Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Laicidad y laicismo

por Vida en abundancia

 DEFINICION

En breves palabras podemos definir que ‘laicidad’ es el mutuo respeto entre Iglesia y Estado, fundamentado en la autonomía de cada parte, mientras que ‘laicismo’ es la hostilidad e indiferencia contra la religión.

La laicidad del Estado se fundamenta en la distinción entre los planos de lo secular y de lo religioso. Según el Concilio Vaticano II, entre el Estado y la Iglesia debe existir un mutuo respeto a la autonomía de cada parte.

Pero no debemos olvidar que la laicidad no es el laicismo ya que la laicidad del Estado no debe equivaler a hostilidad o indiferencia contra la religión o contra la Iglesia. Más bien dicha laicidad debería ser compatible con la cooperación de todas las confesiones religiosas dentro de los principios de libertad religiosa y neutralidad del Estado. La base de la cooperación está en que ejercer la religión es un derecho constitucional y beneficioso para la sociedad.

EL LAICISMO ESTATAL

El laicismo es la corriente de pensamiento, ideología, movimiento político, legislación o política de gobierno, que defiende o favorece la existencia de una sociedad organizada aconfesionalmente; es decir, de una forma independiente o, en su caso, ajena a las confesiones religiosas. Su ejemplo más representativo es el Estado laico o no confesional.

El concepto de ‘Estado laico’, opuesto al de ‘Estado confesional’, surgió históricamente de la separación Iglesia-Estado que tuvo lugar en Francia a finales del siglo XIX, aunque la separación entre instituciones del Estado y las iglesias u organizaciones religiosas se ha producido, en mayor o menor medida, en otros momentos y lugares, normalmente vinculada a la ilustración y a la revolución liberal.

Los laicistas consideran que su postura garantiza la libertad de conciencia, además de la no imposición de normas y valores morales particulares de ninguna religión o de la irreligión. El laicismo persigue la secularización del Estado, aunque se distingue del anticlericalismo radical ateo en cuanto a que no condena la existencia de dichos valores religiosos.

LA LAICIDAD

En el mundo de hoy la laicidad se entiende de varias maneras: no existe una sola laicidad, sino diversas; o mejor dicho, existen múltiples maneras de entender y vivir la laicidad, maneras a veces opuestas e incluso contradictorias entre sí.

En realidad hoy, la laicidad se entiende por lo común como exclusión de la religión de los diversos ámbitos de la sociedad y como su confín en el ámbito de la conciencia individual. La laicidad se manifestaría en la total separación entre el Estado y la Iglesia, no teniendo esta última título alguno para intervenir sobre temas relativos a la vida y al comportamiento de los ciudadanos. La laicidad se manifestaría en la total separación entre el Estado y la Iglesia, no teniendo esta última título alguno para intervenís sobre temas relativos a la vida y al comportamiento de los ciudadanos. La laicidad comportaría incluso la exclusión de los símbolos religiosos de los lugares públicos destinados al desempeño de las funciones propias de la comunidad política: oficinas, escuelas, tribunales, hospitales, cárceles, etc.

Pero todos los creyentes, y de modo especial los creyentes en Cristo, tienen el deber de contribuir a elaborar un concepto de laicidad que, por una parte, reconozca a Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida humana, individual y social. Por otra parte debe respetar y afirmar la legítima autonomía de las realidades terrenas, entendiendo con esta expresión que las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente (Gaudium et Spes, 36).

Esta afirmación conciliar constituye la base doctrinal de la sana laicidad, la cual implica que las realidades terrenas ciertamente gozan de una autonomía efectiva de la esfera eclesiástica. Por lo tanto, a la Iglesia no compete indicar cuál ordenamiento político y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores y más adecuados de organizar la vida política. Toda intervención directa de la Iglesia en este campo sería una inferencia indebida.

Por otra parte, la sana laicidad implica que el Estado no considere la religión como un simple sentimiento individual, que se podría confinar al ángulo privado. Por lo tanto, a cada confesión religiosa, con tal de que no esté en contraste con el orden moral y no sea peligrosa para el orden público, se le garantice el libre ejercicio de las actividades de culto de la comunidad de los creyentes, tanto espirituales y educativas, como las caritativas.

A la luz de estas consideraciones, ciertamente no es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión, en particular contra la presencia de todo símbolo religioso en las instituciones públicas.

Tampoco es signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana y a quienes la representan legítimamente, el derecho de pronunciarse sobre los problemas morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos, en particular de los legisladores y juristas. Ello no se trata de injerencia debida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del Estado, sino de la afirmación y de la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Estos valores, antes de ser cristianos son humanos, por eso ante ellos no puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia, que tiene el deber de proclamar con firmeza la verdad sobre el hombre y sobre su destino.

RELACIONES IGLESIA-ESTADO

La Iglesia apoya el principio de laicidad, según el cual hay separación de los papeles de la Iglesia y del Estado, siguiendo la prescripción de Cristo: ‘Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios’ (Lucas 20:25). De hecho, el Concilio Vaticano II explicaba que la Iglesia no se identifica con ninguna comunidad política ni está limitada por lazos con ningún sistema político. Al mismo tiempo, tanto la comunidad política como la Iglesia sirven a las necesidades de las mismas personas, y este servicio se llevará a cabo de un modo más efectivo si hay cooperación entre ambas instituciones.

Pero la justa separación entre Iglesia y Estado no significa que el Estado niegue a la Iglesia su lugar en la sociedad o que se niegue a los católicos cumplir su responsabilidad y derecho de participar en la vida pública. Un Estado que no da espacio a la Iglesia en la sociedad cae en el sectarismo, lo cual podría conducir a un aumento de la intolerancia y a dañar la coexistencia de los grupos que forman la nación.

Con este fin se debe permitir a los cristianos hablar en público y expresar sus convicciones durante los debates democráticos, desafiando al Estado y a sus compañeros ciudadanos sobre sus responsabilidades como hombres y mujeres, especialmente en el campo de los derechos humanos fundamentales, el respeto por la dignidad humana, por el progreso de la humanidad y por la justicia y la equidad, así como por la protección de nuestro planeta.

 ‘La ideología laicista es incompatible con la libertad religiosa’

(Juan Pablo II – 24 de enero del 2005)

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