Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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¿Pero hubo alguna vez una excomunión de los cristianos por los judíos?  

por En cuerpo y alma

 

 

 

 

 

 

 

            En la historia de la evolución del cristianismo, un instrumento ha servido profusamente a la Iglesia para conformar el dogma tal como nos ha llegado al día de hoy: el del anatema o declaración de herejía de la interpretación que de la doctrina hacían algunos grupos dentro de la comunidad, y la consecuente excomunión de sus autores.

            Así, el Concilio de Nicea (325), primero de los ecuménicos, excomulgó a los arrianos; el Concilio de Efeso (431) condenó el diofisismo de Nestorio; el Concilio de Calcedonia (451), el monofisismo de Eutiques; el tercer Concilio de Constantinopla (680) excomulgó a los monotelitas; el cuarto concilio de la misma ciudad condenó a Focio y excomulgó a las iglesias orientales (ortodoxos); el tercer Concilio de Letrán condenó a los cátaros o albigenses; la bula “Decet Romanum Pontificem” (1521) excomulgó a Lutero y el protestantismo… y tantos y tantos ejemplos, que anatemas, declaraciones de herejía y excomuniones circularán entre los cristianos durante la larga historia del cristianismo con algo más que profusión. Siempre con textos muy claros que dejan a la luz el momento preciso en el que se produce la excomunión, los términos en los que ésta tiene lugar y las razones que dan lugar a ella.

            Así las cosas, cabe preguntarse: cuando fue el cristianismo la religión que se separó del tronco común convirtiéndose en la supuestamente herética, ¿se produjo también una excomunión “oficial” por parte de la “casa matriz”, en este caso la religión judía?

            La cuestión, históricamente hablando, no aparece nítidamente identificada en ningún momento. Realmente no se ha encontrado el acta, el documento, la “bula”, que marque con toda claridad la fecha a partir de la cual, por las razones cuales, y en los términos tales, la jerarquía judía excomulga a los adeptos a la nueva religión que conforman lo que ya se conoce como “la comunidad cristiana”, la cual, a partir de circunstancia tal, pasa a constituir una herejía del judaísmo.

            Así las cosas, son varias las vías que cabe explorar para dotar de contenido a la cuestión. La primera, sin ni siquiera salir del Nuevo Testamento, la misma condena de Jesús por el Sanedrín que, recogida en los cuatro Evangelios, sería, según esta tesis, la base de la excomunión de sus seguidores. En parecido sentido, otras ejecuciones más o menos sumarias, más o menos “legales”, -así la lapidación del protomártir Esteban, así el linchamiento de Santiago el Menor de la que nos da cuenta Flavio Josefo en su obra, así la ejecución, en este caso ordenada por la autoridad judía, de Santiago el Mayor recogida en los Hechos de los Apóstoles-, no serían sino nueva expresión o consecuencia de la excomunión pronunciada.

            Un suceso narrado también en los Hechos de los Apóstoles contradice sin embargo la tesis de raíz. Hablamos de la detención del colegio de apóstoles al completo y su juicio por el Sanedrín, sustanciada con una sentencia que conocemos gracias al mismo libro y cuyo ponente no es otro que el famoso rabino Gamaliel, personaje sobre el que disponemos de abundantes referencias en el Talmud y otras fuentes judías que añadir a las que a su persona hacen los textos canónicos:

            “Desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si este plan o esta obra es de los hombres, fracasará; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirlos. No sea que os encontréis luchando contra Dios” (Hch. 5, 38-39).

            Sentencia que no se presenta, desde luego, como una excomunión, sino más bien como lo contrario, y que sólo permite obtener una conclusión: que por muy perseguidos que fueran, del Nuevo Testamento no cabe deducir que los cristianos hayan sido excluídos de rezar en el Templo ni de predicar en él, en otras palabras excomulgados. En hasta cinco ocasiones insiste Lucas en la asiduidad de la predicación del primer cristianismo en el Templo, con palabras tan claras como éstas:

            “Ni un solo día cesaban de enseñar en el Templo y por las casas y de anunciar la Buena Nueva de que Jesús es el Cristo” (Hch.5, 42).

