Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Los días de perdón y salvación

por Corazón Eucarístico de Jesús

Los días de Cuaresma son días santos, especialmente proclives a la acción purificadora de Dios en nosotros: “nos concede estos días de perdón” (Dom I) y son días de esperanza en el Señor, por lo que brota la alabanza a Dios viviendo plenamente el ejercicio de la santa Cuaresma: “nos concede ofrecerle el sacrificio de alabanza cuaresmal” (Lun II).
 
 
           Jesús mismo ha abierto el camino de la salvación, Él ha inaugurado la práctica cuaresmal, el tiempo de desierto y la renovación para el bautismo. Se muestra Salvador: “Bendigamos a Jesús, nuestro Salvador, que por su muerte nos ha abierto el camino de la salvación” (Lun I). Su muerte es contemplada en el tiempo cuaresmal como puerta abierta a la esperanza: la salvación del pecado es posible; el mundo, roto y desfigurado por el pecado, se va a renovar por la Pascua del Señor: “Bendigamos al Autor de nuestra salvación, que ha querido renovar en sí mismo todas las cosas” (Mierc I) y “al morir en al cruz nos dio la vida” (Viern I), “Cristo, nuestro Salvador, que nos redimió con su muerte y resurrección” (Viern II).
 
            Ahora la acción de Dios es ya purificadora, renovadora, santificadora: “por la acción de su Espíritu purifica nuestros corazones y los llena de su amor” (Mierc II).
 
 

            Cristo mismo nos alimenta en el desierto de la vida y en el desierto cuaresmal; se hace alimento del peregrino como el maná alimentó a Israel en el éxodo a través del desierto: “Bendigamos a Cristo, pan vivo bajado del cielo” (Mart I).
 
            En el camino cuaresmal, que culmina en la santa Pascua, Cristo se revela a Sí mismo: es Vida, Esperanza, Redención, Santificación, Luz, Verdad, Camino: “Glorifiquemos a Cristo, nuestro Señor, que resplandece como luz del mundo para que no caminemos en tinieblas, sino que tengamos la luz de la vida” (Juev I). Ahora, por la entrega absoluta del Hijo, se nos revela Dios como Padre bueno: “Celebremos la bondad de Dios, que por Cristo se reveló como Padre nuestro” (Juev II).
 
            La vida que Cristo nos ofrece no es un aspecto ideológico o moralista; su vida nueva para nosotros se comunica a través de los sacramentos, especialmente la Iniciación cristiana, celebrada en la santa Pascua: Bautismo, Confirmación y Eucaristía: “Glorifiquemos a Cristo que, para hacer de nosotros criaturas nuevas, ha instituido el baño del bautismo y nos alimenta con su palabra y su cuerpo” (Sab I). La perspectiva sacramental es propia de la Cuaresma; ésta es su introducción, su mirada, y su deseo hasta llegar al tiempo sacramental de la Pascua.
 
            En el camino cuaresmal, de desierto y purificación, la Iglesia no avanza sola ni desprotegida porque Cristo, su Señor, es el Sumo Sacerdote que intercede constante, perpetuamente: “elevemos a él nuestra oración por medio de Jesucristo, que está siempre vivo para interceder en favor nuestro” (Dom II).
 
            No falta tampoco la imagen del tiempo cuaresmal como tiempo apropiado para una escucha ferviente de la Palabra que renueva su alianza con nosotros; “nos dio a su Hijo unigénito, Palabra hecha carne, para que vivamos de ella” (Mart II).
 
 
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