Confiar (en Dios, claro)
El creyente es un hombre que confía en Dios, una confianza sin fisuras. "Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor".
La fe, siempre razonable, sabe que nadie es más digno de confianza, nadie más digno de crédito -y se lo gana a pulso- que Dios.
¡Confiar! Sí, aunque a veces sea un confiar en noche cerrada, gimiendo, sin sentir ni experimentar nada. Entonces se grita: ¡Abba!, ¡Padre!
Una confianza que permite al hombre edificarse sobre Roca y no sobre las arenas movedizas de otras seguridades, más inmediatas y aparentes, pero más falsas y peligrosas.
Un creyente es un hombre de fe inquebrantable en Dios, de confianza firme y probada en Dios.
"Dios me ha creado para un servicio preciso; me ha encomendado un trabajo que no ha encomendado a nadie más. Tengo una misión que cumplir que quizá no llegue a conocer nunca en esta vida, pero se me dirá en la otra... No me ha creado para nada. Haré el bien, ejecutaré la tarea que me ha encomendado... sin ni siquiera quererlo, si observo sus mandamientos y le sirvo en el lugar que me corresponde.
Por tanto, pondré mi confianza en Él. Sea quien sea yo, esté donde esté, cumpliré con mi tarea... Aunque me quite a mis amigos, me haga vivir entre extraños, me dé a probar el abatimiento y la desolación o me oculte el futuro, Él sabe siempre lo que hace" (Newman, MCD 1, 301-302).
La mirada creyente descubre no sólo la Presencia de Dios en la vida, sino su constante actuación, su intervención, también sus sugerencias, sus mociones. Es su Providencia amorosa. Cuanto más se confía en Él, más se recibe. Y en esta confianza, uno recibe de Dios un encargo, una tarea particular, una vocación irrepetible: apoyados en Dios, cada uno puede realizar esta misión que Dios confía.
"Todo ser humano que respira, de alto o de bajo rango, instruido o ignorante, joven o viejo, hombre o mujer, tiene una misión, un trabajo. No hemos sido enviados a este mundo para nada... Lo mismo que Cristo tiene su trabajo, nosotros también tenemos el nuestro..." (Newman, Mix 6, 111).
"Sin ninguna duda, Dios concede a cada uno tanta vigilancia y cuidado que el último día, se salve o no, deberá reconocer que no se habría podido hacer nada más de lo que, en efecto, se ha hecho; y cada cual verá su propia historia como especial y única".
Esta confianza inquebrantable en Dios -fruto de la gracia, y fruto también de mucha oración y de mucho discernimiento de las obras de Dios en nuestra vida- lleva a no precipitarse nunca, sino esperar a que el Señor muestre su voluntad; no lanzarse a nada antes de descubrir una "llamada especial" de Dios, pero cuando se ve que esa "llamada especial" está resonando en el corazón, y que viene de Él y no de nuestros caprichos, lanzarse a realizarla confiando en que Dios que encargó la tarea, la llevará buen puerto. "Tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos".
Así pues,
"Considero que el tiempo es el gran remedio y el que repara todos los males en lo que respecta a este mundo. Sólo a condición de que seamos pacientes, Dios actúa en nuestro favor. Él actúa en favor de aquellos que no actúan a favor de sí mismos" (Newman, LD XXIII, 16).
Sí, gran desprendimiento, gran libertad, gran confianza en Dios para llevar a cabo las obras que Dios nos encomienda.
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