Adoración eucarística - III
Es indudable que la adoración eucarística, especialmente la exposición del Santísimo en la custodia, es una fuente de piedad y de gracia, un motor e impulso de espiritualidad sana, si permite el encuentro con el Señor en el silencio (no rellenando todo de palabras y oraciones en común).
La adoración eucarística es un venero de vida espiritual, un cauce para orar y reparar, interceder y alabar.
La adoración eucarística es un venero de vida espiritual, un cauce para orar y reparar, interceder y alabar.
La adoración eucarística, prolongación de la Misa, incluso en su forma externa, llama e invita al silencio y a la quietud, centrando todo en Jesucristo, presente en el Sacramento. Viviendo así la adoración, será la liturgia verdaderamente fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, porque la adoración es la actitud normal y exclusiva de la criatura con su Creador, del siervo con su Señor, de la Iglesia con Cristo.
El culto a la Eucaristía fuera de la Misa no es sino la continuación a lo largo de los siglos de la actitud contemplativa de María a los pies del Señor, aquella que escogió la mejor parte y que nadie se la quitará, y que denota la esencia eminentemente contemplativa de la Iglesia, de la Iglesia Orante y Oyente de la Palabra (igual que Abrahán, postrado ante Dios en la teofanía de Mambré).
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Hoy el cristiano necesita de la soledad y del silencio como condición sine qua non para encontrarse con Jesucristo, para hablar con Él, para sentirse amado por Aquél que se entregó por todos y cada uno. La noche del diálogo entre Nicodemo y Jesús, ruidos y voces apagados, se prolonga también hoy en la oración silenciosa y contemplativa.
La adoración eucarística es el desierto en medio de la gran urbe, el manantial deseado en el peregrinar -desértico- de la existencia. La adoración eucarística es encuentro amoroso con el Señor Jesucristo, que real y sustancialmente presente, entra en diálogo con el hombre, le muestra su amor, y, como brisa suave, alivia el calor y el cansancio de su rostro de tantos trabajos, tantas ilusiones frustradas, tantos engaños, tanta vaciedad del mundo. Sin desierto no se forja el pueblo del Señor, sin desierto no se forja el cristiano. No es exageración: hoy más que nunca hace falta la posibilidad de una soledad rica y gratuita, de un silencio interior para escuchar, de una intimidad personal, de amistad, con Jesucristo.
La exposición del Santísimo será espacio de desierto si se rodea de serenidad, silencio contemplativo, paz. Nunca ritmo acelerado, sí ofreciendo espacios grandes para la oración personal. Esta adoración eucarística será el desierto, sí, pero germinará: sin oración, sin hablar con Jesucristo, tratando de amistad, sin sacar amor, sin hablar de corazón a Corazón, ¿es posible el cristianismo?, ¿es posible la vida cristiana?, ¿es posible el crecimiento personal? ¿Es posible trabajar por la plantatio Ecclesiae y construir el Reino?
Esta adoración eucarística es medio privilegiado y exclusivo de oración con el Señor, y es alma de una comunidad, fuente de renovación e impulso de santidad. La santidad de una parroquia encuentra estímulo y fortaleza renovada en esta oración.
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