Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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La iglesia gruñona

por No tengáis miedo

Hace unos días fui a la piscina con unos amigos. Éramos varias familias, todas con niños pequeños, que lógicamente no tardaron en dar buena cuenta de la piscina reservada para ellos, prácticamente vacía hasta ese momento. El socorrista trasladó su puesto, para poder echar ojo y medio a los peques, y todo siguió su curso. Salvo por una señora que, sentada en un lateral, tenía desde nuestra llegada cara de disgusto y amargura. Me consta que se cercioró sobre si nuestra entrada al recinto se había hecho “conforme a derecho”, y tras comunicarle el personal de recepción que fue así, no tuvo más remedio que volver a su butacón y mirarnos con continuo recelo.

No es más que una anécdota, pero me hizo reflexionar acerca de una actitud en la que es fácil caer dentro de la Iglesia, que podemos ver reflejada en muchas situaciones. Puedo citar ejemplos con los que estarán ya muy familiarizados sin son lectores de este blog: miradas desaprobadoras a los pequeños en misa sentados con sus papás (aquí, como en la piscina, hay quien prefiere ver los bancos vacíos antes que llenos de pequeños –sacerdotes incluidos-). Rasgarse de vestiduras ante el uso, comparativa o mera mención de técnicas, recursos, etc., provenientes de cristianos no católicos. Renegar de cabezas ante la música cristiana contemporánea (término ante el que alguno estará más perdido que Paco Martínez Soria en “Abuelo made in Spain”, o ante el que otros parece que le mencionan al mismo demonio). Condena a movimientos o espiritualidades: que si camino neocatecumenal, opus dei y comunión y liberación son fanáticos, que si los de la renovación carismática grillados medio herejes. Y podría seguir…

La cuestión es que también nosotros nos convertimos en una vieja gruñona, guardiana de la ortodoxia, de la buena praxis (o de la que nosotros entendemos que es buena). Y comienzan las condenas a diestro y siniestro. Nos hacemos auténticos inquisidores, y parecemos los músicos del Titanic: seguimos a lo nuestro, tocando nuestra música, mientras el barco se nos hunde. Es una actitud que apaga el soplo del Espíritu Santo: mete su fuego en el congelador, y nos ciega para ver el brotar de su acción aquí y allá dentro de la Iglesia. En definitiva, una pobreza.

Contra esta tentación, ensanchemos la mente y el corazón. No soñemos con un cielo limitado, privilegio de unos pocos que lo han merecido (no vaya a ser que si estamos muchos nos estorbemos). Merece la pena soñar con multitudes ingentes a las que ha alcanzado la misericordia de Dios, en formas que no habríamos imaginado.

Así pues, si tenemos en nosotros una actitud de continua condena hacia otros en la Iglesia, invitándoles incluso a salir de la misma. Si recelamos de las nuevas realidades que surgen, en vez de alegrarnos con ellas. Si vivimos con mal humor, con queja, con amargura, juzgando siempre a nuestro alrededor, en vez de con alegría, disculpando, justificando a los demás. Si hemos llegado a la conclusión de que este mundo no se merece a Dios… cuidado.  

No nos escandalicemos con rapidez, no vayamos a encontrarnos un día entre los fariseos, los grandes cumplidores de la ley, que se escandalizaron de Jesús y lo condenaron. Yo particularmente le pido a Dios que me dé altura de miras, que no me deje acomodarme  ni atarme a costumbres, que me permita estar atento al soplo de su Espíritu. Se lo pido para mí, y para todo este país.

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