"La sucesión", mirando al único Rey que no abdica
por No tengáis miedo
Tras el gran acontecimiento en España de esta mañana, nos espera un largo periodo de análisis, reflexiones, manifiestos, documentales, etc., en torno al tema de la sucesión al trono. Es por ello que hoy quería compartir en este blog un análisis diferente, el que humildemente creo que nos toca hacer a nosotros como cristianos, que con gran acierto ha realizado y me ha enviado un querido hermano. Lo comparto a continuación, sin añadir ni quitar una sola coma o punto:
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Ante la sorpresiva e histórica abdicación del Rey Juan Carlos I que hoy ha anunciado (y que por otra parte, tal vez, sea lo mejor para el país y un gesto de humildad y generosidad del todavía monarca), llevo toda la mañana meditando el versículo responsorial de la Eucaristía de hoy lunes: "Reyes de la tierra, cantad a Dios" (Sal 67). ¿No es una alegría tener como centro y eje del mundo, de nuestras vidas, de nuestras familias y comunidades, de la Iglesia, al verdadero Rey de Reyes y Señor de Señores, Jesucristo Resucitado? ¿No es verdad que todos los reyes, reinos, presidentes, estados, etc., de este mundo pasan y que, sin embargo, hay un solo Rey Eterno que nunca pasará? ¿No cobran más actualidad, hoy más si cabe, las palabras del Evangelio según San Mateo que ayer escuchábamos en la Solemnidad de la Ascensión del Señor a los Cielos, cuando Jesucristo, después de encomendar a sus discípulos la proclamación de la Buena Noticia al mundo entero, les promete que "yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20)? ¿No es una fuente inagotable de misericordia, de esperanza, de fidelidad, saber que Jesús Rey, entronado en el árbol de la Vida para salvación del mundo entero, nunca abdica, nunca se baja de la misma, nunca da al hombre por perdido, sino que desde la Cruz, donde da muerte y vence definitivamente al pecado y al padre del pecado, se abaja y se hace cercano a cada hombre y mujer, a cada realidad humana, sobre todo las más sufrientes e hirientes, acompañándonos en la peregrinación por esta tierra hasta introducirnos definitivamente en los pastos eternos del Cielo, que es su Corazón? ¿No se cumple en Jesucristo, Rey de todo lo creado, lo que el autor deuteronomista ya anunciaba con alegría sobre qué nación hay tan grande “que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos” está de nosotros (Dt 4, 7)? Por eso, hoy, sin deseo ninguno de oscurecer o disminuir en nada este honroso y humilde gesto del rey de España, podemos, al mismo tiempo, valorar más lo que significa que Jesús sea nuestro verdadero, eterno, y único Rey. Y, así, podemos cantar bendiciendo a Dios que, en Jesucristo es Rey de Reyes y del Universo, con las palabras poderosas de los Salmos 96, 97, 98, 99, y 100 que proclaman al Señor como Rey victorioso, santo, y juez justo.
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Ante la sorpresiva e histórica abdicación del Rey Juan Carlos I que hoy ha anunciado (y que por otra parte, tal vez, sea lo mejor para el país y un gesto de humildad y generosidad del todavía monarca), llevo toda la mañana meditando el versículo responsorial de la Eucaristía de hoy lunes: "Reyes de la tierra, cantad a Dios" (Sal 67). ¿No es una alegría tener como centro y eje del mundo, de nuestras vidas, de nuestras familias y comunidades, de la Iglesia, al verdadero Rey de Reyes y Señor de Señores, Jesucristo Resucitado? ¿No es verdad que todos los reyes, reinos, presidentes, estados, etc., de este mundo pasan y que, sin embargo, hay un solo Rey Eterno que nunca pasará? ¿No cobran más actualidad, hoy más si cabe, las palabras del Evangelio según San Mateo que ayer escuchábamos en la Solemnidad de la Ascensión del Señor a los Cielos, cuando Jesucristo, después de encomendar a sus discípulos la proclamación de la Buena Noticia al mundo entero, les promete que "yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20)? ¿No es una fuente inagotable de misericordia, de esperanza, de fidelidad, saber que Jesús Rey, entronado en el árbol de la Vida para salvación del mundo entero, nunca abdica, nunca se baja de la misma, nunca da al hombre por perdido, sino que desde la Cruz, donde da muerte y vence definitivamente al pecado y al padre del pecado, se abaja y se hace cercano a cada hombre y mujer, a cada realidad humana, sobre todo las más sufrientes e hirientes, acompañándonos en la peregrinación por esta tierra hasta introducirnos definitivamente en los pastos eternos del Cielo, que es su Corazón? ¿No se cumple en Jesucristo, Rey de todo lo creado, lo que el autor deuteronomista ya anunciaba con alegría sobre qué nación hay tan grande “que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos” está de nosotros (Dt 4, 7)? Por eso, hoy, sin deseo ninguno de oscurecer o disminuir en nada este honroso y humilde gesto del rey de España, podemos, al mismo tiempo, valorar más lo que significa que Jesús sea nuestro verdadero, eterno, y único Rey. Y, así, podemos cantar bendiciendo a Dios que, en Jesucristo es Rey de Reyes y del Universo, con las palabras poderosas de los Salmos 96, 97, 98, 99, y 100 que proclaman al Señor como Rey victorioso, santo, y juez justo.
“Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones; porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles no son nada, mientras que el Señor ha hecho el cielo; honor y majestad lo preceden, fuerza y esplendor están en su templo. Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor; aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas. Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda. Decid a los pueblos: «El Señor es rey: él afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente». Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad (Salmo 96).”
Y pedimos a Dios que conceda al próximo rey de España, Felipe VI, como a todos los gobernantes de este mundo, que ejerza su reinado teniendo como modelo a este Rey Eterno como reza el Salmo 101:
“Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi música, Señor; voy a explicar el camino perfecto: ¿cuándo vendrás a mí? Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa; no pondré mis ojos en intenciones viles. Aborrezco al que obra mal, no se juntará conmigo. Lejos de mí el corazón torcido, no aprobaré al malvado. Al que en secreto difama a su prójimo lo haré callar; ojos engreídos, corazones arrogantes no los soportaré. Pongo mis ojos en los que son leales, ellos vivirán conmigo; el que sigue un camino perfecto, ese me servirá. No habitará en mi casa el que actúa con soberbia; el que dice mentiras no durará en mi presencia. Cada mañana haré callar a los hombres malvados, para excluir de la ciudad del Señor a todos los malhechores.”
A Jesucristo, Rey único de Universo, que vive y reina por los siglos de los siglos, sea la gloria y la alabanza por todas las generaciones. Amén. Amén. Amén.
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