Ser luz de Cristo para el mundo
El cristiano es hijo de la luz, realiza las obras de la luz aborreciendo las obras de las tinieblas, porque se ha dejado iluminar por Cristo que es la Luz del mundo.
¿Cuándo? ¿Cuándo recibió esa luz? ¡En el Bautismo!, llamado por los Padres, especialmente orientales, "iluminación" (fotismós).
Cristo hace pasar de las tinieblas a la luz viendo la Verdad y saliendo de la mentira (siempre escurridiza, nunca de frente sino de espaldas, susurros, cuchicheos, a escondidas). Desde esa iluminación bautismal, el cristiano es hijo de la luz, camina a la luz del Señor. Pensemos -cercana la Pascua- cómo además del Bautismo, todo el rito del lucernario de la Vigilia pascual es una vivencia mistagógica y espiritual. Cristo ilumina la noche, rompe la oscuridad, "disipa las tinieblas del corazón y del espíritu".
Iluminados así, somos luz del mundo. Una luz participada que refleja la Luz verdadera que es Cristo, pero luz -pequeñas luminarias- para los hombres, nuestros hermanos, para nuestro mundo.
"Pues si el Espíritu posee todos los dones de la gracia, y el Espíritu está en nosotros, de ahí se deriva que estos dones deben manifestarse y perfeccionarse en nosotros. Si Cristo es nuestra única esperanza y nos es dado mediante el Espíritu, y si el Espíritu es una presencia interior, entonces nuestra única esperanza radica en un cambio interior. Como una luz colocada en una habitación envía sus rayos por todas partes, así la presencia del Espíritu Santo nos comunica vida, fuerza, santidad y amor al msmo tiempo que nos hace agradables y justos" (Newman, PPS V 10, 138).
La luz de Cristo viene a nosotros por el Espíritu Santo que, desde dentro, ilumina y disipa cualquier tiniebla. Así, iluminados desde dentro, en el santuario interior de la conciencia-corazón, reflejamos una luz que se manifiesta en palabras y en obras, en el ser y el modo de estar.
Además esta Luz nos permite conocer la Verdad, saborearla interiormente, reconocerla y abrazarla. El Espíritu Santo, Luz, nos ayude a re-cordar (volver a pasar por el corazón) las palabras de Cristo y nos conduce a su entendimiento y aceptación mediante sus dones. Es la gracia que ilumina:
"Preguntáis qué os hace falta, además de los ojos, para ver las verdades de la revelación. Os lo voy a decir. Os hace falta luz. Ni los ojos más penetrantes pueden ver en la oscuridad. Pues, aunque vuestro espíritu sea el ojo, la luz es la gracia de Dios; y podréis utilizar los ojos en este mundo sensible sin necesidad de sol tan fácilmente como podréis utilizar el espíritu en el mundo espiritual sin el don paralelo procedente del exterior. Habéis nacido privados de esa bienaventurada luz espiritual; y mientras sigáis privados de ella, no veréis, no podréis ver de verdad a Dios. No digo que no podáis tener ideas acerca de Dios... pero deducir la existencia de algo no es verlo, ni en el mundo físico ni en el espíritual" (Newman, Mix 9, 171).
Iluminados así, el cristiano ilumina todo aquello que le rodea. Se vuelve apóstol, pero no activista; se convierte en apóstol por una Luz que lo ha transformado y que él prolonga y lleva allí donde se mueve, donde está.
"El cristiano debe sentir que la verdadera contemplación de su Salvador se hace en los asuntos terrenos: que, como Cristo está en los pobres, los perseguidos, los niños, así se manifiesta en las actividades que propone a su elegido, sean las que sean; que obedeciendo a su vocación encontrará a Cristo; que si la descuida, a causa de esto ya no podrá seguir gozando de su preencia; mientra que si la cumple, verá cómo Cristo se revela a su alma entre las acciones ordinarias de cada día, como en una especie de sacramentos" (Newman, PPS VIII 11, 165).
Luz de Cristo. ¡Demos gracias a Dios!
Pero... ¡¡vosotros sois la luz del mundo!! No escondáis vuestra luz...
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