Cuaresma: tiempo bautismal y de redención
Tiempo de preparación bautismal
Redención y sanación
El origen primitivo de la Cuaresma es puesto de nuevo de relieve: era –y es- el tiempo de preparación más intensa e inmediata de los catecúmenos por los sacramentos de la Iniciación cristiana. La perspectiva de la Cuaresma es bautismal con la meta de la santa Pascua.
Todos los fieles cristianos se asocian al misterio sacramental preparándose a vivirlo y renovarlo: “Cristo vida nuestra, tú que por el bautismo nos has sepultado místicamente contigo en la muerte, para que contigo también resucitemos, concédenos caminar hoy en una vida nueva” (Dom I). Recordamos el bautismo y suplicamos actualizarlo y vivir bautismalmente: “Señor de misericordia, que en el bautismo nos diste una vida nueva, te pedimos que nos hagas cada día más conformes a ti” (Lun I).
Incluso en las preces de Laudes, que no poseen el carácter de intercesión o súplica universal, se recuerda y se ora por los catecúmenos que serán bautizados: “Tú que en el arca salvaste a Noé de las aguas del diluvio, salva por el agua del bautismo a los catecúmenos” (Dom II).
Y así como los catecúmenos serán incorporados a la Iglesia, todos habremos de descubrir el misterio de la Iglesia, vivirlo, sentir eclesialmente: “Concédenos vivir con toda plenitud el misterio de la Iglesia, a fin de que nosotros y todos los hombres encontremos en ella un sacramento eficaz de salvación” (Juev II).
Redención y sanación
Cristo nos ha redimido y salvado. Es Médico y medicina y su pasión remedia nuestros dolores, cura nuestras heridas. En Cuaresma reconocemos nuestras culpas y pecados y suplicamos su redención curativa: “Tú, Señor, que eres médico de los cuerpos y de las almas, sana las dolencias de nuestro espíritu, para que crezcamos cada día en santidad” (Dom I).
No podemos ocultarnos como Adán, sino reconocer, confesar el pecado y pedir gracia: “Perdona, Señor, las faltas que hemos cometido contra la unidad de tu familia” (Lun I). Descubrimos nuestro pecado ante Dios con actitud humilde y penitencial: “Reconocemos, Señor, que hemos pecado; perdona nuestras faltas por tu gran misericordia” (Mart I). Su misericordia no tiene límites: “Concédenos la abundancia de tu misericordia, y perdona la multitud de nuestros pecados y el castigo que por ellos merecemos” (Sab I).
La acción de Jesucristo es sanadora, su redención nos rehace internamente: “Maestro y Salvador nuestro, que nos revelaste con tu palabra el designio de Dios y nos renovaste con tu gloriosa pasión, aleja de nuestra vida toda maldad” (Vier I). Él cura, cual Médico verdadero: “Sana, Señor, nuestras voluntades rebeldes y llénanos de tu gracia y de tus dones” (Vier I).
Sanados y redimidos, andaremos en una vida nueva: “Perdona, Señor, todos nuestros pecados y dirige nuestra vida por el camino de la sencillez y de la santidad” (Juev II).
Esa redención es curar las heridas del pecado en el hombre y restaurarlo: “Tú que exaltado en la cruz quisiste ser atravesado por la lanza del soldado, sana nuestras heridas” (Vier II). La cruz es árbol deleitoso con frutos de vida; gustando de él, seremos salvados: “Tú que convertiste el madero de la cruz en árbol de vida, haz que los renacidos en el bautismo gocen de la abundancia de los frutos de este árbol” (Vier II).
Comentarios