Nadie, cuando enciende una lámpara, la pone en un sótano (Lc 13, 11)
El signo de Jonás está presente
¿Signo? ¿Qué es un signo? Un signo es una marca que tiene ligado un significado. No es nada por sí mismo, pero lo es todo cuando somos capaces de comprender qué nos dice, nos comunica. La señal nos llama, nos hace verla por sí misma. El signo necesita ser encontrado.
San Mateo habla dice que esta perversa generación exige una señal, por lo tanto exige ser llamado por Dios de forma evidente y clara. También nos dice que Dios no nos dará una señal, sino un signo. Es decir, Dios quiere que nos impliquemos en aquello que Él nos quiere decir. No quiere actuar por encima de la libertad que nos ha dado, sino en sintonía con esta libertad. Ahora el Signo que nos ofrece Dios no es reconocible por todos. Es decir, necesita comprenderse y aceptarse. Necesita del arrepentimiento y docilidad que abre las puertas de nuestro ser al Espíritu Santo.
En Mateo se dice: «Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo, pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra» (Mt 12, 39s). En Lucas leemos: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación» (Lc 11, 29s).
No necesitamos analizar aquí las diferencias entre estas dos versiones. Una cosa está clara: la señal de Dios para los hombres es el Hijo del hombre, Jesús mismo. Y lo es de manera profunda en su Misterio Pascual, en el Misterio de muerte y resurrección. Él mismo es el «signo de Jonás». Él, el crucificado y resucitado, es el verdadero Lázaro: creer en Él y seguirlo, es el gran signo de Dios, es la invitación de la parábola, que es más que una parábola. Ella habla de la realidad, de la realidad decisiva de la historia por excelencia (Benedicto XVI. Jesús de Nazaret. La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro)
El signo que Dios no ofrece no es cualquiera, es el signo de Jonás. Benedicto XVI señala con claridad que este signo es Cristo que es ultrajado, desaparece durante tres días y tres noches, para aparecer glorioso ante quienes son capaces de verle. Recordemos que los Discípulos de Emaús caminaron con el Señor y no fueron capaces de reconocerlo hasta que partió el pan. Así es el signo, necesita ser reconocido y aceptado antes de venir a vivir con nosotros. Esta realidad también se puede leer en el Apocalipsis:
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. (Ap 3, 20-22)
Ahora mirémonos. Somos esa generación perversa. ¿Reconocemos a Cristo? ¿Somos capaces de abrirle la puerta de nuestro ser? Hoy en día somos el signo de Jonás en el mundo. Signos que llamen a la conversión y al arrepentimiento. Signos que nada son por sí mismos, pero lo somos todo cuando dejamos que Cristo se transparente a través de nosotros e incomode a la sociedad que tanto le odio y desprecia. ¿Estamos dispuestos a esto? Nadie lo está por sus propias fuerzas. Oremos para que el Espíritu Santo nos transforme. Que nos permita ser ese signo que tanto necesita el mundo. El signo de Jonás es un signo pascual.
“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono”