De "teología espiritual" a una teología que sea espiritual
Parecería que la "teología espiritual" es la única que estudia y abarca la espiritualidad cristiana, sus vertientes, procesos, caminos, métodos, validez y antropología, y quienes se dedican a la "teología espiritual" serían teólogos con una gran espiritualidad interior y sensibilidad hacia el mundo interior y la acción del Espíritu Santo.
Pensemos entonces que más que una "teología espiritual" como rama concreta, hemos de considerar la naturaleza "espiritual" de toda teología verdadera.
Por el contrario, vulgarmente, la teología tal cual no requeriría tal espiritualidad, sino datos, fuentes, revelación, patrística y por supuesto, un amplísimo cuerpo de notas a pie de página, citadas metodológicamente. Sería la frialdad, la apariencia de ciencia en lo exterior, y el teólogo una persona que sólo debe científicamente seguir el método teológico sin saltarse ninguno de los pasos y no crear una ideología o formular una herejía (herejía: una verdad absolutizada desgajada del conjunto).
¿Esto es así?
Más bien habría que considerar que para elaborar un pensamiento serio, racional, con base y fundamento, todo teólogo, fuera cual fuera su área o campo de investigación, ha de ser espiritual, hombre de Dios, en trato con Dios y apertura mística al Señor.
El teólogo es un creyente y un místico que vive a la escucha del Logos y recorre el Camino para llegar a la Verdad y a la Vida. La espiritualidad no es un mero añadido a una parte de la teología, sino que la espiritualidad es la base para que la teología sea ciencia "sobre Dios", "ciencia de Dios", que pronuncie palabras verdaderas sobre Dios.
Jesucristo ha de estar en el centro de la vida y del corazón del teólogo (ya sea de teología espiritual, bíblica, dogmática, litúrgica, fundamental, moral) y tener experiencia real de Jesucristo, viviendo de la oración.
"Queridos estudiantes en la estela de este carisma se coloca también vuestro trabajo de profundización teológica y antropológica, el trabajo de penetrar el misterio de Cristo, con la inteligencia del corazón que está junto a un conocer y un amar; esto exige que Jesús esté al centro de todo, de vuestros afectos y pensamientos, de vuestro tiempo de oración, de estudio y de acción, de todo vuestro vivir. Él es la Palabra, el “libro viviente”, como lo fue para santa Teresa de Ávila, que afirmaba: “«Dios ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades» (Vida 26,5). Deseo a cada uno de vosotros que podáis decir como san Pablo: “todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Fil 3,8).Con este fin, querría recordar la descripción que santa Teresa hace de la experiencia interior de la conversión, así como ella misma la vio un día delante del Crucifijo. Escribe: “Apenas lo miré... fue tan grande el dolor que sentí, la pena de la ingratitud con la que respondía a su amor que me pareció que mi corazón se rompiese. Me lancé a sus pies bañada en lágrimas y le supliqué que me diese la gracia de no ofenderlo más” (Autobiografía 9,1). Con el mismo ímpetu, la Santa parece preguntarnos a nosotros también: ¿Cómo ignorar al que nos ha amado con una misericordia tan grande? El amor del Redentor merece toda la atención del corazón y de la mente, y puede activar en nosotros el admirable círculo en el que el amor y el conocimiento se alimentan recíprocamente. Durante vuestros estudios teológicos, tened siempre la mirada dirigida al motivo último por el que os habéis comprometido, es decir al Jesús que “nos ha amado y ha dado su vida por nosotros” (cfr 1Jn 3,16). Sed conscientes de que estos años de estudio son un don precioso de la Providencia divina; don que es acogido con fe y vivido diligentemente, como una oportunidad irrepetible para crecer en el conocimiento del misterio de Cristo" (Benedicto XVI, Discurso a los alumnos del Teresianum, 19-mayo-2011).
El teólogo es un orante, bebe de la liturgia celebrada y luego asimilada meditativamente.
El teólogo es un oyente, que primero y antes que nadie se pone bajo la Palabra con obediencia.
El teólogo es un contemplativo capaz de silenciar su mundo interior, su intelecto e imaginación para mirar amorosamente a Cristo que ya lo está mirando.
El teólogo es un orante que pide luz y gracia para entender y saber buscar.
El teólogo es un adorador que se postra de rodillas ante el Sagrario y ante el Santísimo expuesto para tratar con quien es la Verdad, reconocerle, amarle, entregarse a Él.
Pensemos entonces que más que una "teología espiritual" como rama concreta, hemos de considerar la naturaleza "espiritual" de toda teología verdadera.
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