            Excluída esta vía, a lo que se ve nada convincente, se abren para explicar la posible excomunicacion de los cristianos por sus hermanos mayores judíos otras dos, eso sí, fuera las dos de los textos canónicos.

            La primera sería un supuesto concilio judío celebrado en Jamnia o Yavné, dos nombres de la misma ciudad situada sobre la costa palestina, unos 50 kilómetros al oeste de Jerusalén.

            La historia reza como sigue. Producida la destrucción del Templo y de la práctica totalidad de Jerusalén y hasta de Palestina con la derrota judía en la Guerra Judeo-romana en el año 70, el rabino Yohanan ben Zakai, considerado en la historia hebrea como el verdadero salvador del judaísmo en tamaña circunstancia, consigue una postrer concesión del poder imperial para reunir en la ciudad de Yavne o Jamnia tanto un residual colegio de rabinos como una suerte de remedado sanedrín para la administración de la población judía que permanece en la región (muy poca en realidad, habida cuenta de la gran cantidad de judíos que Roma masacra o esclaviza, y los que motu proprio inician una nueva diáspora de las muchas que se producen durante la historia judaica).

            Pues bien, en ese entorno, hacia el año 80 se podría haber celebrado una especie de concilio en el que junto a la determinación del canon de los libros santos judíos (el que más-menos se denomina en el ámbito cristiano Antiguo Testamento) se habría producido también la excomunión de los cristianos.

            El delito definitivo, tal vez, la nula implicación de los cristianos en la defensa de Jerusalén -y más genéricamente en las guerras judeo romanas-, algo que, por otro lado, casa bien con el dato del que nos provee Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica cuando nos informa de que, desvinculados totalmente de la guerra y de la suerte de la Ciudad Santa, los cristianos se habían retirado a una urbe en la región de Perea denominada Pella.

             La hipótesis, hasta donde uno conoce, no sólo se halla muy pobremente avalada por las fuentes sino que ni siquiera se basa en una tradición oral, y no parece constituir otra cosa que un “historicible”, a saber, un supuesto histórico no demostrado pero viable, de utilidad para comprender los hechos acaecidos a continuación.

             La segunda vía está relacionada con la llamada Amidá, apócope de Tefilat ha-Amidá (oración de pie) o Shemoné Esré (las dieciocho bendiciones, aunque realmente sean diecinueve), de las que la duodécima, que pide a Dios que destruya a los herejes (minuth) y traidores al judaísmo, apuntaría directamente a los cristianos, representando un verdadero  anatema contra ellos.

             La definición y la práctica de la Amidá parecen traer sus orígenes en el mismo período en el que se produce la derrota judía en la Guerra Judeo-romana, la destrucción del Templo y la emigración del colegio rabínico a Jamnia. Más discutible es que ese anatema que recoge la duodécima admonición y que bien podrían haberse aplicado entre sí fariseos, saduceos o esenios en cualquiera de las combinaciones imaginables, o los judíos jerosolimitanos contra los helenizados de cualquier ciudad del imperio desde Tarso hasta Roma pasando por Alejandría o al revés, represente un anatema específica y deliberadamente dirigido contra la secta de los galileos, cuando más bien se aparece como una suerte de sentencia genérica y poco tasada.

             Así que, mientras aparecen las pruebas definitivas del pronunciamiento claro y temprano de un anatema contra los cristianos, cosa que podría llegar a ocurrir en cualquier momento, -los descubrimientos históricos y arqueológicos se están produciendo a una velocidad inimaginable-, lo más razonable es que aceptemos que a estas alturas desconocemos aún en qué momento, -y eso si es que efectivamente ocurrió-, la jerarquía judía excomulgó a la naciente y algo más que prometedora comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret, cuándo lo hizo y algo no poco importante: en qué términos. Pues ni siquiera es totalmente descartable que un tipo de cristianos, -los paulinos o gentiles, pongo por caso-, fueran excomunicados, mientras que otros, -los santiaguinos o templistas-, por qué no, no lo hubieran sido.

             Entretanto eso ocurre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

  

 

            ©L.A.

            Si desea ponerse en contacto con el autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es. En Twitter  @LuisAntequeraB

 

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