos que sean los años hasta volver a verla, no son más que un suspiro comparado con una eternidad a su lado, y junto a Dios.
Gracias por vuestra valentía, por vuestra generosidad, por vuestra fe. No hay oración que caiga en saco roto, que sea desoída. No hay acontecimiento casual en nuestras vidas. También, en este inconmensurable dolor, Dios obrará prodigios. La pequeña Rocío ya disfruta de ellos. Vosotros los veréis ya en esta vida.
Vivimos por fe.
Un abrazo, querida familia.