Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Elementos del culto cristiano: El silencio (I)

por Corazón Eucarístico de Jesús

Dejémonos educar por los grandes; en este caso, Romano Guardini, con un libro en que recopila algunos artículos y conferencias suyas para vivir la Santa Misa y prepararnos a la acción litúrgica. Su última reedición es de 1965, aunque recoge conferencias desde 1945.
 
 
El silencio es una asignatura pendiente en la liturgia de hoy; más bien, una asignatura suspendida y que hay que recuperar costosamente. 
 
Pero, ¿por qué es tan importante el silencio?, ¿qué sentido tiene? ¿cómo adquirirlo?
 
 
“Antes de preguntarnos qué significan estos momentos de silencio y qué originan estos gestos nuestros, tenemos que considerar qué es el silencio.

    En primer lugar, es preciso que haya un auténtico silencio y que no se hable; que tampoco se escuche ningún ruido, ni movimiento de bancos ni hojear de libros, ni toses ni carraspeos. No queremos exagerar en extremo, ya que los hombres son seres vivos y se mueven, razón por la cual, un comportamiento forzado o artificial no es mejor que un ajetreo. Pero el silencio es precisamente silencio, y sólo se verifica, si efectivamente se lo desea. Uno se siente a gusto o molesto en él, de acuerdo con el valor que le concede. Alguien dice: ‘yo no puedo contener la tos’, otro afirma: ‘yo no puedo arrodillarme sin hacer ruido’... pero, cuando asisten a un concierto o a una conferencia y escuchan con suma atención, evitan la tos y el desplazamiento de tal manera que, en la sala, se produce ese silencio, que se cuenta entre las cosas más hermosas que pueden darse, es decir, surge ese espacio o ámbito para escuchar, en el que resaltan las cosas más bellas y verdaderamente importantes. Hay que desear verdaderamente el silencio y no se debe escatimar ningún esfuerzo para conseguirlo, ya que es posible lograrlo. En cuanto se lo experimenta una única vez, no se puede comprender cómo antes se podía vivir sin él.

    Tenemos que aclarar que el silencio no debe ser sólo algo externo, como no hablar y no desplazarse de un lado a otro, ya que, no obstante, todo puede estar interiormente intranquilo o alborotado. En realidad, el silencio significa que también los pensamientos, los sentimientos y el corazón están tranquilos. El silencio debe reinar interiormente y debe ser profundizado cada vez más, sin pensar que hay que arribar a un límite, ya que el mundo interior es inconmensurable. Pero cuando alguien intenta producir este silencio interior, descubre que no lo logra simplemente, porque se lo proponga. No sólo tiene que desearlo, también tiene que ejercitarlo. Para eso, son buenos, ante todo, los momentos previos, al inicio de la santa misa en el templo. Esto se entronca con algo más importante, como es el ir con tiempo suficiente como para que estos momentos de preparación puedan efectivizarse realmente. En estos momentos previos, no se debe perder el tiempo mirando innecesariamente de un lado a otro y pensar cosas inútiles, ni tampoco se debe hojear un libro sin que haya un motivo que lo justifique. Hay que recogerse y serenarse.

    Sería mejor empezar a concentrarse cuando nos dirigimos hacia la iglesia. Ya que se va a celebrar la santa misa, el mismo trayecto hacia el templo puede convertirse en un ámbito que permita ejercitar el recogimiento, a la manera de una introducción en la cual resuena de antemano lo que va a acontecer en seguida. Más aún, y espero que el lector no lo tome como exageración, se podría decir que la preparación de esta tranquilidad sagrada debe comenzar particularmente ya en la víspera, porque la tarde del sábado pertenece litúrgicamente al domingo. Si aquí intercaláramos, un breve momento de recogimiento, quizá, a continuación de una lectura apropiada, el efecto se notaría en seguida al día siguiente.

    Hasta ahora sólo hemos hablado del silencio en sentido negativo, como ausencia total de palabras y de ruidos. Pero el silencio no sólo significa carencia de alguna cosa –como quien dice un mero hueco o vacío entre la conversación y el bullicio-, sino que, en sí mismo, es algo que, por supuesto, tiene que ser experimentado como tal. De vez en cuando, se produce una pausa en el curso de una conferencia, de un oficio religioso o de cualquier acto público. Habremos notado que, casi siempre, hay alguien que tose o carraspea, porque experimenta el silencio como un bache y, en consecuencia, lo rellena con algún ruido. Para quien procede de esa manera, el silencio viene a ser como una carencia o como un vacío, por lo que despierta en él una sensación de desorden o malestar. Pero, en realidad, el silencio es plenitud y riqueza.

    El silencio es la tranquilidad de la vida interior, es como el fondo de un torrente subterráneo. El silencio es presencia, sinceridad y disposición atesoradas. Es por eso que, de ninguna manera, el silencio significa insensibilidad, ni tampoco negligencia ni un lastre inactivo. El auténtico silencio es disposición de alerta y plena.

    Hemos hablado de la atención. Esto nos lleva hacia ese silencio que aquí nos interesa: el silencio en presencia de Dios.

    ¿Qué es una iglesia? En primer lugar, un edifico que consta de paredes, columnas, una bóveda y un recinto. Pero esto constituye sólo una parte de aquello que designa propiamente la palabra “iglesia”, o sea, es sólo una parte del cuerpo de la Iglesia. Cuando decimos que la santa misa se celebra “en la iglesia”, en realidad, estamos hablando de otro elemento que forma parte de ella: la comunidad. Comunidad, no la gente. No hay ninguna comunidad, si sólo unas cuantas personas entran en el templo y se arrodillan o se sientan en los bancos, porque, en este sentido, estamos en presencia de algunas personas más o menos piadosas. La comunidad surge en tanto las personas se hacen interiormente presentes, se ponen en contacto unas con otras e ingresan juntas en ese ámbito espiritual que ellas mismas inauguran y perfeccionan. Aquí sí hay una comunidad, la cual, junto con el edificio exterior que la expresa, constituye esa Iglesia en la que se celebra la acción litúrgica. Todo esto se desarrolla, sólo cuando se produce ese silencio desde el cual se yergue el verdadero santuario. Es importante que esto último se entienda bien. La parte material de las iglesias puede desmoronarse o desaparecer, por eso, es preciso que los creyentes sean capaces de constituir “comunidad” y de erigir “Iglesia”, allí donde precisamente se encuentran, a pesar de que el espacio exterior sea muy pobre o haya pasado a otras manos. Es, en estas circunstancias, que se revela y se prueba el vigor de su construcción interior.

    Queremos lograr con seriedad el silencio. Deliberadamente, este librito comienza hablando de él. Como el tema que nos ocupa es la liturgia, si alguien me pregunta con qué comienza la vida litúrgica, yo le respondo: con la vivencia del silencio. Si falta el silencio, todas las cosas dejan de ser importantes, más aún, se convierten en algo vano o inútil. Queda claro que no se trata de algo particular o estético. Si pensáramos que el silencio es algo con lo que alguien “se da importancia”, una vez más, estaríamos echando todo a perder. Se trata de algo muy serio e importante, de algo que –aunque sea lamentable, tenemos que decirlo- está muy descuidado, es decir, se trata del primer requisito de toda acción sagrada” (pp. 12-15).


Romano GUARDINI,
Preparación para la celebración de la Santa Misa,
Edibesa-San Pablo, Buenos Aires, 2010.
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