Las dudas tienen nombre propio
Son muchas las personas buenas, cristianas, que de buenas a primeras dicen haber perdido la fe. Por ejemplo, un joven, que de repente deja de ir a Misa y de formarse. O un adulto que se aleja poco a poco de la iglesia, hasta, en la práctica, desaparecer.
Las expresiones que suelen usar son: “Tengo dudas…”, “Estoy replanteándome mi fe…”, “No estoy seguro de si Dios existe…”, “No sé si creo en Dios…”, “Hay cosas que no comparto…”, etc. Pero todas responden a lo mismo: no quiero seguir siendo cristiano como lo he sido hasta ahora.
No es que digan que ya no creen en Dios, eso sería demasiado. Simplemente es que no están “seguros” y necesitan tomarse un descanso para reflexionar y replantearse las cosas, y así poder tomar la decisión que crean más correcta. Digno de aplauso, qué gente tan honesta y sincera.
Pura hipocresía.
En el 99% de los casos (dejo un 1% por si acaso) lo que ocurre es que les duele la conciencia. Y mucho. Lo suficiente para hacer lo siguiente: un cristiano sabe, por el Segundo Mandamiento, que no sólo no ha de ser egoísta sino que ha de hacer a los demás lo que quiera que hagan con él; pero si soy un egoísta y no quiero esforzarme por dejar de serlo, me remorderá la conciencia así que… elimino la conciencia: tengo dudas de fe. Y, así, ya puedo hacer lo que quiera.
Otro ejemplo: si soy cristiano, sé que tengo que formarme y también hacer prácticas espirituales, oración…; pero si no lo hago porque soy un perezoso y no quiero esforzarme por dejar de serlo, me remorderá la conciencia así que… elimino la conciencia: me replanteo mi fe. Y, de nuevo, ya puedo hacer lo que quiera.
Es decir, la gente no tiene dudas de fe. Lo que tienen es que son egoístas, perezosos, etc., y no quieren esforzarse por dejar de serlo.
Pero aun falta lo más común: en la mayoría de casos de “dudas de fe”, el problema tiene nombre propio. En concreto, de mujer. O de hombre, según el caso.
Aramis