Martes, 26 de noviembre de 2024

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Díptico de San Lázaro, a quien resucitó Jesús. Hoy, Lázaro en los Evangelios

por En cuerpo y alma

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            Sí amigos, porque tal día como mañana celebraremos la festividad de San Lázaro, uno de los grandes personajes secundarios de los Evangelios, por lo que es intención de este comentarista dedicarle un artículo hoy a su figura canónica, y otro mañana, día de su festividad, a su figura en la tradición.
 
            Cuando se habla de Lázaro en los evangelios se hace referencia a dos personajes diferentes: el primero de ellos es un personaje de ficción, protagonista de una parábola, la de Lázaro y el rico Epulón, que recoge Lucas (Lc. 16, 19-31) y que no es, obviamente, a quien celebramos hoy. El segundo es Lázaro de Betania, gran amigo de Jesús, que es mencionado por su nombre en hasta doce ocasiones, todas ellas en el Evangelio de Juan, -es decir, es un personaje absolutamente desconocido en los evangelios sinópticos-, las cuales se reducen, en realidad, a dos episodios.
 
            El primero es el de su resurrección por Jesús, que Juan recoge así:

 

La resurrección de San Lázaro. Giuseppe Cesari (1592).


            “Había un enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: ‘Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo’. Al oírlo Jesús, dijo: ‘Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella’ Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.
            Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: ‘Volvamos de nuevo a Judea.

[…] Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle’ […]
            Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: ‘Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá’. Le dice Jesús: ‘Tu hermano resucitará’. Le respondió Marta: ‘Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día’. Jesús le respondió: ‘Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’ Le dice ella: ‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo’.
            Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: ‘El Maestro está ahí y te llama’ […] Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto’. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: ‘¿Dónde lo habéis puesto?’. Le responden: ‘Señor, ven y lo verás’. Jesús derramó lágrimas. Los judíos entonces decían: ‘Mirad cómo le quería’. Pero algunos de ellos dijeron: ‘Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?’. Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: ‘Quitad la piedra’. Le responde Marta, la hermana del muerto: ‘Señor, ya huele; es el cuarto día’ Le dice Jesús: ‘¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?’. Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: ‘Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado’.
            Dicho esto, gritó con fuerte voz: ‘¡Lázaro, sal afuera!’ Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: ‘Desatadlo y dejadle andar’.
            Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él” (Jn. 11, 1-44).
 
            El relato, que hemos despojado de algunos de sus pasajes para hacerlo un poco más ligero, es, como se ve, muy prolijo, colorista y detallado, con lo que el evangelista (a quien el lector de esta columna conoce bien), siempre celoso de demostrar su cercano conocimiento de los hechos que relata -no en balde, Juan es el que termina su Evangelio diciendo “Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro” (Jn. 20 30) y también “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn. 21, 24)- intenta demostrar que él mismo es testigo de lo acontecido.
 
            Pero también y no menos, que el impresionante milagro no permite fraude alguno: los muchos testigos presentes (“muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano”, “los judíos, que estaban con María en casa consolándola”, “muchos de los judíos que habían venido a casa de María”), la constatación de que lleva nada menos que cuatro días enterrado… todo dirigido a demostrar lo cierto de la muerte de Lázaro, y en consecuencia, la dificultad y el mérito del milagro realizado.
 
            El segundo episodio en el que aparece Lázaro tiene lugar muy pocos días antes de que Jesús sea crucificado. Otra vez lo refiere Juan, haciéndolo ahora de esta manera:
 
            “Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. […] Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (Jn. 12, 1-11).
 
            Episodio que como se ve, convierte al hermano de Marta y María en el personaje que referencia los eventos que habrán de ocurrir muy pocos días después, tan importante que, junto a la decisión ya tomada por los judíos de matar a Jesús, se encuadra ahora la de matar, también, a Lázaro.
 
            Y poco más, queridos amigos, porque poco más es lo que se dice de Lázaro en los Evangelios. Ni siquiera aparece, como alguno podría haber esperado, entre los testigos de la Pasión, algo en lo que, sin duda, pesaría esa decisión de los judíos de acabar también con la vida de Lázaro, y que como veremos, va a condicionar en gran medida la tradición que sobre él existe. Pero eso será mañana, a no ser que tenga Vd. tanta prisa que prefiera hacerlo desde aquí. Y eso sí, no sin desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más.
 
 
            ©L.A.
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