Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Los tiempos de la tribulación

por Corazón Eucarístico de Jesús

Dios tiene una medida distinta a la humana; los ritmos de Dios no son, ni mucho menos, los ritmos del hombre y en su pedagogía divina, sufrimientos y tribulaciones son educativos y requieren su propio tiempo que acrisolan al hombre, aunque éste, sumergido en oscuridad y dolor, desea una salida inmediata.
 
Dios, como Médico, ofrece sus remedios al sufrimiento, pero a su debido tiempo, formando parte de su plan salvador.
 
"¿Por qué permite que nos atribulemos y no viene inmediatamente en nuestro socorro? ¿Por qué? Para que nos ocupemos asiduamente de solicitar su auxilio, nos refugiemos en Él y le llamemos constantemente en nuestro auxilio. Esto explica los dolores físicos, la carestía de frutos, el hambre: para que por estas tribulaciones, estemos siempre pendientes de Él y de este modo, mediante las tribulaciones temporales, logre hacernos heredar la vida eterna.
 
De manera que también por ello debemos dar gracias a Dios, pues por tantos medios es médico y salvador de nuestras almas" (S. Juan Crisóstomo, Hom. IV sobre la conversión, n. 5).
 
La tribulación engendra paciencia y la paciencia virtud probada, fortaleciendo al hombre interior. Son pues momentos de grandes bienes y de crecimiento, aunque éste sea lento y doloroso. Sabemos, por experiencia, que este proceso es el que da madurez y hondura a la persona, mientras que, quien no pasa por la tribulación, suele permanecer muy infantil, inmaduro, caprichoso, arbitrario.
 
"Por todo esto debemos refugiarnos continuamente en Él. En toda clase desesperación busquemos confortación en Él. En todo tipo de sufrimiento busquemos su liberación, pidiendo su auxilio en toda tentación. Pues por muy terribles y grandes que sean los males, de todos nos puede liberar y apartar. Pero no basta con eto, sino que su bondad nos dispensará plena seguridad y energía y verdadera gloria; salud del cuerpo, sabiduría del alma, esperanza pronta para no pecar fácilmente. Por tanto, no murmuremos como siervos ingratos, ni acusemos al Señor, sino démosle gracias por todo, considerando que la sola y única cosa espantosa es pecar contra Él" (Ibíd.).
 
Ante las tentaciones y los sufrimientos, conservemos la paz, fruto del Espíritu Santo en nosotros.
 
"El que se ve atormentado en su alma con sufrimientos por insidias del enemigo no piense que se aleja de Cristo porque sufre tales perturbaciones, antes bien considérese por ello más apreciado de Dios si, mientras sufre estos males, no acusa a Dios, sino que lo alaba" (S. Isidoro, Sentencias, III, 4,4).
 
En las luchas del mundo conservemos el valor y la paz porque Cristo ha vencido el mundo. Su paz nos la dejó, ella nos sostiene.
 
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