Magisterio sobre la evangelización (XI)
La nueva evangelización es una respuesta nueva y necesaria a retos nuevos, lenguajes nuevos, una configuración nueva del mundo y de la cultura.
Viene siendo un paso metodológico común, al hablar de nueva evangelización, comenzar por la descripción detallada de la situación hoy. Así lo hace el papa Benedicto:
Al vino nuevo de esta cultura post-moderna debemos ofrecer odres nuevos. Las respuestas prefabricadas o la mera repetición de moldes y modelos de siglos atrás -en su momento eficientes- no hallan eco alguno ahora. Las situaciones son nuevas, los hombres son distintos. No, no se trata de afán de novedades, sino de sacar del tesoro del Evangelio vetera et nova, lo nuevo y lo viejo, para ofrecerlo de manera eficaz, impactante, interpelante.
Viene siendo un paso metodológico común, al hablar de nueva evangelización, comenzar por la descripción detallada de la situación hoy. Así lo hace el papa Benedicto:
"Esta Conferencia, en continuidad con las cuatro anteriores, está llamada a dar un renovado impulso a la Evangelización en esa vasta región del mundo eminentemente católica, en la que vive una gran parte de la comunidad de los creyentes. Es preciso proclamar íntegro el Mensaje de la Salvación, que llegue a impregnar las raíces de la cultura y se encarne en el momento histórico latinoamericano actual, para responder mejor a sus necesidades y legítimas aspiraciones.Al mismo tiempo, se ha de reconocer y defender siempre la dignidad de cada ser humano como criterio fundamental de los proyectos sociales, culturales y económicos, que ayuden a construir la historia según el designio de Dios. En efecto, la historia latinoamericana ofrece multitud de testimonios de hombres y mujeres que han seguido fielmente a Cristo de un modo tan radical que, llenos de ese fuego divino que lo consume todo, han forjado la identidad cristiana de sus pueblos. Su vida es un ejemplo y una invitación a seguir sus pasos.
La Iglesia en América Latina afronta enormes desafíos: el cambio cultural generado por una comunicación social que marca los modos de pensar y las costumbres de millones de personas; los flujos migratorios, con tantas repercusiones en la vida familiar y en la práctica religiosa en los nuevos ambientes; la reaparición de interrogantes sobre cómo los pueblos han de asumir su memoria histórica y su futuro democrático; la globalización, el secularismo, la pobreza creciente y el deterioro ecológico, sobre todo en las grandes ciudades, así como la violencia y el narcotráfico" (Discurso al Pontificio Consejo para América Latina, 20-enero-2007).
Con matices, y salvando lo peculiar que pueda haber en América Latina, el análisis puede ser extensivo muy bien a otras zonas geográficas sumándoles sus problemas propios. Pero pensemos que estos problemas se presentan no como irresolubles, sino como desafíos que nos deben llevar a una respuesta y, como Iglesia, a evangelizar, sabiendo a quién evangelizamos, a qué hombre concreto, con qué cultura y mentalidad, nos dirigimos.
De esa mirada al mundo, como Jesús miraba, surge la convicción:
"Ante todo ello, se ve la necesidad urgente de una nueva Evangelización, que nos impulse a profundizar en los valores de nuestra fe, para que sean savia y configuren la identidad de esos amados pueblos que un día recibieron la luz del Evangelio" (ibíd.).
Entonces, para evangelizar, todos (obispos y presbíteros, religiosos, seglares) serán testigos de algo que han vivido, el encuentro con Cristo, y se mantendrán así si hay una solidez espiritual, una vida real de oración. La oración en los evangelizadores es fundamental, sino, serán simples funcionarios de un plan pastoral o meros repetidores huecos de palabras aprendidas de memoria, sin fuerza alguna, sin fuego, sin fervor.
A la par, junto a la oración constante y diaria, un gran sentido eclesial: somos Iglesia, enviados por la Iglesia, mostramos el rostro de la Iglesia, edificamos la Iglesia (la plantatio Ecclesiae):
"Cuando en la vida de las comunidades se produce un sentimiento como de orfandad respecto a Dios Padre, es vital la labor de los Obispos, sacerdotes y demás agentes de pastoral, que den testimonio, como Cristo, de que el Padre es siempre Amor providente que se ha revelado en su Hijo. Cuando la fe no se alimenta de la oración y meditación de la Palabra divina; cuando la vida sacramental languidece, entonces prosperan las sectas y los nuevos grupos pseudoreligiosos, provocando el alejamiento de la Iglesia por parte de muchos católicos. Al no recibir éstos respuestas a sus aspiraciones más hondas, que podrían encontrarse en la vida de fe compartida, se producen también situaciones de vacío espiritual. En la labor evangelizadora es fundamental recordar siempre que el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo en Pentecostés, y que ese mismo Espíritu sigue impulsando la vida de la Iglesia. Por eso es importante el sentido de pertenencia eclesial, donde el cristiano crece y madura en la comunión con sus hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre.
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14,6). Como señalaba mi venerado predecesor Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America, "Jesucristo es, pues, la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano" (n. 10). Sólo viviendo intensamente su amor a Jesucristo y entregándose generosamente al servicio de la caridad, sus discípulos serán testigos elocuentes y creíbles del inmenso amor de Dios por cada ser humano. De esta manera, amando con el mismo amor de Dios, llegarán a ser agentes de la transformación del mundo, instaurando en él una nueva civilización, que el querido Papa Pablo VI llamaba justamente "la civilización del amor" (cf. Discurso en la clausura del Año Santo, 25 diciembre 1975)" (ibíd.).
Para evangelizar, antes que complicados y fantásticos planes pastorales y organigramas, antes que reuniones y más reuniones para planificar, es fundamental que quien es enviado para evangelizar haya sido antes evangelizado; es decir, haya arraigado firmemente el Evangelio en quien evangeliza, suscitando la santidad personal.
Entonces al papa Benedicto ofrece un retrato detallado de lo que es un verdadero discípulo de Jesús:
"Para el futuro de la Iglesia en Latinoamérica y el Caribe es importante que los cristianos profundicen y asuman el estilo de vida propio de los discípulos de Jesús: sencillo y alegre, con una fe sólida arraigada en lo más íntimo de su corazón y alimentada por la oración y los sacramentos. En efecto, la fe cristiana se nutre sobre todo de la celebración dominical de la Eucaristía, en la cual se realiza un encuentro comunitario, único y especial con Cristo, con su vida y su palabra.
El verdadero discípulo crece y madura en la familia, en la comunidad parroquial y diocesana; se convierte en misionero cuando anuncia la persona de Cristo y su Evangelio en todos los ambientes: la escuela, la economía, la cultura, la política y los medios de comunicación social. De modo especial, los frecuentes fenómenos de explotación e injusticia, de corrupción y violencia, son una llamada apremiante para que los cristianos vivan con coherencia su fe y se esfuercen por recibir una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana.
Es un deber importante alentar a los cristianos que, animados por su espíritu de fe y caridad, trabajan incansablemente para ofrecer nuevas oportunidades a quienes se encuentran en la pobreza o en las zonas periféricas más abandonadas, para que puedan ser protagonistas activos de su propio desarrollo, llevándoles un mensaje de fe, de esperanza y de solidaridad" (ibíd.).
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