Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Misericordia abundante

por Corazón Eucarístico de Jesús

Si las dos alas de la oración son el ayuno y la limosna, la cuaresma se convierte en un tiempo prolongado de misericordia, caridad, ejercicio del bien y limosna. Y si en todo tiempo la vida cristiana debe brillar por las obras de misericordia, la cuaresma destaca por su asiduidad y constancia.
 
 
            Este ejercicio de misericordia será purificador para el corazón egoísta, expiará los pecados (cf. Dn 4,24b; Eclo 3,30; Tb 12,9) y hará del cristiano alguien misericordioso y lleno de obras de caridad, que lo transformará interiormente.
 
            Como Cristo, que “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38), el cristiano configurado con su Señor ve y atiende la necesidad del otro: “Señor Jesús, tú que pasaste por el mundo haciendo el bien, haz que también nosotros seamos solícitos del bien de todos los hombres” (Dom I). El corazón del cristiano ríe con el que está alegre, llora con quien llora, se hace débil con los débiles (cf. Rm 12,15; 1Co 9,22) para servirlos y amarlos: “Enséñanos, Señor, a ser hoy alegría para los que sufren, y haz que sepamos servirte en cada uno de los necesitados” (Lun I).
 
            El cristiano, que nunca está aislado ni es individualista, no procura sólo su propio bien y se encierra en sí, sino busca el bien de todos, el bien común: “Que con nuestro trabajo, Señor, cooperemos contigo para mejorar el mundo, para que así, por la acción de tu Iglesia, crezca en él la paz” (Mar I); “que trabajemos, Señor, para que el mundo se impregne de tu Espíritu, y se logre así más eficazmente la justicia, el amor y la paz universal” (Mier I); “enséñanos, Señor, a trabajar por el bien de todos los hombres, para que así la Iglesia ilumine a toda la sociedad humana” (Juev I).
 

            Sabemos que el ayuno posee un valor religioso excepcional, pues nos sitúa ante nuestra indigencia y nos conduce a alimentarnos de la Palabra y la Eucaristía; pero también el ayuno posee un valor fraterno, ya que se traduce en generosidad y limosna: “Que sepamos, Señor, abstenernos hoy de los manjares del cuerpo, para ayudar con nuestra abstinencia a los hambrientos y necesitados” (Vier I); “concédenos observar el ayuno que te agrada, compartiendo nuestro pan con los hambrientos” (Mier II).
 
            El mismo trabajo interior de la penitencia cuaresmal converge en obras de misericordia para los demás: “Que vivamos santamente este día de penitencia cuaresmal y lo consagremos a tu servicio, mediante obras de misericordia” (Vier I).
 
            Las obras de amor al prójimo son concretas y no abstractas, utópicas o genéricas; ponen en juego el corazón cristiano y la práctica de virtudes cristianas: “haz que tengamos paciencia con todos” (Sab I); “que sepamos ayudar a los necesitados y consolar a los que sufren” (Sab I); “que hoy nos entreguemos generosamente a las obras de amor al prójimo” (Dom II).
 
            La caridad, virtud teologal, se realiza siempre, sin límites, en su entrega. Es fácil mostrar caridad en momentos extraordinarios, únicos, donde tal vez todos acudan puntualmente, con prontitud. Pero lo extraordinario y ocasional no es medida de la caridad, sino lo cotidiano, lo oculto y constante, lo que transcurre en cada jornada y nadie sabe, ni ve, ni valora y, probablemente, ni agradece. Esa es la caridad que ni cansa ni se cansa, que es constante y permanece siempre. Por eso en cuaresma se ruega al Señor: “Haz que busquemos la caridad no únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria” (Mier II), tomando esta súplica de unas palabras de la Constitución pastoral Gaudium et spes: “Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles. Al mismo tiempo advierte que esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria” (GS 38). Por esa razón, suplicamos que Dios mismo aumento nuestra caridad y la haga progresar: “Desde el comienzo del día, acrecienta en nosotros el amor a nuestros hermanos” (Sab II).
 
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