En torno a los derechos humanos, ¿en qué escuela nos matriculamos?
por Un obispo opina
Hace algún tiempo, un amigo, Juan Sanchis Ferrairó, me mandó un escrito que publico con mucho gusto dentro del clima pascual en que estamos. El artículo dice así:
En la Escuela de Jesús ¿qué aprende uno? Aprende a darse. El secreto de Jesús está en aquellas palabras suyas: “No he venido a ser servido, sino a servir y a dar mi vida” (Marcos).
Esa fue su vida: la gloria del Padre, sanar a los oprimidos, buscar a los pecadores, dar salud a los enfermos, acariciar a los niños, sembrar el bien, perdonar, sembrarse a si mismo como el grano de trigo en la tierra, dejarnos el ejemplo de una forma de ser felices y de realizarse haciendo felices a los demás, morir perdonando. Nos diría (¡qué profundas son estas palabras!): “El que se ama a sí mismo se pierde” (Juan 12,25).
Nos enseña a ser hermanos, porque tenemos un Padre común, a respetar a cada persona por encima de su raza, condición social, de su pertenencia política o religiosa y hasta tener una preferencia por quienes más sufren, por los más pobres.
Hay otra Escuela. En ella se habla mucho de los “Derechos Humanos”, desde otro ángulo. Se buscan las satisfacciones propias, realizarse a sí mismo: es una exaltación del “yo” como norma, como ídolo al que hay que sacrificarlo todo. Si vivimos pensando en “Mis Derechos”, dejando a un lado a los demás, podemos pasar por encima de los Derechos de los demás, cuando no son de nuestro agrado, cuando no sirven a nuestros
intereses o egoísmos. ¡Qué fácil es pasar indiferentes ante el dolor ajeno y hasta causar sufrimiento en nuestro entorno! No hay ley más antigua en la historia de la humanidad, aún antes de aparecer el cristianismo, que
el precepto ético: “No matarás”.
Pero ahora se proclama como moderno y progresista el derecho de la mujer “a ser madre, cuando le viene bien”, porque “el aborto es sagrado”. Con esa mentalidad se puede justificar todo: violencia, escraches, descalificaciones, divorcios, la violencia doméstica, abandonar o semi-abandonar a los hijos, hasta las guerras.
“Derechos Humanos” ¡claro, no faltaba más!, pero ¿defendemos los derechos del hermano, del pobre, del marginado, de quien pasa a nuestro lado y se merece nuestro respeto, nuestro amor, nuestra comprensión y
nuestra ayuda? ¿No debería ser éste el verdadero progresismo? ¿no podría ser la “fraternidad” la norma de nuestra vida?
¡Señor Jesús, enséñanos a aprender de ti la doctrina de los “Derechos Humanos”, no desde la ley del más fuerte, no desde la exaltación de nuestros egoísmos e intereses, no desde tantas proclamas ideológicas que están en la calle! ¡Ayúdanos!
Agradezco a D. Juan estas palabras que nos vienen muy bien para nuestra reflexión en estos días de Pascua, a fin de que sepamos orientar bien nuestra vida como testigos de Jesús.
José Gea
En la Escuela de Jesús ¿qué aprende uno? Aprende a darse. El secreto de Jesús está en aquellas palabras suyas: “No he venido a ser servido, sino a servir y a dar mi vida” (Marcos).
Esa fue su vida: la gloria del Padre, sanar a los oprimidos, buscar a los pecadores, dar salud a los enfermos, acariciar a los niños, sembrar el bien, perdonar, sembrarse a si mismo como el grano de trigo en la tierra, dejarnos el ejemplo de una forma de ser felices y de realizarse haciendo felices a los demás, morir perdonando. Nos diría (¡qué profundas son estas palabras!): “El que se ama a sí mismo se pierde” (Juan 12,25).
Nos enseña a ser hermanos, porque tenemos un Padre común, a respetar a cada persona por encima de su raza, condición social, de su pertenencia política o religiosa y hasta tener una preferencia por quienes más sufren, por los más pobres.
Hay otra Escuela. En ella se habla mucho de los “Derechos Humanos”, desde otro ángulo. Se buscan las satisfacciones propias, realizarse a sí mismo: es una exaltación del “yo” como norma, como ídolo al que hay que sacrificarlo todo. Si vivimos pensando en “Mis Derechos”, dejando a un lado a los demás, podemos pasar por encima de los Derechos de los demás, cuando no son de nuestro agrado, cuando no sirven a nuestros
intereses o egoísmos. ¡Qué fácil es pasar indiferentes ante el dolor ajeno y hasta causar sufrimiento en nuestro entorno! No hay ley más antigua en la historia de la humanidad, aún antes de aparecer el cristianismo, que
el precepto ético: “No matarás”.
Pero ahora se proclama como moderno y progresista el derecho de la mujer “a ser madre, cuando le viene bien”, porque “el aborto es sagrado”. Con esa mentalidad se puede justificar todo: violencia, escraches, descalificaciones, divorcios, la violencia doméstica, abandonar o semi-abandonar a los hijos, hasta las guerras.
“Derechos Humanos” ¡claro, no faltaba más!, pero ¿defendemos los derechos del hermano, del pobre, del marginado, de quien pasa a nuestro lado y se merece nuestro respeto, nuestro amor, nuestra comprensión y
nuestra ayuda? ¿No debería ser éste el verdadero progresismo? ¿no podría ser la “fraternidad” la norma de nuestra vida?
¡Señor Jesús, enséñanos a aprender de ti la doctrina de los “Derechos Humanos”, no desde la ley del más fuerte, no desde la exaltación de nuestros egoísmos e intereses, no desde tantas proclamas ideológicas que están en la calle! ¡Ayúdanos!
Agradezco a D. Juan estas palabras que nos vienen muy bien para nuestra reflexión en estos días de Pascua, a fin de que sepamos orientar bien nuestra vida como testigos de Jesús.
José Gea
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